“Sobre el sistema de despoblación.” Por Luis Noël “Graco” Babeuf

Sobre el sistema de despoblación o La vida y los crímenes de Carrier: su proceso y el del Comité Revolucionario de Nantes

Luis Nöel “Graco” Babeuf

1794

Ediciones del SEI

:: Sindicato Espartaquista Internacional ::


El compañero comunista espartaquista Babeuf realizó un análisis de los motivos de la Guerra de La Vendée que titulo El sistema de despoblación. Esta obra de Babeuf, podemos afirmar, ofrece una moral de la revolución, sobre lo que la mata desde dentro y lo auténtico que la hace inmortal.

SEI

Prólogo Para Leer Al Final


Índice

  • Capítulo 1: Una mirada general
  • Capítulo 2: Instauración del virrenaito
  • Capítulo 3 Los plenipotenciarios en los Departamentos
  • Capítulo 4. Los personajes y las causas de la Guerra de La Vendée.
  • Capítulo 5: Costumbres y caracteres de los vendeanos
  • Capítulo 6: El plan de destrucción total
  • Capítulo 7: Legislación de sangre y fuego
  • Capítulo 8: Diario de las arocidades de Carrier
  • Capítulo 9: Juicio a Carrier y al Comité de Nantes

Capítulo 1


Una mirada general

¡Hombres de mi país! ¿No sentís la necesidad de preservar la memoria de los crímenes que superan todas las atrocidades que la Historia ha transmitido?

Estos crímenes, después de haber colmado vuestra indignación, absorbido toda vuestra atención, mantenido vuestro alma asustada presa de la rabia, durante los últimos días del incomparable verdugo que se mancilló con ellos, perpetúan en vuestra mente su impresión después de su muerte.

Vuestra imaginación no se libra, ni quiere librarse pronto, de las imágenes de sus espantosos actos. Vuestra venganza, insatisfecha de simplemente darles muerte para expiar tan gran cúmulo de crímenes, busca extenderse en el horror de recordarlos. Exigís que una pluma de hierro vuelva a retratar, en caracteres terribles, estas execraciones que han hecho temblar a la naturaleza. (3)

Oh contemporáneos míos, ¿os servirá finalmente de algo este espantoso cuadro? Sí, si grabando en vuestros corazones, con trazos indelebles, estas feroces inmolaciones de millares de vuestros hermanos, imprimimos, en cada uno de vosotros, la permanencia en vosotros de ese horror por los asesinos comprobados, que se impondrá al Poder, y que le hará recordar que la muerte atrae a la muerte: ¡Que no se juega con ella impuramente!; Que el título de gobernante no excluye el de asesino; Que el pueblo no se contenta con un castigo ordinario para un agente infame que ha abusado de sus poderes para masacrar a aquellos de quienes los recibió I Y que pueblos enteros, borrados por él de las filas de los vivos, claman sobre su cabeza miles de muertos.

¡Oh vosotros!, posteridad, yo, en el mismo sentido os digo que no debéis ocultar a vuestros ojos, considerando solo la parte buena, los hechos que tal vez seríais afortunados de ignorar, a nuestra memoria y a vuestra satisfacción, de no saber la cobardía con la que hemos sufrido, durante demasiado tiempo, la carnicería de nuestros hermanos, por horribles carniceros que no tienen dignidad.

¿Por qué todavía tenemos que vislumbrar hasta qué punto esta debilidad por nuestra parte mermará el brillo, tanto de aquellos momentos de verdadera energía que la historia tampoco dejará de transmitiros, como de aquellos primeros tiempos de filosofismo y virtud pública, que nunca debieron abandonarse? ¡Ambiciosos! ¡Sois vosotros y vuestros detestables sofismas políticos los causantes de ello!

Gobierno revolucionario. Sois vosotros, sí, sois vosotros, y vuestros infames inventores, quienes han impedido que una revolución, iniciada por la sabiduría y la virtud del pueblo fuera consolidada con esos mismos elementos.

Es impropio, cuando se habla de los efectos, callar sobre las causas. La historia de la revolución francesa que yo emprendo hacer es la del motor del mayor poder ejecutivo del gobierno revolucionario, forma parte, por tanto, de la historia de ese gobierno.

¿Cómo puedo hacerlo sin hablar de este gobierno mismo? Es indispensable para mi abordar este tema, de lo contrario me estaría prohibido pintar el cuadro de la vida de Carrier. Los colores negros que uso para pintarlo fielmente con el sistema del que surgió la fealdad cadavérica que la caracterizó pueden no ser inútiles para la Patría.

Mi pluma se resiste a abordar el boceto del coloso de crímenes que se ha condenado a exponer a la vista de los humanos horrorizados. ¿Soy realmente capaz de dar algún tono de vida a este cuadro, si mi alma es una sensible entusiasta de la virtud, irritable ante la menor injusticia?

Oh, siento que por mucho que me cueste emprender tan difícil tarea, una vez que la haya comprendido, seré incapaz de pintar fríamente tamaña red de actos asesinos cuyo espectáculo inaudito, desgarrador y repugnante estaba reservado a nuestros días.

Los historiadores planos han intentado narrar la vida política de varias figuras de la Revolución, algunos de los cuales han sido considerados culpables sólo porque convenía a las facciones que aparecieran como culpables. Ninguna de estas relaciones es digna de pasar a la posteridad. Ni siquiera tienen el mérito de ser novelas bien escritas.

Se centran en las vidas supuestamente secretas y privadas de los héroes, que son escudriñadas de manera evidentemente apócrifa, los pecadillos de la infancia, de una manera obviamente apócrifa, mientras que la parte esencial, la que debe representar al hombre público, sólo se roza, y a la manera de los intereses del partido dominante. No seguiré este camino servil.

¿Qué le importa a Francia saber que Carrier hizo tal o cual travesura en sus juegos de niño, y que Carrier, de joven, hizo tal o cual trastada o que Carrier, fiscal en el antiguo tribunal presidencial de Aurillac, pudo haber sido un poco más bandido que otros diez mil bandidos colegas suyos? Es el Carrier indigno legislador y masacrador en Nantes al que interesa conocer

Es este monstruo, saturando crueldades, palpándolas con deleite, mostrando, por la menor evidencia equívoca del feroz deleite que derivaba de ellas. Fue este ogro devorador quien, combinando la más desvergonzada lujuria con la más sanguinaria furia, hacía a los mismos individuos víctimas por turno de sus pasiones concupiscentes y de sus pasiones asesinas.

También es necesario revelar todas las circunstancias que conspiraron para dar a este carnívoro salvaje toda la latitud que necesitaba para saciar su sed de sangre humana. ¡Valiente veracidad ven a mí con tu ayuda; que con ella no me sienta frenado por ninguna restricción del Poder, y que no nos expresemos de manera diferente hacia la presente generación de como lo haríamos ante la posteridad!

No es Carrier quien primero debe ser visto como un villano en La Vendée. Es necesario fijar allí lo que le precedió. Este examen nos llevará sin duda a reconocer- y Carrier tal vez ya no será, en relación con estos primeros culpables, nada más que estos primeros culpables son para el Comité Revolucionario de Nantes es para Carrier, es decir, un Carrier, es decir, un instrumento de complicidad.

En la comprensión del mecanismo de cualquier máquina, siempre es necesario volver al resorte principal para apreciar plenamente el uso de cada engranaje. No debemos engañar al público designando como fuerza motriz lo que no es más que una palanca, subordinada a ambos pistones. Así, aquí llegará una nueva ráfaga de verdad a disipar parte de la niebla que ya hemos empezado a despejar, y a mostrar visiblemente, en su posición de primeros reguladores del impulso, a quienes no les importaría ser conocidos como tales.

La naturaleza o la educación bien pueden dar al mundo lacras, monstruos malignos como como Carrier, como Lebon o como Collot; pero, en sociedad, no pueden ejercer sus estragos destructivos, sin que los que se entrometen en la gestión del gobierno consientan su repulsivo especáculo.


Capítulo 2


Instauración del virreinato

A los observadores no se les ha escapado hasta ahora que la desgracia de la República fue decretada el día en que la Convención creó el virreinato o el proconsulado para cada departamento. Se recordará que fue la guerra de la Vendée la que dio lugar a esta peligrosa concepción, que, en medio de la agitación y la alarma, fue aceptada sin examen y sin pensar en las desastrosas consecuencias que tal medida iba a acarrear. Esa medida se generalizó entonces insensiblemente para todos los departamentos, bajo el pretexto de que estaban casi todos en contrarrevolución. Aunque sólo sea desde el punto de vista de esta fatal invención, toda Francia debe deplorar la desgraciada guerra de la Vendée. La instauración del proconsulado fue la del gobierno revolucionario, y quien no advierta su origen hasta el 14 de Frumario (*) es poco perspicaz.

Carra fue el primer virrey, y la adjudicación de plenos poderes al marchar a la Vendée es el acto que debe considerarse como el fundamento del sistema revolucionario de gobierno. La República iba a cubrirse de crespones y cipreses, presagiando las muchas calamidades que iban a sobrevenirle. Iba a ver, a partir de entonces, los departamentos entregados a la arbitrariedad, y a todas las pasiones de unos pocos hombres que no dejarían de embriagarse con el poder reunido por entero en sus manos.

