“Liberarse de niños para no producir CO2 – ¿Huelga de nacimientos como medida de protección del clima?” Por Thomas Meyer

En el curso del debate sobre la protección del clima, algunos se quejaron de Fridays for Future, entre otras cosas, ha sido criticado por algunos por ser poco más que una rebelión conformista (por lo menos según Stepelfeldt 2019, cf. también Hofmann 2020). Esto se justifica principalmente por el hecho de que la crítica se centra en el individuo y su comportamiento como consumidor. De este modo, se estaría dejando de lado una crítica al modo de producción capitalista.

Las consecuencias que uno está dispuesto a sacar de esta política son, más que escasas, incluso ridículas. Unos tornillos de ajuste de impuestos y precios, algunas modernizaciones, como el famoso coche eléctrico.  Aquí, también, solo se considera fundamentalmente la gestión empresarial, es decir, desde la perspectiva del capital individual y no desde la perspectiva de todo el volumen de negocios material y todas las consecuencias asociadas, que, como es habitual, se ignoran o externalizan. La gravedad de la situación no se tiene en cuenta ni siquiera de manera rudimentaria.

Si no se critica el modo de vida y producción capitalista, entonces el problema debe ser necesariamente de mera tecnología y actitud individual. El capitalismo y su loca producción de valor de uso no se reconoce como una relación histórica de producción, sino que está más o menos naturalizado. De ello se deduce que el cambio climático solo se puede abordar si la gente cambia su comportamiento de consumo, vive el eco-vegano-verde, practica la renuncia, ya no reserva más viajes aéreos, etc. Dejemos que el capitalismo se vuelva verde y todo estará bien.

El hecho de que el capitalismo produzca catástrofes sociales es, por supuesto, todo menos nuevo. Siempre ha sido la tendencia de la sociedad burguesa ilustrada volverse contra aquellos que se han caído y son miserables, en lugar de contra la dinámica social que crea esta miseria en primer lugar. Por regla general, la miseria ha solido ser naturalizada o biologizada. Serían precisamente las predisposiciones hereditarias las que llevan al alcoholismo. O incluso demandas sociales exageradas, que siempre han sido una espina clavada en el costado de ideólogos como Hayek (cf. Kurz 1999, 642ff.).

Por lo tanto, si el capitalismo repele a ciertos grupos o masas de personas, en el sentido de que el mercado de trabajo no puede absorberlos, es decir, no pueden vender su fuerza de trabajo, entonces el problema no se ve en el sometimiento de las personas a los mercados de fuerza de trabajo o en la destrucción de su subsistencia o en su expulsión de aquellos, – no – es la gente misma la que ha tenido la absoluta desfachatez de existir y luego encima se atreve a quejarse. El cuidado de los pobres (por muy exiguo que sea) sería irresponsable, ya que empeoraría aún más la situación de los pobres. Los pobres se multiplicarían y todo empeoraría. Hay gente que se ha quedado en blanco en la lotería de la vida. Esta fue esencialmente la argumentación misantrópica del sacerdote reaccionario Robert Malthus con su “ley de población” (véase Malthus 1977 así como para una crítica de la “ley de población” Mielenz 2008 y Kurz 1999, 138 y sig.).

En el siglo XX, el maltusianismo fue retomado: El principal obstáculo para el desarrollo de los países del Tercer Mundo era el crecimiento demográfico. Entonces se hicieron esfuerzos para reducir el crecimiento de la población en el tercer mundo. Con este fin, la ayuda al desarrollo se vinculó con las medidas adecuadas. Estas medidas consistieron, entre otras cosas, en probar nuevos métodos anticonceptivos en mujeres del Tercer Mundo que no estaban permitidos en los países industrializados (ver, por ejemplo, los ensayos en: Contribuciones a la Teoría y Práctica Feminista No. 14). En la década de 1970, cuando la destrucción ecológica se convirtió en un problema, el pensamiento malthusiano estaba vinculado a la ecología. La “bomba demográfica” puso en peligro al planeta y pronto se alcanzarían los “límites del crecimiento”.

Por lo tanto, esto siempre debe hacer que uno se siente y tome nota cuando una crítica del modo de producción y de vida capitalista, que se basa en un consumo cada vez mayor de recursos (reconocible hasta por el último idiota por la llamada “obsolescencia planificada”) y en la indiferencia hacia el hombre y la naturaleza, se elude precisamente haciendo que el mero número o tasa de multiplicación de personas (sobre todo las de los países en desarrollo, por supuesto – lo que sin duda también tiene un componente racista) sea el verdadero escándalo.

El libro de Verena Brunschweiger Kinderfrei statt Kinderlos, que causó furor en 2019, también argumenta en este sentido. Cabe mencionar que el discurso antinatalista está mucho más extendido en el mundo anglosajón que en Alemania, en tanto que la posición de Brunschweiger no es en absoluto una “opinión exótica”. Se ve a sí misma como feminista y critica con razón la ideología de la maternidad, según la cual una mujer sólo tendría una vida plena si trajera niños al mundo, lo que supuestamente está de acuerdo con su naturaleza (posición que critica en Birgit Kelle, entre otros). Así pues, critica la discriminación de las mujeres sin hijos o con hijos. Brunschweiger afirma que en las sociedades occidentales se está produciendo un retroceso antifeminista, sobre todo en el contexto de una ofensiva pronatalista de fascistas como la AfD.

