Monzón, símbolo de unión y lucha. Por Miguel de Amilibia

Miguel de Amilibia, diputado de la república, comunista y co-fundador de Herri Batasuna.

El que fuera diputado socialista de la República por Gipuzkoa, Miguel de Amilibia, quien después de décadas de exilio tras el golpe nazi-fascista de 1936, regresó a Euskal Herria para co-fundar a la hoy criminalmente ilegalizada Herri Batasuna, el compañero comunista Miguel de Amilibia, nos pintó en este recordatorio, redactado en el primer aniversario de su muerte, un entrañable fresco del que fuera su amigo y compañero, e impresionante luchador abertzale, Telesforo Monzón, odiado aún hoy, a 33 años años de su muerte, por el fascismo español.

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Cabría preguntarse en qué medida Telesforo de Monzón asumió deliberadamente la misión de símbolo de unión y de lucha entre los patriotas vascos, a sabiendas de que ello provocaría furiosas reacciones en círculos que le habían sido muy allegados, y en que otra fue un producto del ambiente en que tuvo que desenvolverse. Desde luego, como cada cual Telesforo fue él mismo y sus circunstancias, más o menos favorables, más o menos adversas. Nadie puede escapar a esta ley. Pero, si nos atenemos a los hitos con que este buen amigo mio fue señalando su paso por la vida, nadie podrá negar honradamente que fue el patriotismo vasco, como pasión que se acentuaba con el paso de los años, lo que le fijó permanente los rumbos, por encima de cualesquiera aparentes inconsecuencias y contradicciones.
 
Mi amistad con Telesforo venía de muy lejos. Aunque de formaciones e ideologías muy dispares, había entre nosotros dos algo de común, con la resultante de que nuestros encuentros se tradujeron siempre en discusiones a la vez vivas y cordiales. Como señalé recientemente, en contestación a unas amables líneas, a su hermano Isidro, entre las pertenencias que he conservado a través de mis vicisitudes, figura un ejemplar de “Urrundik“, el libro de poemas en euskara que Telesforo publicó en Mexico, en 1945, año en el que, derrotado finalmente el fascismo en los campos de batalla, se mantenían muy vivas nuestras esperanzas de un pronto retorno a la patria. El ejemplar contiene esta dedicatoria: “Amilibia’tar Mikel’i, nere antzinako adiskidetasunez. Egileak“. Yo asistía entonces en México a las sesiones que estaban celebrando las Cortes de la República Española en el destierro.
 
Había más de una razón para que tuviera especial estima por este libro, ofrendado por el autor a su esposa, “Ganuza Lardizabal’eneko Mari Joxepa nere emazteari“, también buena amiga nuestra. Una de estas varias razones era que la versión castellana de los poemas – versión excelente,en la que se recoge con fidelidad suma el espíritu de los originales – tenía como responsable a Germán de Iñurrategui, el tolosarra, otro jelkide de pro y, “sin embargo”, otro excelente amigo mio. Como lo fue, -¿por qué no recordarlo ahora? – José de Lecaroz, el director de “El Dia”, el entonces órgano donostiarra del PNV. Como lo fueron muchos otros ¿Qué había de común entre nosotros, más fuerte que cualesquiera discrepancias, si no era el amor a la patria, a la patria vasca?
 
Pasaron los años y, ay, las décadas. El “pronto retorno” se convirtió en una espera interminable. Muchos llegaron antes al final de su camino. Con más suerte, me vi yo de pronto en mi ciudad natal, en el txoko que había abandonado en aquel fatídico septiembre de 1936. Había entonces mucho revuelo en la Península. Se multiplicaban los “cambios de chaqueta” y el temor de muchos ante la reforma era manifiesto. ¿No terminaría todo en una “ruptura revolucionaria”? Era la época de los “extrañados”. Aparecían y desaparecían, burlándose de prohibiciones y rigores policiales, a favor de los amparos que les procuraban fervorosas multitudes patrióticas, formadas en su mayoría por auténtico pueblo trabajador. Y entre estos “extrañados” militantes de vanguardia, aparecía desafiante y gallardo, el mismo Telesforo. Confieso que aquello me causo cierta perplejidad.
 
Un día, mientras cenábamos el matrimonio en un conocido “ar ta jan” donostiarra, se nos acercó la etxeko andre, ya cuando apenas quedaban clientes, y nos dijo: “Saben quienes están aquí y vendrán pronto a cenar? Monzón y su mujer“. pronto, en efecto, aparecieron Telesforo y María Josefa. Se sentaron a nuestra mesa, y, tras los saludos, preguntas y respuestas que imponían los muchos años de itinerarios diferentes, Telesforo me procuró algunas de las informaciones que se hacían indispensables para moverse en un ambiente político tan confuso y revuelto. Y mi perplejidad comenzó a desvanecerse.
 
Porque comprendí que mi viejo amigo asumía, muy deliberadamente, a riesgo y ventura, la misión de símbolo de unión y lucha que las circunstancias le habían impuesto a los patriotas vascos. Seguía proclamándose jelkide y, sin embargo, formaba en primera línea de nuestra juventud más revolucionaria. Animándola ante cualquier quebranto con un:”Lepoan hartu ta segi aurrera!“. Fiel siempre al grito del corazón que movió a Iparagirre y se evoca en “Urrundik”: “Zoaz Euskal Herri’ra“. Hasta el mismo final. ¿Puede extrañar que el enemigo” como en la aludida ocasión escribí a su hermano Isidro, temiera que Telesforo, como El Cid, ganara una batalla después de muerto? Lo temió hasta el punto de secuestrar rabiosamente los restos del patriota caído en plena lucha. Pero ¡qué inútil fue la innoble bellaquería! Porque el símbolo de la unión y la lucha está ahí muy vivo, como cabe advertirlo en este primer aniversario. y porque esa victoria final está asegurada.
 
Miguel de Amilibia
Punto y Hora, 1982-III-5

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