Ella tenía que ver a la realeza travestida, y disfrazada solo con traje tricolor, quien, lejos de la mirada del Senado, se permitiría todo aquello que pueda inspirar el deslumbrante delirio de una dominación ilimitada, que nunca hubiera esperado estar en condiciones de ejercer. Ella debía ver no solo, como ha dicho el autor de un libro muy estimable y luminoso, el retorno de aquellos tiempos anárquicos, cuando Francia era presa de varios presa de varios tiranos, cuando tenía sus reyes de Aquitania, reyes de Aquitania, Soissons”, etc., sino algo mucho peor, ya que los súbditos de los reinos de Soissons y Aquitania tenían que obedecer los caprichos de un solo déspota, mientras que los departamentos, dejados en manos de los plenipotenciarios, tenían que observar al mismo tiempo, tanto la legislación del procónsul como la del cuerpo senatorial, que no siempre eran coherentes; y cuando había contradicciones entre ellas, no era poco embarazoso tener que elegir por necesidad la alternativa entre uno u otro poder.

La República tuvo que ver que ya no iba a estar sometida a leyes legítimas, es decir, a leyes que expresaran la voluntad general, propuestas por sus delegados y sancionadas por el pueblo, sino arrastrarse bajo leyes que expresaran la voluntad de uno o unos pocos hombres, es decir, en francés puro, bajo una tiranía perfecta, tan perfecta como jamás pudo existir.

La República tuvo que ver que, con esta medida, sus legisladores electos, se desviaban absolutamente de los deseos de su representados que los habían enviado especial y unicamente a comparecer en la asamblea total de los delegados del pueblo, con el fin de contribuir a la gran obra del código social; una misión sagrada y exclusiva de la que un representante no podía desviarse sin delito, o sin la ignorancia más capaz de justificar que no era digno de su sublime misión, puesto que no sabía darse cuenta de su importancia, y sentir que su única posición estaba en el Senado; que sus únicos deberes eran los de colaborador en hacer la legislación que el pueblo necesitaba y que desviarse de ello era una derogación culpable de la voluntad del pueblo, que quedaba defraudada, en el sentido de que, habiendo determinado el nombre de los agentes que había considerado adecuados para la elaboración de esta legislación, podía considerarla viciosa, y tal vez nula en su forma, tan pronto como este nombre dejara de ser integro; y más aún, tan pronto como la distracción de los trabajadores legislativos, llevada hasta cierto punto, dejó el campo libre a un pequeño número de coautores, que de los que quizás cabría sospechar, con razón, que serían los que habrían maniobrado para el distanciamiento de sus compañeros, para apropiarse sólo y por sus propios motivos del dominio de la construcción de las leyes: que, en lugar de ser la construcción de todos los arquitectos elegidos por el pueblo, se convirtió en la de un camarilla, formada por los más astutos e intrigantes entre ellos.

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  • Frimario: Tercer mes del calendario francés de la Revolución, cuyos días primero y último coincidían, respectivamente, co  el 21 de noviembre y el 20 de diciembre. Por tanto, se refiere al 5 de diciembre de 1793.

Capítulo 3

Los Plenipotenciarios en los Departamentos

Se dirá sin duda que, en un asunto como el de la Vendée, era indispensable enviar comisarios civiles, y que la Convención creyó no poder depositar su confianza, para misiones de esta importancia, mas que en hombres sacados de su seno.

El amor propio fuera de lugar, – Vanidad de vanidades-. I ¿Hasta cuándo se insultará al pueblo hasta tal punto? Debemos muchos males a este prejuicio, real o fingido, de que la crema de la humanidad reside exclusivamente en lo que se ha dado en llamar senador convencionario.

Pero para que lo que no es más que un efecto sea puro, debe reconocerse que la causa de la que procede es igualmente pura. Ahora bien, los diputados de la Convención procedían del pueblo. Si la mayoría es pura, también lo es la masa del pueblo, pues sería imposible que, corrompida, esta masa hubiera sacado de su seno precisamente la pequeña porción que aún no se había corrompido, y que, después de este escrutinio, nada bueno hubiera quedado en el pueblo; más bien hay que deducir que el pueblo, corrompido en la aristocracia o en el contrarrevolucionismo, hubiera elegido, para su representación, la escoria de su corrupción.

No lo hizo, por lo tanto la masa del pueblo es pura, y por lo tanto la Convención pudo creer que estaba en condiciones, sin desmembrarse, de encontrar en el pueblo hombres que, al igual que sus miembros, hubieran sido capaces de cumplir las misiones más importantes. Se ha dicho como excusa que se habían presentado innumerables quejas contra los comisarios del poder ejecutivo, tomados de la clase de los laicos, enviados a los departamentos después de la jornada del 10 de agosto. ¡Cómo se comparan sus hazañas con las de los misioneros del Areópago!

En el fondo, los antiguos republicanos sembraron en los departamentos las semillas de la democracia pura; fueron los fecundos precursores del sistema popular; consiguieron, con mágica rapidez, levantar esas falanges, que hicieron retroceder asustados a los tiranos cuya audacia nos había amenazado demasiado de cerca. Para lograr tal conmoción, se requería vigor, y este vigor no podía satisfacer a todos.

Pero, ¿cuál es la diferencia entre los medios revolucionarios y toda la conducta de estos primeros apóstoles, y las asperezas posteriores de nuestros sacerdotes? El paralelo mostrará que éstos eran ángeles benéficos, comparados con los otros que serán llamados genios antihumanos.

Dejemos, pues, de atribuir al carácter de representante del pueblo ese prestigio idolátrico, ese fanatismo servicial, esa falsa idea de infalibilidad o, cuando menos, de capacidad superior a la de los demás ciudadanos.

No, mi delegado no está en condiciones de hacer más milagros que yo, no he tenido el poder, al condecorarle con su dignidad, de infundirle una sabiduría infinita; sigue siendo un jamón como lo era antes; cometerá tantos errores como los demás hombres, y tal vez incluso más, porque el poder deslumbrante con el que le he investido inesperadamente le deslumbrará. No se puede decir que la experiencia nos apoye poco en este sentido. La historia que estoy escribiendo es (de esta experiencia) una parte inmortal.

Mi conclusión de lo anterior es, como ya he establecido en parte, que la infame guerra de la Vendée nos dio el mal presente de los primeros fundamentos del gobierno revolucionario, mediante la creación de virreyes departamentales, con sus poderes ilimitados, incluido el derecho de vida y muerte; Y añadiré que creo haber demostrado que esta fatal institución podía y debía haberse evitado sustituyéndola por comisarios nacionales ajenos a la legislatura, cuyos poderes se habrían especificado y, en caso necesario, modificado sucesivamente, y cuya conducta habría sido siempre dirigida por el centro del gobierno. Digo que estos comisarios, dependientes y obligados continuamente a rendir cuentas, tal vez no habrían hecho tanto daño como los plenipotenciarios-senadores, y desde luego no habrían hecho más. Digo que de este modo la ley habría sido lo que debía ser, al menos el resultado de la delegación masiva del soberano, y sólo a ella se habría obedecido, en lugar de tener que doblegarse, en cada lugar, bajo la legislación caprichosa y voluble de un procónsul.



Capítulo 4


Los personajes y las causas de la Guerra de La Vendée

Es aquí donde invito al lector a abrir bien los ojos. Ha llegado el momento y la ocasión para revelar a Francia un inmenso secreto. ¡Ay, pobre de mi! Que no podría haber sido descubierto hace dos años. Tal vez un millón de sus habitantes, bajados a la tumba, todavía estarían vivos.

Es una gran revelación la que se nos acaba de dar en un escrito titulado: “Causas secretas de la revolución del 9 al 10 de Termidor”. >>

El autor, Sempronius-Gracchus Vilate, un joven de 26 años, ex jurado del tribunal de sangre de Robespierre, merece cierta credibilidad, en cuanto demuestra haber vivido en la intimidad de este líder de los Decenviros y de todos sus ministros, Barère, Saint-Just, Couthon, Billaud, Collot; y que da pistas bastante seguras de que ha sido admitido en sus consejos secretos e iniciado en los misterios más profundos en cuanto, además, a su calidad de prisionero a la Fuerza, le interesa en dar esta revelación, pero en darla sólo verdadera; y que, finalmente, se verifica de manera más convincente, cuando se considera la marcha de los acontecimientos de la Revolución, cuyo objetivo había sido hasta ahora un problema, ​​que deja de serlo por la explicación del indiscreta confidente del Decemvirato.

Esta importante revelación consiste en el hecho de que el sistema que voy a especificar existió. Maximiliano Robespierre y su consejo habían calculado que una verdadera regeneración de Francia sólo podía tener lugar mediante una nueva distribución del territorio y de los hombres que lo ocupaban. Parecían convencidos de que los reguladores de un Pueblo no han hecho nada estable y sólido para su regeneración, si no se han percatado de la gran conclusión de Santiago, que para que el gobierno se perfeccione, todos los ciudadanos deben tener bastante y ninguno de ellos tener demasiado”, y si en consecuencia, ellos, (los reguladores) como Licurgo en Esparta, han asegurado, de manera inalienable, el dominio de cada individuo y su porción suficiente de alimentos, garantizados en todas las combinaciones convenientes, incluso sobre la del cálculo de la proporción entre la población y la suma total de los productos del suelo: es decir (para explicar muy claramente esta última muy parte esencial del sistema) que era necesario, en el plan de estos grandes legisladores, no permitir que la población excediera jamás la proporción del total productivo anual del territorio, de modo que el estado y la porción alimentaria de cada uno de ellos significa, siempre podría estar completo. >>

De estas primeras bases se derivan las siguientes consideraciones y consecuencias.

1° Que en el presente estado de cosas, la propiedad había caído en manos de un pequeño número, y que la gran mayoría de los franceses no poseía nada.