El libro también trata de las imposiciones que las personas sin hijos tienen que soportar cuando se exponen a los padres y a sus ruidosos hijos, quienes, según Brunschweiger, se atreven a pensar que aparentemente pueden salirse con la suya en público. Ella acoge los cafés sin niños. También critica la falta de opciones anticonceptivas para las mujeres de los países del Tercer Mundo, que no desean dar a luz para el resto de sus vidas. También critica el fenómeno opuesto de tener que traer niños al mundo a pesar de que los hombres/mujeres no están realmente en condiciones de hacerlo, es decir, critica las tecnologías reproductivas que perpetúan el culto a la maternidad y son en sí mismas despectivas de la mujer, ya que los efectos secundarios a menudo se ocultan o se minimizan, y las mujeres se ven más o menos reducidas a ganado por las tecnologías de inseminación artificial (se refiere aquí a la feminista Janice Raymond: La mafia de la reproducción, véase también Meyer 2018).

En su libro, describe las consecuencias para una pareja que tiene hijos. El ideal romántico del amor, especialmente en combinación con los niños, no es más que una tontería. Según varios estudios, las personas sin hijos son más felices que los padres. Las personas sin hijos, a diferencia de las que tienen hijos, tendrían, por tanto, más oportunidades de disfrutar de su vida, avanzar profesionalmente e implicarse en la protección del clima (!) Una pareja, pero más aún la madre correspondiente, se consumen por las actividades de cuidado, por lo que todo gira siempre en torno a los hijos y todos los demás contactos sociales, o actividades que no tienen nada que ver con la familia y los hijos, desaparecerían de la vida. El resultado son “mombies” y “daddiots”. Estos últimos son padres que piensan que pueden empujar un cochecito de niño como un hombre y demandan reconocimiento por ello. Apenas hay señales de igualdad de derechos o distribución equitativa de la crianza y las tareas del hogar entre ambos padres. A nivel fenomenológico, tiene toda la razón, pero en ningún momento considera (aparte del hecho de que los padres no deben dejar el grueso de la crianza de los hijos, el trabajo de cuidado y las tareas domésticas a las madres) cómo se podrían organizar socialmente las actividades reproductivas sin que se conviertan en una única imposición y calvario para los implicados. Falta una crítica del trabajo y de la esfera escindida. Su ejecución actúa como una naturalización del reino escindido (sobre la escisión de género, véase Scholz 2011 y 2017). Como se trata de una imposición, la única opción que corresponde a una posición feminista es prescindir de los niños. Las mujeres con hijos también dependen mucho más de los hombres que las mujeres sin hijos. Esto tiene que ver con la brecha salarial de género. Para las madres, ser madre significa un recorte en su carrera y el trabajo remunerado suele ser sólo a tiempo parcial.

Sin embargo, lo pérfido del libro es más bien la vinculación de un estilo de vida sin niños con la protección del clima: “Es una imposición exigir constantemente explicaciones a las mujeres sin niños por su decisión. Se necesita una nueva norma social que, por el contrario, espera que los padres expliquen por qué creerían que ellos, entre todas las personas, tienen derecho a poner en peligro aún más todas nuestras vidas en este planeta (!)” (Brunschweiger 2019, 50, énfasis en el original) Por lo tanto, para ahorrar CO2, se debe prescindir de los niños. Se refiere a varios estudios (cf. Schrader 2019). Ella asume que el problema es la cantidad de gente y que eventualmente llevará a la ruina de este planeta. Aquí queda claro que el modo de vida y la producción del capitalismo se naturaliza. Cuanta más gente, más vuelos y montañas de basura, por así decirlo. Si se reduce la tasa de natalidad para que el número total de personas se reduzca, el planeta puede recuperarse. También cree que no tener hijos es la decisión correcta, “porque muy pocos niños resolverán más tarde el problema del plástico en el océano como adultos o pondrán fin a la injusta distribución de la riqueza en nuestro planeta“. La gran mayoría se ganará la vida a mediano plazo como consumidores, consumiendo recursos que también podrían ser utilizados por alguien que ya está allí, o que, por supuesto, serían aún mejores si no se consumieran en absoluto” (ibíd. 130). Tales palabras no expresan otra cosa que la rendición incondicional. El hecho de que el espectáculo moderno del consumo pueda ser criticado y superado obviamente los excluye. Los niños necesariamente se vuelven tan estrechos de mente como sus padres. Así que sería mejor si nunca hubieran nacido en primer lugar. Así aprendemos que: cuanta menos gente, menos consumo de recursos, menos idiotas. Así que el antinatalismo sirvió no sólo para salvar a una mujer de la cárcel de la familia patriarcal, sino también para salvar el planeta. Cuanta más gente haya, más miseria, más recursos consumidos habrá y peor estará la tierra. Por consiguiente, también invoca al filósofo antinatalista David Benatar, quien argumentó que moralmente es imperativo “causar el menor sufrimiento posible“. Por lo tanto, según Benatar, existe “una obligación moral […] de no reproducirse” (ibíd., 37 y 36, énfasis mío). Menos gente, menos sufrimiento. Una persona que no nace no sufre. Es tan simple como eso. Una vez más, una contribución grandiosa al humanismo, como hemos visto en otra parte en el debate sobre la eutanasia (Peter Singer). Pero la cosa se pone aún mejor: Brunschweiger también invoca asociaciones antihumanistas como el VHMT, el “Movimiento de Extinción Humana Voluntaria (!!!), cuya convicción es que el resto de la biosfera tendrá la oportunidad de recuperarse una vez que los humanos “hayan desaparecido de ella” (ibíd., 117). En una entrevista con el Westfalen-Blatt (13/03/2019), Brunschweiger dijo que aunque tal posición era “demasiado grosera” para ella, empero, continuó Brunschweiger, ella “entiende que haya gente a la que le gustaría eso“. Por supuesto, no sería malo para el resto de la biosfera si pudiera recuperarse un poco de los humanos y los animales y plantas pudieran vivir en armonía por un tiempo. Pero si en Alemania fuéramos 38 millones en vez de 80 millones, entonces encajaría que una sola tierra es suficiente. Pero por el momento “necesitaríamos tres tierras“. Por otra parte, sugiere que la destrucción del medio ambiente no depende del número de personas, después de todo, mencionando que un “niño británico contamina el medio ambiente y desperdicia recursos 30 veces más que un niño subsahariano” (ibíd., 112). No profundiza en esta idea, especialmente porque probablemente asume implícitamente que más prosperidad significa más alineamiento con los estados capitalistas occidentales, con el correspondiente desperdicio de recursos.