2º Que si se permitiera continuar este estado de cosas, la igualdad de derechos no sería más que una palabra hueca, a pesar de lo cual la aristocracia de los terratenientes seguiría siendo real, unos pocos seguirían siendo tiranos de las masas, la mayoría todavía esclava de la minoría, por el poder inevitablemente poseído por quienes lo controlan todo, para dominar la industria, para abrir o cerrar sus recursos; y por necesidad, a los contribuyentes o proletarios para recibir de los primeros la ley, y la distribución del trabajo, y del impuesto sobre los salarios, y los objetos de consumo.

3° Que para destruir este poder de los propietarios, y lograr poner a la masa de la masa de los ciudadanos fuera de su dependencia, no había otro medio que primero el de poner primero toda la propiedad bajo el control del gobierno

4º Que sin duda esto sólo se lograría inmolando a los grandes poseedores, y mediante terror tan fuerte como para ser capaz de persuadir a los demás a cumplir de buena gana.

5 Que, además, la despoblación era indispensable, porque, después de calcular la población francesa excedía los recursos del suelo y las necesidades de la industria útil: es decir, que había demasiada gente en Francia para que todos vivieran a gusto; que había demasiados hombres para hacer todo el trabajo para la ejecución de todos los trabajos de utilidad esencial; que esta verdad quedaba probada por la única medida certera, la encuesta del producto total del cultivo y de la economía rural, medida más allá de la cual no hay otro cálculo que hacer, ya que todas las demás artes posibles son incapaces de producir una libra más de pan.

6 Por último, (y ésta es la horrible conclusión), la sobreabundante población había llegado a ser tanta (nos falta el edicto de los famosos legisladores) que juzgaban que habría una porción de sans-culottes a sacrificar en ella, que se podría “limpiar estos escombros (en expresión de Barère: Causes secrètes, p. 14) hasta determinada cantidad”, y que encontraría los medios para hacerlo.

Tal era el gran secreto de Estado, un secreto demasiado cierto, confirmado por indicios sin duda muy llamativos en las Causas secretas, pero aclarados de manera aún más convincente por la comparación de los hechos que caracterizaron la marcha del gobierno del Estado de los Decenviros.

Estoy dando, a mis contemporáneos y a la Historia, una clave muy explicativa de un gran número de medidas, el conjunto de las cuales hasta ahora parecía presentar un gran problema político. ¿Qué son el máximo, los exacciones, la Comisión de Subsistencias?: ¿El primer acto de toma de posesión de todos los bienes por parte del gobierno? ¿Qué son las guillotinadas, de los ricos por preferencia, y las confiscaciones bajo pretextos de todo tipo?: El segundo acto de la misma investidura

¿Qué significa el esmero puesto, con toda evidencia, por los Comités de Gobierno, – y la igual satisfacción que hemos visto también que sentían -, para que miles de vendeanos cayeron bajo la espada de los soldados de la República, o para que miles de soldados de la República fueron masacrados por los vendeanos?

Esta aparente contradicción, que parecía asombrosa, inexplicable, al honesto y desafortunado Philippeaux, quien encontró (Carta al Comité de Salud Pública, 16 Frimaire, Año II) que “la guerra en Vendée se estaba convirtiendo cada día en un laberinto de misterios y de prestidigitaciones “, pero que sin embargo se apercibió claramente de que “debía su desarrollo y su duración a una evidente conspiración, cuyos actores gozaban de un gran poder, ya que habían asociado a sus horribles éxitos incluso al gobierno”.

Esta aparente contradicción, digo, deja de serlo, cuando se considera el Sistema de Despoblación, en el que rebeldes y fieles por igual son todos buenos para la destrucción: al explicar este espantoso sistema, supero la sorpresa con que nuestra misma desgraciada víctima, el respetable Philippeaux, decía que “a nuestros sobrinos les costaría concebir que todos los pérfidos, cobardes o imbéciles generales que, en esta guerra, han apuñalado a la República, gocen todos de la mayor seguridad, que ni uno solo haya sido castigado, y que varios, por el contrario, estén embriagados de favores, mientras que los valientes y generosos soldados que tuvieron la leal bonhomía de querer acabar con esta guerra, hayan sido castigados”.

¿Qué son esas infames traiciones, aparentemente vigiladas y reprimidas, pero en realidad protegidas y toleradas, que han entregado a nuestras innumerables falanges a la muerte en las fronteras, por la miseria, por un régimen más asesino que servicial en los hospitales, por las instrucciones más pérfidas en las emboscadas, en las degollinas del enemigo?

¿Qué es este proyecto de cruzadas eternas, de repulsión de la paz, de conquista universal, de conversión o sometimiento de todos los reyes y de todos los pueblos si no la intención oculta de que nadie regrese de esta parte tan importante de la nación, que se armó tan generosamente para expulsar al enemigo del territorio francés?


¿Qué son estas distribuciones de socorro a los hijos y esposas de los que luchan si no la primera cuota de la repartición del suelo agrario?

Con el sistema de despoblación y su nueva disposición distributiva de la riqueza entre los que tenían que preservarse, todo se explica: La guerra en La Vendée, la guerra exterior, las proscripciones, las guillotinadas, rayadas, ahogamientos, y confiscaciones, los topes máximos, las requisas, los embargos, y la generosidad a ciertas sectores de individuos, etc

Aquí ruego que nadie sospeche de mi doctrina. No hago ningún misterio de ella. No la oculto. No tengo opiniones circunstanciales, y no me importa si lo que sigue ya no está en la orden del día, ni si se juzga precoz o caducada.

Mis opiniones, una vez alojadas en mi cerebro, están ahí para la vida eterna, y todas las guillotinas juntas no me harían renunciar a los artículos de los derechos del hombre, que me permiten expresarlas libremente.

Dicho esto, declaro que sólo hago aquí el papel de un historiador franco y singularmente libre, que narro todo lo que creo que es verdad; Declaro que no pretendo censurar la parte del plan político de Robespierre relativa a las quitas impuestas a los ricos en favor de los hijos y padres de los defensores de la patria.

Ni siquiera censuro las medidas institucionales que pretenden desangrar al hijo de la fortuna para premiar a estos mismos defensores, a su regreso del combate. Lo que voy a decir ya ha sido reflexionado y observado, pero no se puede hacer demasiado. Lo repito.

No sería justo que alguien que nada tiene que arriesgar se sacrifique por defender la propiedad en beneficio de quien la posee, pero que éste dejara languidecer a su familia y a él mismo a su regreso, si la suerte le permitiese sobrevivir a las fatigas y los peligros de la guerra.


Yo voy más lejos. Digo que (aunque este papiniano parezca parecerse al sistema de Robespierre) se luche o no, el territorio de un Estado debe asegurar la existencia de todos los miembros de ese Estado: Digo que cuando, en un Estado, la minoría de los miembros ha logrado acaparar en sus manos la riqueza de la tierra y de la industria, y que por este medio mantiene bajo su vara, y utiliza el poder que tiene para hacer languidecer de necesidad a la mayoría, hay que reconocer que esta invasión sólo ha podido tener lugar al amparo de las malas instituciones de gobierno; Y entonces, lo que la administración anterior no hizo en su momento para impedir el abuso o para reprimirlo en su inicio, la administración actual debe hacerlo para restablecer el equilibrio que nunca debió perderse, y la autoridad de las leyes debe producir una reversión, que se vuelva hacia la razón última del gobierno perfeccionado del contrato social: “Que todos tengan suficiente, y que ninguno tenga demasiado. “

Si esto es lo que vio Robespierre, lo vio como legislador. No serán legisladores todos aquellos que no tiendan, mediante instituciones imposibles de quebrantar, a poner límites seguros a la codicia y a la ambición, a destinar todos los brazos al trabajo, y a garantizar, mediante este trabajo, la satisfacción de las necesidades de todos, la educación igual y la independencia personal de todo ciudadano respecto de sus conciudadanos; a garantizar del mismo modo las necesidades, sin deber de trabajo, para la infancia, la debilidad, la enfermedad y la vejez.

Sin esta certeza de lo necesario, sin esta educación, sin esta independencia recíproca, nunca lograréis hacer amable la libertad, nunca produciréis verdaderos republicanos. Y nunca tendréis tranquilidad interior, nunca gobernaréis en paz, nunca el puñado de ricos disfrutará con seguridad de su exceso escandaloso, junto a las masas hambrientas.

Si los primeros son justos y abren los ojos a la verdad, a sus propios intereses, ellos mismos lo llevarán a cabo; de lo contrario, la naturaleza (ella siempre ha sido justa) cuando la medida está colmada, cuando el enjambre de gente a la que se le ha cerrado toda despensa, se ha vuelto devoradora, ya fuerza todos los diques; entonces estalla esta guerra intestina, que siempre subsiste entre los hambrientos y los hambreados, y lo derrama todo; y entonces no hay gobierno que pueda detener el torrente; en ese momento se hace realidad lo que Bertrand Barère decía en cierto reportaje: “Los miserables son los poderes de la tierra, tienen derecho a hablar como amos a los gobiernos que los desatienden. “

Sólo la despoblación es capaz de calmar este viento impetuoso; pero el mero intento de este medio no está exento de peligro. Bertrand Barère, Maximilien Robespierre y sus asistentes lo han experimentado.

Desaprobé, sobre todo, y creo que estoy al unísono con mucha gente, desaprobé este punto particular de su sistema. Aparte de que al contrario que ellos yo no creo que las producciones del suelo francés hayan sido alguna vez inferiores en proporción a las necesidades de todos sus habitantes, sigo siendo, un hombre con prejucios cuando se trata de exterminar hombres.

No a todos les es dado estar a la altura de Maximilien Robespierre. Creo que aun cuando se reconociera bien que los medios de subsistencia de una nación no serían suficientes para satisfacer el apetito de todos sus miembros; Creo que entonces las simples leyes de la naturaleza mandan, en lugar de la despoblación, la privación parcial de cada uno de los miembros, para satisfacer por igualdad, en la proporción usual, las necesidades de todos.

No ignoro que Platón, Mably, Montesquieu y algunos otros han hablado de la posibilidad de una población superior a la que el territorio es capaz de soportar. Ninguno de ellos tiene la osadía de insinuar la matanza a sangre fría de la porción que sobrecarga al Estado. No ocultan que esto puede ser un inconveniente muy perjudicial para la felicidad común.

Pero sólo aconsejan instituciones coloniales u otros medios casi similares, para remediar el mal presente, y hacer arreglos políticos, que en nada dañan las leyes naturales, para prevenir peligros futuros similares. Este asunto que, sin duda, desgradaciadamente, el genio de Robespierre sopesó demasiado y maduró mal, es sin embargo digno de toda la atención de los miembros del Senado, y quien no soñará con reflexionar sobre ello no es un legislador.

Tuve que desarrollar con cierta extensión el asunto del sistema de Decenviros, sin el cual no podría haber presentado bien la historia de Carrier. Esta historia no es aislada, está muy ligada a la del gobierno anterior, me refiero al gobierno que recibió una gran modificación el 9 de Termidor. Ahora bien, no es una digresión extraña analizar el espíritu, el plan y los puntos de vista de este gobierno, para el que era necesario una guerra en Vendée, por lo que le era necesario tener ejecutores como Carriers. Esto lo digo porque el conocido Carrier fue sólo el último de un gran número de sujetos parecidos que antes que él estuvo empleado y trabajó como él en este infeliz país.

Entonces vemos que muchas cosas están vinculadas aquí; primero, el sistema general de gobierno de Maximilien Robespierre; luego la Guerra de Vendée, accesorio esencial de este sistema; luego los variados instrumentos empleados en esta guerra, y el tipo de movimiento común impartido a todos; finalmente el instrumento Carrier, el último y más cortante de todos los instrumentos de esta misma guerra, y aquel por el cual se iba a consumar el plan de despoblación en nuestra República Occidental.

Pero ya podemos reconocer que Carrier, como él mismo dijo, era sólo un instrumento, sólo un resorte subordinado e incluso posterior a muchos otros resortes: Y ya podemos ver – y lo veremos más claramente más adelante – que este engranaje exterminador había tenido ante sí una infinidad de otros engranajes no menos asesinos, de los que había recibido el impulso, casi tanto como de la acción inmediata de la fuerza puesta en el centro de la máquina política, que había dado a estos primeros agentes subordinados el camino de dirección asesina que trazaba a Carrier, quien no hacía más que sustituirlos, la espantosa obligación de seguir ese camino.

Por lo tanto, no debería sorprender si incontinente todavía no llego de inmediato a los hechos y crímenes individuales de Carrier. Creo que estoy escribiendo una parte de la Historia, pues la de mi temible héroe debe ocupar un lugar destacado en la parte trágica de los anales de la República,

Pero quien da un fragmento aislado de la Historia debe, no sólo para darle algún interés, sino incluso para hacerlo inteligible, acompañarlo de lo que está íntimamente ligado a él. Narrar crudamente los horrores de Carrier sin decir de dónde y cómo le fueron inspirados, es como el padre desentendido que deja a su hijo pequeño asombrado al ver agitarse las hojas de los árboles, sin tomarse la molestia de explicarle qué es el viento el que las mueve, y que sólo puede ser su poder el único causante de esa agitación.

Sacerdotes, vosotros también atribuíais causas a todo lo que llamabais malas acciones; para vosotros solía ser la inspiración directa del Maligno, y su inspiración indirecta por medio de ejemplos perversos. También vosotros debéis reconocer la inspiración directa e indirecta de los espíritus de las tinieblas, que guiaban las manos populicidas de Carrier y compañía.

Así, como el historiador severo y perfectamente libre, vamos a hacer el importante examen de si Carrier fue autor o sólo cómplice, o mejor dicho, vamos a abrir una gran galería en la que trataremos de descubrir a los autores, cómplices, autores materiales y adherentes de los crímenes de la Vendée: cuáles fueron los crímenes, sus circunstancias, su carácter y su número: si parecen formar parte de un sistema de exterminio general, si se pretendió masacrar a unos masacrando a otros, y si pareció igualmente conveniente a los Poderes reguladores ver la carnicería del ejército católico francés o la carnicería del ejército republicano francés Distinguiremos el lugar que ocupa Carrier en todo esto.


Capítulo 5

Costumbres y caracteres de los vendeanos

Todos los informes que nos han llegado sobre el carácter y las costumbres de los habitantes de los departamentos insurgentes, que se han confundido bajo el nombre común de Vendée, coinciden todos en dar la idea de hombres rurales, sencillos, buenos, humanos, muy próximos a la naturaleza, y por consiguiente muy aptos para aceptar bien el dogma de la libertad, si sus mentes no hubieran sido ya subyugadas por las dos supersticiones del sacerdocio y la nobleza, que los convertían en víctimas y no en culpables.

Todavía generalmente se está de acuerdo en que, a pesar de estas primeras impresiones corruptoras si la religión del republicanismo les hubiera sido llevada y presentada como debiera, habría sido fácil hacer caer la venda que ofuscaba los ojos de estas poblaciones descarriadas. Pero, ¿podemos reconocer que el designio que teníamos en estas desdichadas regiones era lograr su conversión, cuando vemos que allí se predica la fe democrática exactamente como se predicó la de Cristo en México?

Que un Raynal (*) venga y compare la conducta de esos feroces españoles hacia los peruanos con la de nuestros locos franceses con sus hermanos de la Vendée, ¿qué diferencia encontrará? Bárbara atrocidad por un lado, y atroz barbarie por el otro.

Allí, con el crucifijo en una mano y el puñal en la otra, dijeron a los que nunca habían oído hablar de Jesús el Galileo: “Reconoced a vuestro Dios u os mato”. Aquí, con la escarapela nacional en una mano, y el hierro en la otra, a los que nunca habían podido formarse las ideas de libertad se les amonestaba aparentemente con esta breve fórmula: Cree en los tres colores, o te apuñalo >>.

Solo han cambiado las decoraciones y los nombres de las máscaras, pero el fondo de los dos cuadros es absolutamente el mismo. ¿Qué estoy diciendo? No ha sido eso. No teníamos la alternativa de salvar nuestra vida adorando lo que no conocíamos, y dejar allí lo que, bajo pena de eterna tortura, nos habíamos visto obligados a creer que eran los legítimos poderes del cielo y de la tierra.

No se hablaba de aceptar la conversión y admitir en el seno de la República a cualquiera que depusiera las armas y viniera a presentarse en ella. No, estaba prescrito… matar y quemar todo. Ya nadie era sensato, ya nadie podía ser creído leal o capaz de rendirse en este país declarado en rebelión.

Soy un patriota y te lo demostraré -dijo un pobre hombre honesto de la Vendée. Tanto peor, replicó un bandolero tricolor deseoso de saquear sus despojos; vives en una tierra maldita, morirás. >>

E inmediatamente, el desdichado y pacífico campesino fue abatido, expiró sobre su hogar, su agonía fue equivalente a mil muertes, por la conmovedora visión de su esposa a quien ve correr la misma suerte, pero entregada antes a los brutales horrores de sus vulgares asesinos…, de sus hijos igualmente inmolados, llevándose al final su casa presa de la codicia rapaz de los caníbales, y finalmente entregadola a las llamas bajo las que exhalará su último suspiro. ¡Qué visión tan angustiosa!

No lo creeríamos si no lo comprobáramos con pruebas concretas y hechos verificados. Hay que llevar a cabo esta tarea. Debemos rasgar completamente el velo que nos ha impedido descubrir hasta ahora que solo hubo una insurrección en la Vendée porque gobernantes infames quisieron que sucediera, y que formaba parte de su espantoso plan, mientras que la nación era escardada en todas sus diversas partes, para segarla por completo en toda una región que, por su belleza y sus bondades productivas, proporcionaría un vasto recurso para el establecimiento de las primeras nuevas colonias agrarias.

Repasemos de nuevo los diversos informes de observaciones que hemos tenido, sobre el carácter de los habitantes de una octava parte de la República, que han sido masacrados casi en su totalidad, sobre el origen de la supuesta insurrección; y sobre la conducta de los reguladores al hacer que las máquinas de guerra reprimieran lo que no parecía ser, en un principio, más que una ligera efervescencia, y reconoceremos que tal vez tenía razón al escribir en otra parte que, para acabar con esta guerra bastaba con enviar batallones de misioneros, apóstoles de la libertad, capaces de presentar la doctrina con todos sus encantos, quienes habrían hecho volver fácilmente sin derramamiento de sangre al seno de la República a los pueblos que sólo habían sido engañados por unas hordas de impostores.

Volvamos a Philippeaux. Aunque él se propone esencialmente demostrar esta parte de la villanía de nuestros dirigentes políticos, que se habían encargado de hacer inmolar a nuestros batallones nacionales por los insurgentes, este mártir memorable y generoso revela en mil lugares su razonada opinión sobre la extrema facilidad con que también habría sido posible salvar del derramamiento de sangre a las demasiadas víctimas del error y la sinrazón; y sobre los medios, tan sencillos como palpablemente eficaces, con los que se podría haber evitado esta terrible guerra. Por eso dejaba sus intuiciones, sus semipruebas, que sin embargo podrían servir poco más o menos que como demostraciones sobre los motivos y las actividades de los comités de tiranía pública y de opresión general, para maquinar, luego extender y después alimentar este horrible cáncer intestino.