En resumen, se podría formular que quien no quiera hablar de capitalismo, es decir, de la “contradicción entre sustancia y forma” (Ortlieb 2019), también debería guardar silencio sobre la ecología. Sin embargo, si no se discute la dinámica de explotación destructiva del capitalismo, es decir, la explotación del valor, la producción por el bien de la producción, etc., entonces cualquier medida de protección climática equivale esencialmente a un “seguir así” de negocios verde oliva o se convierte en un escalar en una agitación antihumana: Así considerado, en última instancia, el hombre, y no un modo insano de producción y vida, sería el problema.

 

Bibliografía y recursos
Brunschweiger, Verena: Kinderfrei statt kinderlos – Ein Manifest, Marburg 2019.
Kurz, Robert: Schwarzbuch Kapitalismus – Ein Abgesang auf die Marktwirtschaft, Frankfurt 1999.
Hofmann, Christian: Sobre el “fin de la crisis climática” (reseña del libro), en: Z – Zeitschrift marxistische Erneuerung, No. 121, Marzo 2020, 202-206.

Malthus, Robert: Das Bevölkerungsgesetz, Munich 1977, primero 1798.
Meyer, Thomas: Zwischen Ektogenese und Mutterglück – Zur Reproduktion der menschlichen Gattung im krisenhaften warenproduzierenden Patriarchat, 2018, en línea: https://exit-online.org/textanz1.php?tabelle=autoren&index=35&posnr=583&backtext1=text1.php.
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Mielenz, Christian: Como conejos – biologización y naturalización de los fenómenos capitalistas ejemplificados por la tesis de la “superpoblación”, en salida! – Krise und Kritik der Warengesellschaft, No.5, Bad Honnef 2008, 105-126.

Ortlieb, Claus Peter: Ein Widerspruch zwischen Stoff und Form – Zur Bedeutung der Produktion des relativen Mehrwerts für die finale Krisendynamik, in: ders: Zur Kritik des Modernen Fetischismus – Die Grenzen bürgerlichen Denkens, Stuttgart 2019, first 2008, 263-293.
Schrader, Christopher: Die Kinder und der Klimaschutz, spektrum.de, 13.3.2019, en línea: https://www.spektrum.de/news/die-kinder-und-der-klimaschutz/1629194.

Scholz, Roswitha: The Gender of Capitalism – Feminist Theory and the Postmodern Metamorphosis of Capital, 2ª ed. revisada, Bad Honnef 2011, primera 2000.

Scholz, Roswitha: Wert-Abspaltung, Geschlecht und Krise des Kapitalismus – Entrevista de Clara Navarro Ruiz con Roswitha Scholz, 2017, en línea: https://exit-online.org/textanz1.php?tabelle=autoren&index=32&posnr=572&backtext1=text1.php.
Stapelfeldt, Gerhard: Cambio climático. Hot Summers, Drought – Fridays for Future y The Greens as a People’s Party, 2019, en línea: https://www.kritiknetz.de/images/stories/texte/Stapelfeldt_Klimawandel.pdf.

Asociación de Investigación y Práctica de Ciencias Sociales para la Mujer: Contribuciones a la teoría y la práctica feministas, No.14 (Frauen zwischen Auslese und Ausmerze), Colonia 1985.

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