Choudieu, el apasionado adversario y principal perseguidor del clarividente y abnegado filántropo que acabo de mencionar, ni siquiera consigue acercarse, en su informe sobre la Vendée, a pesar de todo el arte con que se esfuerza en hacerlo; a negar este hecho crucial.

Este informe puede inspirar mucha confianza, en toda su primera parte, que confiesa que, dadas las circunstancias, es necesario no ser mentiroso en todo. Ahora bien, estas confesiones consisten en que la Revolución nunca penetró en los antiguos paises de Poitou y Bretaña que, desde entonces, han sido el teatro principal de la guerra conocida como la Guerra de la Vendée.

Que, por descuido o perversidad de los órganos administrativos, las propias leyes de la Asamblea Constituyente sobre la nobleza y el clero fueron aplicadas sólo imperfectamente, y sólo con infinita dificultad se logró obtener alguna apariencia de sumisión.

Que los habitantes de estas regiones, sumidos en la más profunda ignorancia, y privados de toda comunicación entre ellos por falta de caminos practicables, permanecían esclavizados a los nobles y sacerdotes en medio de la Francia libre.

Que dos tipos de implacables enemigos de la libertad volvieron su fatal ascendiente contra ella su fatal ascendiente contra ella; emplearon toda clase de medios para mantener y extender ese poder. Pronto se hizo sentir una sorda fermentación, un descontento general. Este mal aumentó más y más; y finalmente se hizo imposible disimularlo, y la Asamblea Constituyente solo fue informada de ello hacia el final de su período de sesiones.

Los medios que empleó para remediar la situación no estaban calculados para producir un efecto pacífico.
Se encargó al rey que enviara comisarios civiles al país, y que tomara las medidas que estimasen necesarias para restablecer la tranquilidad pública. Gensonné (****) fue encargado de esta misión junto con un hombre llamado Galleyes; y al traidor Dumouriez (*****) que dirigiera las fuerzas que pretendían oponerse a estos comienzos de la revuelta. Y estos comisionados recorrieron las ciudades y los campos como verdaderos enviados del rey.

En lugar de esparcir luz a su alrededor, de abrir los ojos de estos desdichados fanáticos, de desenmascarar y castigar a los villanos que los descarriaron, dieron a sus criminales errores un nuevo grado de fuerza y violencia; aprobaron solemnemente su culpable resistencia a la ejecución de las leyes, y les prometieron, como aún podemos ver en el informe de Gensonné y Gallois en el estrado de la Asamblea Legislativa, hacerla ratificar por los representantes de la nación.

La Asamblea Legislativa era demasiado débil para tomar, en esta circunstancia, las medidas enérgicas que exigía la salvación de la libertad. Confundió este importante asunto con las quejas diarias que recibía contra los sacerdotes que eran insurrectos, y no se preocupó más de ello.

Sin embargo -continua el reporte de Choudieu-, los curas y los nobles coaligados no perdieron ni un instante.Poco a poco consiguieron hacerse con el control de todas las mentes. No descuidaron ningún medio capaz de dar consistencia y y extensión a sus proyectos, de los cuales algunos motines parciales, manifestados de vez en cuando, de vez en cuando, fueron el preludio de una explosión más general que estalló en julio de 1792, en una parte de los departamentos de la Vendée, Deux-Sèvres y Maine-et-Loire.

Pero sólo la energía de los patriotas de estos mismos departamentos bastó para lograr extinguir este primer gran incendio. Ellos lograron disipar a los rebeldes en todos los puntos en los que se reunieron. En particular, obtuvieron una marcada ventaja en Bressuire, donde tomaron prisioneros a la mayoría de los líderes de esta maquinación infernal, que fueron entregados al tribunal de lo criminal del departamento de Deux-Sèvres, en Niort.

Unos cuantos fugitivos fueron castigados con la muerte; todos los demás, que sumaban cerca de 300, entre los que se encontraban muchos de los antiguos nobles, fueron absueltos y recuperaron la capacidad de conspirar de nuevo la ruina del país.
país. Se volvieron tanto más activos en la renovación de sus planes, y trataron de combinarlos mejor. Buscaron cómplices en todos los departamentos vecinos, y especialmente en los de la antigua Bretaña.

Fue entonces cuando se tramó la famosa conspiración de Rouerie, que abarcó casi todas las costas occidentales de la República y la mayoría de los departamentos vecinos., y cuyo descubrimiento (dice Choudieu) evitó desgracias incalculables.

El ponente Choudieu acusó entonces la debilidad de la Asamblea Legislativa, y le reprochó no haber sido capaz de tomar ninguna de las grandes medidas revolucionarias para extirpar este cancro político. medidas revolucionarias que el genio de la Convención ha sabido crear desde entonces, para bien de la humanidad y de la prosperidad nacional.

Choudieu llegó en la época del advenimiento de la Convención. Atribuyó a la facción girondina, a los emisarios y a los escritos corruptores de Roland, la inercia y la aparente indiferencia con la que la propia Convención permaneció en la Vendée, hasta principios de marzo de 1793, cuando estos movimientos se acentuaron tanto que sus autores y partidarios llegaron al punto de capturar varias ciudades, de apoderarse de muchos cañones y fusiles, de engrosar considerablemente su partido, y de amenazar pronto a Nantes, Angers, Saumur, Fontenay y les Sables, hasta poder proclamar su manifiesto, tendente a la restauración del rey, la nobleza y los sacerdotes.

Entonces la Convención hizo la ley sobre el reclutamiento de trescientos mil hombres y nombró, seleccionándolos de su propio seno a los comisionados para dirigir lo que a partir de entonces se llamó la guerra de la Vendée. Al principio los patriotas tuvieron muy poco éxito, y atribuyeron con razón a la malevolencia del gobierno, dominado en aquel entonces por los feudalistas, que muy probablemente vieron en la rebelión de la Vendée una agitación siempre útil contra la unidad y la indivisibilidad.

Tengo más confianza en esta combinación política que en la que algunos quisieran atribuir a los dos comités de defensa general, compuestos por Brissot, Gensonné, Rouyer, Guadet, Fonfrède, Pénières, Buzot, Defermont, Isnard, Condorcet, Lasource, Pétion, Barbaroux, Vergniaux y Doulcet (marqués de Pantécoulant), alegando que querían ahorrar la sangre de los desafortunados habitantes de la Vendée, cuando no respondieron a las solicitudes de refuerzos por parte de quienes habían sido enviados a combatirlos.

Aparte de las observaciones que hemos hecho sobre toda esta parte de la historia de Choudieu, quiero decir que creo que es muy exacta y verdadera. Como ya he dicho, para disipar la engañosa trama de la última parte, que se fija a partir de la época del 31 de mayo en el momento en que la facción de La Montaña se hizo todopoderosa, le era necesario a Choudieu parecer ser sincero al principio, y no había peligro de serlo, ya que por el contrario era parte de los intereses del partido reinante denigrar a todos los que habían actuado antes que el, desde la la Asamblea Constituyente, hasta la facción de la Gironda inclusive.

Pero fue en esta época, después del 31 de mayo, cuando más arte se empleo para ocultar todo lo odioso de la horrible guerra de Vendée, y para oscurecer las medias luces lanzadas por Philippeaux, con la intención humana y patriótica de iluminar este infernal misterio del gobierno montañés, que no dudó en enviar tantas fuerzas como pudo, y se valió hábilmente de esta marcha, contraria a la de sus predecesores, para aparentar actuar muy lealmente; quien, en consecuencia, reclutó a miles de hombres de todas partes de Francia para enviarlos a enterrarse en el abismo de la Vendée; que dirigía de tal modo los movimientos que la misma formidable artillería, los rayos de mil arsenales, pasaban alternativamente del ejército atacante al ejército atacado, y servían a su vez para infligir la muerte a innumerables falanges.

Siempre eran franceses aquellos cuyos cadáveres caían amontonados, ¿qué les importaba a los autores del abominable sistema, de qué bando se tratara?

Pero Choudieu encontró la manera de envolver todo esto alrededor de los generales, – a quienes Philippeaux acusaba de haber entregado evidentemente, en cien encuentros, nuestras armas, nuestros ca nons, nuestras municiones y nuestros hombres -, que se habían conducido, a la manera de ver las cosas de Choudieu, de la mejor manera posible, siendo sin embargo aquellos a quienes Phippeaux hacía justicia al decir que se habían deshonrado; En cuanto al exterminio general de los habitantes de dos o tres antiguas provincias, el incendio y la destrucción total de las casas, el pillaje desenfrenado y otros horrores cometidos por los soldados franceses en estas desdichadas regiones francesas, todo esto se presenta como bastante simple y absolutamente en orden.

Así, los mismos generales, en los relatos de sus hazañas bélicas, enumeran, entre sus trofeos, el artículo del robo escandaloso que ejerció, sin distinción, todo el ejército republicano, que, según esta conducta, hizo que los patriotas de todos los lugares donde tuvo lugar el sitio de la guerra prefirieran mil veces más el paso de los rebeldes, porque respetaban las propiedades, que los pelotones nacionales, que saqueaban inhumanamente tanto al patriota como al aristócrata, cometían toda clase de excesos en ambos bandos, y como mucho dejaban a sus víctimas ojos para llorar sus desgracias.

Como acabo de decir, esto lo confirman perfectamente las propias relaciones de estos generales de la República.

Basta con consultar el escrito titulado Campaña de Westermann. Leemos allí, esta terrible frase: Es así como el ejército de bandoleros, fuerte, en Le Mans, el 22 de Frimaire, compuesto por entre 80 y 90 mil hombres, fue completamente destruido en 12 días, por el genio y el coraje de los soldados de la República, todos los cuales, por así decirlo, acumularon tesoros del despojo de los enemigos de la República.

Estas palabras que ya atestiguan que la ley del robo más desmedido fue decretada en favor del soldado, no aparecerán puntos discordantes con las pruebas que daremos luego de que el artículo de los generales no se olvidó en esta ley. Para transformar los últimos crímenes en temas de elogio, es necesario sentir algún interés por ellos.

Pero, ¿hay alguna cosa que el infame genio de la guerra no sabe justificar? A pesar de que a veces es indispensable, por la única razón de la necesidad de la defensa ante la agresión, ya que sus principios autorizan y legitiman todos los actos de fuerza, yo digo que no debe haber moral alguna en quienes la llevan a cabo.

Encuentro, por tanto, muy ridículos aquellos que, recordando la memoria de Westermann, le reprochan no haber sido nunca más que un ser inmoral. Le encuentro, por el contrario, un soldado muy perfecto cuando, en su Campaña de la Vendée, da cuenta, como grandes hazañas, de expediciones a la manera de Carrier (las clasificaremos en su lugar) y lo reconozco como un gran hombre, cuando llevado ante el Tribunal Revolucionario, y al leer su acusación, al oír la palabra “conspirador”, se levanta con gran orgullo, y despojándose de sus ropa, exclama: “Yo, conspirador, pido desnudarme ante el pueblo. Recibí siete heridas por delante solo tengo una por detrás, esa herida es mi acusación.

Sin embargo, al principio de nuestras hostilidades, tanto internas como externas, parecía que planeábamos librar solo guerras filosóficas, conquistar a los pueblos a través de la atractiva filantropía de nuestros principios. Tal era nuestra confianza en el poder arrastrante e irresistible de la libertad, que nos asegurábamos de antemano el pleno éxito de nuestro apostolado.”

Choudieu, en la página 3, acusa a los primeros enviados de la Asamblea Constituyente a la Vendée de no haber seguido exclusivamente este plan: Solo debían esparcir luz a su alrededor, abrir los ojos de estos desafortunados fanáticos, desenmascarar y castigar a los villanos que los desviaban.

¿Por qué, una vez más, no nos hemos adherido siempre a este sistema? ¿Es porque hemos reconocido su insuficiencia? Parece que no. Antes de la traición de Dumouriez, habíamos hecho maravillas en el exterior con la ejecución imperfecta de esta propaganda.

Tan groseros y supersticiosos como a los gobernantes les complacía pintar a nuestros hermanos, seguramente los habríamos atraído, incluso más fácilmente que a los extranjeros, como espías de la libertad. Pues bien sabían emplear con nosotros las formas de esta política benéfica, y es prueba de que eran capaces de sentirla, si la hubiéramos puesto en práctica para ellos.

Choudieu, en la página 17, nos enseña cuán lejos estaban de nuestro canibalismo: “Afectaban”, declara, “hacia nuestros prisioneros, una falsa humanidad; no escatimaban nada para atraerlos a su partido. A menudo nos los devolvían con una simple prohibición de portar las armas contra la religión y el rey. Con ello conseguían un doble objetivo: en primer lugar, se procuraban nuevas inteligencias entre nosotros y nuevos partidarios; tranquilizaban a los hombres débiles sobre el miedo de caer en sus manos, y sacudían su lealtad.”

Pues bien, nosotros habríamos obtenido las mismas ventajas con la misma conducta: Y más que eso, esta humanidad por ambas partes habría suavizado mutuamente los caracteres; nos habría preparado para llegar a un entendimiento, y ciertamente no hubiera llevado mucho tiempo para convenir en que era un horror delirante para los franceses devorarse unos a otros y reducir a cenizas una inmensa extensión de su propio país.

Es cierto que Choudieu afirma que no hay que sacar, de lo que acaba de decir, presagios demasiado favorables porque añade que los Vendeanos no siempre han utilizado esta esta política, y que han fusilado, en diferentes ocasiones, a un gran número de republicanos. Que otros experimentaron, durante meses enteros, todos los tormentos del hambre y la sed, toda clase de privaciones y malos tratos. Que era imposible ver, sin estremecerse de horror, a los que habían sido Châtillon, Cholet y Saint-Florent.

Pero pregunto si este cambio de política no fue provocado por los nuestros; si no fueron simples represalias por nuestro sistema general de masacre, fuego, devastación y horrores?

Una sola palabra de Dubois-Crancé sobre la Vendée es la de Tácito sobre los galos. Este vale volúmenes. Pintando de un solo golpe el carácter de los desafortunados habitantes
de esta región, satiriza cruelmente a los que afirmaban que no se podía hacer nada con ellos excepto mediante el asesinato.

Eran -dice- el pueblo más hospitalario que he conocido. la justicia y la razón cuando se les presentaban con suavidad y humanidad. Odiosos asesinos en masa, he aquí vuestra terrible sentencia; ¿dónde sacaréis aquello con lo que pagar toda la sangre que habéis derramado?

Camille Desmoulins también escribió lo que pensaba sobre la guerra en la Vendée, y sobre el carácter de los hombres, tristemente descarriados, cuyo gran picadillo comenzaba ya, cuando propuso, con respecto a ellos, esta transacción demasiado frívola, en la página 72 de su Historia de los Brissotinos Uno de los crímenes de la Convención es que aún no se han establecido escuelas privadas. Todavía no se han creado escuelas. Si hubiera habido en el campo, en lel sillón del cura, un maestro nacional, que comentara los derechos del hombre y el Almanacque del Padre Gérard (de Collot, como bien recordamos) ya habría caído, – de las cabezas de los bajos bretones, la primera costra de la superstición, esa costra del espíritu humano; y no tendríamos, en medio de las luces del siglo y de la
nación, este fenómeno de oscuridad en Vendée, en Quimpercorentin y el país de Lanjuinais, donde los campesinos dicen a sus comisarios:

Que me guillotinen lo antes posible, para que resucite dentro de tres días. Tales hombres deshonran la guillotina, como antiguamente la horca era deshonrada por aquellos perros que habían sido introducidos de contrabando, y que fueron colgados con sus maleteros.

No veo cómo estos animales con cara humana pueden ser condenados a muerte en serio: sólo se puede correr tras ellos, no como en una guerra, sino como en una cacería; y en cuanto a los que son hechos prisioneros. en la escasez de alimentos que sufrimos, lo mejor sería cambiarlos por sus bueyes de Poitou”.

Camille era un lógico bastante falso Su mente era tan torpe como recta su alma. Hoy se dice con razón que era incapaz de ser un conspirador. No sabía conciliar dos ideas políticas, y eso no le importaba.Sacrificó voluntariamente el sentido común a las tres pasiones que se apoderaron de él mientras escribía.

Una era parecer un excelente patriota, como de hecho lo era. Otra mostrarse como un pozo de erudición y memoria; la tercera, hacer regularmente cuatro juegos de palabras por frase. En medio de las manías de este joven a menudo revelaba algunas verdades útiles, porque la intención era perfectamente pura.

Si sometemos el artículo que acabo de mencionar al proceso analítico, encontramos, en el fondo del crisol, tres de estas verdades útiles, que vienen en prueba favorable a nuestra opinión de lo que debería haberse hecho, en principio, por la Vendée.

La primera es que la instrucción bastaba para convertir esta preciosa región; la segunda es que, según la expresión del propio Desmoulins, “es uno de los crímenes de la Convención no haber empleado este camino, con preferencia al de una conflagración y una matanza generales”. la tercera, que habiéndose descuidado este medio, no se deducía que los desgraciados que, como consecuencia de ello, no pudieron resistir el torrente de errores que vino a envolverlos, debieran morir…”: a los ojos de la moral y de la filosofía, se seguía, por el contrario, que esta pena de muerte infligida estaba consagrada a “proteger a los gobernados de la culpa de los gobernantes”.

Pero en medio de estas verdades, cuyas semillas se veían asomar por el alma franca de Camille, ¡había tantas irreflexiones y perniciosas contradicciones! Un maestro por comuna y la doctrina de Collot Père Cérard habrían bastado para disipar el fenómeno de tinieblas que precipitaba a la Vendée en el abismo de la muerte; estos ciegos desgraciados que, creyéndose en el camino de la feliz inmortalidad, deshonran la guillotina; no se concibe cómo estos animales de rostro humano pueden ser condenados seriamente a muerte. Eso es lo que dice por un lado el autor de la Histoire des Brissotins. Y leemos en la misma frase que, como (estos animales con rostro humano) no habían sido puestos al alcance de la doctrina de Collot el Filántropo, había que darles a probar la de Collot Mitraille.

“Uno solo puede correr tras ellos, no como en una guerra, sino como en una cacería; y en cuanto a los que son hechos prisioneros, en la escasez de víveres que padecemos, lo mejor sería cambiarlos por sus bueyes de Poitou.” Estoy seguro de que el corazón de Camille no tenía nada que ver con esta manera de concluir: que sólo quería ser ingenioso, como siempre tenía que serlo; y que, además, sus concepciones no eran susceptibles de elevarse mucho más allá de la esfera de la opinión del momento: aunque hay, sin embargo, un tinte de filantropía (notable en comparación con el sistema de carnicería universal al que nos hemos arrestado) en la insolencia plebicida de la última parte de esa última frase citada de Camille.

Señalo estas discrepancias, porque en un asunto como el de la Vendée, y en un hombre como Camille, cuyas opiniones tenían cierto peso, podría pensarse que ésta pudo formar parte de la influencia que determinó atroces rigores en los departamentos del Oeste; y así, esta opinión, sin que la memoria de su autor sea inculpable, debe pertenecer a la triste historia de la Vendée.

Pobre Camille. Qué equivocado estaba al no ser totalmente indulgente con aquellos cuyo juicio les llevaba por mal camino. Quería que cien mil desgraciados fueran atropellados, porque el gobierno no les había dado el almanaque del padre Gérard, y no veía que su padre, que le había hecho estudiarlo toda su vida, sólo había conseguido hacer de él un repertorio de la historia universal, un escritor inagotable de epigramas y un burlador ingenioso.

Pasaré a un último testimonio, el de Lequinio. En la obra que acaba de publicar, bajo el título Guerre de la Vendée et des Chouans, me parece que habla muy bien de las causas, o más bien de los efectos y de las formas en que esta guerra habría podido prevenirse o absorberse.

He visto, en su relato, luces, digo, enterradas y desconocidas para él, hasta donde creo ver. Sus revelaciones son las de un observador, pero también las de un actor en la más larga y sangrienta de todas las tragedias conocidas.

Es él quien se muestra capaz de enlazar bien todos los actos, y de mostrar cómo se enlazan hasta el desenlace por Carrier, contra el cual disminuye un poco el horror, mostrando cómo Carrier encontró el sistema de exterminio, de destrucción total, plenamente establecido; y esperando sólo una mano capaz de sobresalir, sobre todas las de los grandes villanos de los siglos, en la espantosa superioridad del crimen, para completar su ejecución.

Lequinio sólo nos deja una pena, y es que su franca bonhomía como historiador de sí mismo nos permite ver al hombre que no pecó por ignorancia, al hombre que sabía bien lo que debía hacerse y no lo hizo. lo que debería haberse hecho y quién no lo hizo.

Este narrador, después de haber establecido que el propagandismo de la libertad, que la formación del espíritu público por las predicaciones que hubieran tenido todas las características de fraternidad, franqueza y sencillez, habrían sido medios irresistibles, mucho más poderosos que las fuerzas militares, medios que habrían ahorrado torrentes de sangre humana y millones, si se hubiera concebido esta verdad, después de haber, digo, establecido y desarrollado esta proposición, Lequinio cuenta fríamente cómo, misionero él mismo en la Vendée, no la aplicó por cuenta propia; cómo, humilde servidor de los comités gubernamentales, pudo dejar momentáneamente de lado su filantropía. cómo humilde servidor de los comités gubernamentales, supo aparcar momentáneamente de lado su propia filantropía para ser todo lo feroz que quisieran y, hay que decirlo, ¡ay! para jugar a ser un pequeño Carrier…

Pequeño. No sé si digo la verdad, el lector lo decidirá pronto. Pero el severo deber del historiador no lo permite. Pido que sólo sirvan para nuestra futura instrucción, y no para provocar nada contra todos aquellos que han hecho grandes males al Pueblo.

Que el Pueblo, siempre grande, los perdone y sean felices en el goce de todos sus derechos. Ha corrido suficiente sangre, tenemos que terminar algún día. Cuanto antes nos detengamos, más pronto, creo, podremos saborear la felicidad.

Olvidemos los defectos de los hombres y veamos lo que han hecho y pueden hacer aún en nuestro beneficio. Está demostrado -dijo Lequinio- que durante mucho tiempo la guerra de la Vendée había sido objeto de las más altas especulaciones para los viles conspiradores que acaban de caer bajo la espada de la ley; y que, si no la tramaron ellos mismos en principio, al menos la mantuvieron con estudio, con asiduidad, por todos los medios de impulso que la confianza que habían usurpado ponía en sus manos… Robespierre era el alma de todo el desorden.

He aquí un análisis de cómo el autor desarrolla a continuación las causas de esta guerra guerra, su progreso y los vicios que la sostuvieron:

Las causas principales de esta guerra desastrosa son bien conocidas; 1′ la ignorancia, el fanatismo y la esclavitud de la gente del campo; 2° el orgullo, la riqueza y perfidia de los antiguos nobles; 3° la maldad e hipocresía de los sacerdotes; 4° la debilidad de las administraciones, el interés particular de los administradores y el interés culpable por sus parientes, sus campesinos y amigos. De todas estas causas, la primera es sin duda la más eficaz, y sin embargo era fácil de destruir. Había dos medios de destruirla.

El primero era enviar patriotas tan ardientes como sabios y discretos a predicar en el campo, para desarrollar los principios de la filosofía política y moral y llevar luz a las mentes y fuego cívico a los corazones del pueblo.

El segundo medio consistía en cumplir el mismo objetivo mediante proclamas del mismo tipo, escritas en estilo sencillo, y tanto más capaces de producir un gran efecto, cuanto que habrían tenido la ventaja de dar a las ideas a desarrollar una especie de permanencia que el arte de la palabra no posee. Un tercer medio habría consistido en promover fiestas cívicas y todos los medios accesorios que pudieran hacer la revolución agradable al pueblo, y contribuir con los dos primeros medios a formar el espíritu público.

Todos estos medios fueron descuidados. Por la razón, se dice, de la dificultad de encontrar sujetos para cumplir esta importante misión. Más aún, en razón a la distancia en que se encuentran del centro de los movimientos políticos, y sobre todo por la ignorancia de la Asamblea Nacional de su estado, y por la especie de inadvertencia a la que se vio necesariamente abocada por las grandes cuestiones.

La combinación de estas causas dio lugar a la insurrección que, no cabe duda- fue al principio el producto inmediato de una conspiración real por parte de los nobles nobles y los sacerdotes. Habiendo tomado finalmente cierta consistencia el núcleo del ejército católico quisimos formar un ejército para destruirlo.

Los generales de este ejército, desde el principio, hicieron de esta guerra un objeto de especulación e interés privado. Sus inmensos salarios y los fondos para gastos extraordinarios la convirtieron para ellos en una especie de granja cuyo arrendamiento estaban muy contentos de ver durar. Especulaban con el real e inmenso producto de la captura y el pillaje. Promovían este saqueo para otros, para encubrir el pillaje que ellos mismos habían hecho, para hacerse querer de sus soldados, para captar de ellos una especie de idolatría, y para hacer de sus cómplices otros tantos apoyo contra las denuncias.

El pillaje fue llevado a su colmo y los soldados, en vez de pensar en lo que tenían que hacer, no pensaban en otra cosa que en llenar sus sacos, y en ver perpetuada una guerra tan ventajosa para sus intereses.

Muchos simples soldados han adquirido cincuenta mil francos y más, los hemos visto cubiertos de joyas, y gastando en todo tipo de géneros, con una monstruosa prodigalidad.

La codicia por adquirir botín ha engendrado mil veces una temeridad fatal, cuyo inevitable resultado fue la masacre de los puestos avanzados, y, como consecuencia igualmente inevitable, la sorpresa y la derrota de los cuerpos de defensa.

El hábito del saqueo extendió los efectos de esta culpable disposición incluso a los patriotas, y sus riquezas se convirtieron mil veces en presa del hombre enviado a defenderlas.

En cuanto a la madera, las aves de corral y todos los demás objetos pequeños, han sido tomados por todos y siguen siéndolo a diario, de los propios patriotas (sin embargo, el autor señala aquí que sólo está hablando a este respecto, a sabiendas, de lo que ocurrió en Ventôse en el año II), por nuestros soldados, cuya indisciplina es tolerada, porque es, como ya he dicho, una garantía en la que apoyarse, porque es, como ya he dicho, una garantía con la que cuentan los generales para asegurar la impunidad de su conducta inepta y vil.

Los delitos no se limitaron al pillaje: la violencia y la barbarie más desenfrenada estaban en todos los rincones. Se vio a soldados republicanos violar a mujeres rebeldes sobre las piedras amontonadas a lo largo de los caminos principales, y dispararles o apuñalarlas cuando salían de sus brazos. Otros han sido vistos llevando niños-bebés en la punta de la bayoneta o la pica, que había atravesado a madre e hijo al mismo tiempo.

Los rebeldes no fueron las únicas víctimas de la brutalidad de los soldados y oficiales las hijas y esposas de los propios patriotas fueron a menudo puestas a prueba. Todos estos horrores han amargado los espíritus y aumentado el número de los descontentos, a menudo forzados a reconocer menos virtuosas a nuestras tropas que las de los rebeldes, varios de los cuales, es verdad, han cometido masacres, pero los jefes siempre han tenido la política de predicar las virtudes, y muchas veces adjudicar una especie de indulgencia y generosidad hacia nuestros prisioneros.

La duración de esta guerra, prolongada por las causas antes expuestas, obligó a la Convención a determinar medidas de rigor, las cuales fueron empleadas sin discernimiento y produjeron un efecto muy contrario al esperado. Decidimos disparar, y disparamos indiscriminadamente a todos los que se nos presentaron, o cualquier cosa que se presentara. Los comuneros o parroquianos que venían a rendirse con sus pañuelos puestos, y sus autoridades municipales en hondas encabezándolos, eran recibidos con una apariencia de fraternidad y fusilados en el acto…

Los jinetes armados y equipados, que habían venido por su propia voluntad a cabalgar entre nosotros, y después de haber recorrido varias leguas para hacerlo, fueron fusilados sin piedad. Tal comportamiento forzó a todos los hombres ál comienzo a que se descarriaran, pero a ellos otra conducta hubiera llamado de nuevo al orden correcto, en lugar de a entregarse a la desesperación y a vender su existencia al precio más alto, defendiéndose ferozmente…

En cuanto a una multitud de hombres que permanecieron fieles al principio, se encontraron aplastados entre las tropas rebeldes y los patriotas; permanecieron en una inactividad que los hizo sospechosos, y muchos fueron así entregados al hierro vengador de los republicanos; los demás acabaron por arrojarse al partido rebelde, para evitar la ira de ambos bandos.

El desarme se consideró, justamente, necesario, y los comuneros patriotas fueron desarmados indiscriminadamente, incluyendo las comunas patrióticas que tenían ellas mismas guerra contra los rebeldes. En general, las tropas patriotas no utilizaron medios para hacer popular el partido que defendían, y para ganarse a esta gente grosera, a la que era mucho mas fácil ganar que combatir.

El extravio de los patriotas era tal que, en los incendios, muchos de los cuales eran tal vez necesarios, quemaron una inmensa cantidad de trigo y forraje, como si hubieran tenido a los bandoleros atrapados en un recinto, y como si quemando sus municiones no les obligaban a hacer un agujero, tan fácil en campo abierto para robarla en otro lugar; causando así una nueva devastación, un inevitable aumento al ejército de los rebeldes, que siempre se hacen más fuertes en sus mmarchas, y al mismo tiempo se privado de los inmensos recursos con los que el ejército patriota podría haberse alimentado en sus contiendas.

Se trata, al menos, de saber si es útil quemar la cabaña de paja del habitante del campo, lo que es cortar su vínculo más fuerte con la sociedad, obligándole a retirarse a los bosques y convirtiéndole en bandolero por necesidad.

Quemar la casa y el oficio de un artesano es privarle de todos sus recursos, romper todos los lazos que podrían unirle a la sociedad.
todos los lazos que podían atarle al orden social, y obligarle a convertirse en bandolero para sobrevivir.

Lo mismo sucedía con el ganado; lo han matado sin consideración, y sus cadáveres han quedado inútilmente presa de perros y animales carnívoros.

En una palabra, parece que la malicia de varios patriotas, y la desconsideración y las inconsecuencias de un número muy grande, han concurrido de la manera más completa posible con la perfidia de los enemigos de la Revolucion, contribuyendo al aumento de la duracion de esta guerra, que tantas veces parecio llegar a su fin, del que nunca se dio cuenta exacta a la Convención, y sobre cuyo estado se ha engañado tantas veces a toda la República por las jactancias y burdas mentiras imprudentemente consignadas en los papeles públicos.

Tal es la forma en que Lequinio termina su indicación de las causas de la guerra de la Vendée y los vicios que la sostuvieron.Por la sangre fría con que presenta el cuadro más espantoso, y relata horrores cada cual más atroz que el el otro, se puede creer fácilmente que dice la verdad, aunque afirme haberlo leído ante el Comité de Seguridad Pública.

Sin duda, sólo con esta indiferencia glacial se podía hablar de naturaleza frente a estos destructores del mundo. Todavía es muy pronunciado en el tono de desaprobación, frente a estos devoradores, con respecto a su sistema de fuego y muerte.

Sin duda, sólo con esta indiferencia glacial se podía hablar de naturaleza frente a estos destructores del mundo. Todavía es mucho más pronunciado en el tono de desaprobación, frente a estos devoradores, con respecto a su sistema de fuego y muerte.

Pero paciencia, si en lo anterior, hubiera habido siquiera algo capaz de escandalizar a la aristocracia asesina de aquel tiempo, veremos, en la parte del discurso de Lequinio, que él clasifica bajo el título de Medios para definir la guerra de la Vendée, propuestas dignas de agradar al Comité de Asesinatos Públicos, y dignas de ser oídas por él.

“Si”, dice nuestro autor, “la población restante fuera solo de treinta a cuarenta mil almas, el camino más corto, sin duda, sería matarlo todo, como pensé al principio”. Al final se acaba la paciencia. ¡Qué fría y feroz franqueza! Treinta o cuarenta mil hombres no le cuestan nada al revolucionario Lequinip.

“El camino más corto sería degollarlos”, aunque más arriba dijera que le bastarían unos cuantos misioneros patriotas para conquistar este pueblo. Como había creído al principio”, añadió. Yo, a mi vez, creo que sigue diciendo la verdad. Sólo pudo haber sido con tal creencia que Lequinio, como veremos en breve, pudo realizar su curso de egorgismo práctico. Pero él continúa, “esta población es inmensa; todavía asciende a cuatrocientos mil hombres. Este número da a nuestro acerbista un poco de escrúpulos. Pronto desaparecerán. El genio revolucionario no conoce grandes obstáculos.

Si -continúa- no hubiera esperanza de éxito por ningún otro medio, sin duda, aún que sería necesario degollar a todos, aunque fueran quinientos mil hombres. Pero estoy lejos de creerlo. El Comité de égorgeric sin duda creía, que sólo este método era el único bueno, puesto que no empleaba ningún otro, y esto es lo que siempre da confirmación de la realidad del sistema de despoblación general.

Todavía en su sistema más “corto”, el Lequinio sensible hace esta propuesta apacible y filantrópica: No se deben tomar prisioneros. Tan pronto como los hombres sean encontrados, ya sea con armas en sus manos, o en en la turba de la guerra desarmados, deben ser fusilados, sin ser desplazados (y sin juicio por supuesto).

No veo en absoluto cómo la doctrina de Carrier es reprobable, si esta no lo es. En un momento, cuando llegue a él, las hazañas y la profesión de los principios de su precursor me llevarán a ensalzar su humanidad, en lugar de pintarle como un gran criminal. Lequinio no dice cuántos aplausos recibió del Comité de la Muerte por haber entrado tan bien en su mente.

Es sin embargo aquí donde, por una reminiscencia de humanidad, coloca esta opinión, << que la formación de la mente pública es un medio irresistible, mucho más poderoso que todas las fuerzas militares >>.

Pero no se atuvo a ella. Pronto se preguntó si ¿no sería más ventajoso continuar con el plan de destrucción total? Así que definitivamente había un plan para la destrucción total. Hay que tener en cuenta que estas palabras son parte de un discurso pronunciado el 12 de Germinal ante el Comité de Salvación Pública, que no parece haberles hecho desistir, que, por el contrario, desde entonces condujo la guerra de Vendée de tal manera que daba a entender que, en efecto, este plan de destrucción le había parecido más ventajoso. Nótese que estas mismas palabras no se le escaparon por casualidad, que Lequiniu las repite hasta tres veces, página 3, y en la página, nº 107, en estos mismos términos: Si se persiste en el plan de destrucción y página 38, nº 109, en estos otros términos: Si persistimos en el plan de destrucción.

La Convención Nacional renunció a ello por su decreto de amnistía del 12 del mes de Frimario. Los buenos espíritus no se apenan de los efectos que producirá. El pueblo siempre volverá al lenguaje de la justicia y la razón. Lo que hace que este decreto sea mucho más eficaz.

Después de haber visto la mecánica y el espíritu del sistema, sus motivos originales, sus objetivos finales, sus grandes fuerzas motrices, y las masas de resultados, debemos recortar el juego de los engranajes secundarios, y reconocer estos mismos resultados en los que Carrier tendrá que encontrarse a sí mismo y es viéndole actuar, distinguiendo, en el conjunto de esta gran tragedia, ‘la época y las circunstancias en las que actuó, como apreciaremos el valor de su papel, y su clasificación.


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Notas del capítulo

* Guillaume Thomas François Raynal, llamado abate Raynal, nacido en Lapanouse de Sévérac en Rouergue, el 12 de abril de 1713 y muerto en Passy el 6 de marzo de 1796, fue un sacerdote católico, posiblemente afiliado a la Secta de los Albañiles (del inglés masons=albañiles), escritor profesional y pensador liberal francés que historiografió la historia de las Indias occidentales con denuncias a la acción del colonialismo, la Iglesia Católico y el Imperio Español: Histoire des deux Indes.

https://es.wikipedia.org/wiki/Guillaume-Thomas_Raynal

** Pierre Philippeaux ( Ferrières (Oise) , 1754 – París , 1794 ) fue un abogado y político francés que fue miembro de la Convención Nacional en representación del departamento del Sarthe denunció los crímenes en la Vendée, y murió guillotinado en París acusado de pertenecer al grupo de Danton.

https://ca.wikipedia.org/wiki/Pierre_Philippeaux

*** René-Pierre Chaudieu (Angers, 20 de septiembre de 1761 – París, 9 de diciembre de 1838) fue un político francés, Miembro de la Asamblea Legislativa y de la Convención, fue comisionado en Vendée durante la insurrección vendeana.

https://es.wikipedia.org/wiki/Ren%C3%A9-Pierre_Choudieu

**** Armand Gensonné, 10 de agosto de 1758 – 31 de octubre de 1793, fue un abogado y político francés bordeles, miembro del Comité de Defensa nacional y XIII presidente de la Convención Nacional.

https://en.wikipedia.org/wiki/Armand_Gensonn%C3%A9

***** Charles François Dumouriez (26 de enero de 173914 de marzo de 1823) fue un general francés de las Guerras Revolucionarias de Francia. Compartió la victoria en Valmy con el general Kellermann, y más tarde desertó del Ejército Republicano francés.

https://es.wikipedia.org/wiki/Carlos_Francisco_Dumouriez


Capítulo 6

Plan de destrucción total

Ya lo hemos dicho. Es en el gobierno revolucionario donde están todas las desgracias de la República: y las de la Vendée forman el acto principal del sangriento drama debido a este gobierno infame.

Su título fundacional data de la primera misión encomendada a los delegados de la Convención para ir a ejercer poderes ilimitados en los departamentos. Empezamos pues a seguir los desastrosos progresos de la restitución revolucionaria, y sus desgraciados efectos en nuestra Vendée. Casi al mismo tiempo que se nombraban los primeros virreyes para este país, las leyes los investían arbitrariamente con el terrible derecho de vida y muerte. El segundo decreto constitutivo del gobierno revolucionario, el del 19 de marzo de 1795: que proscribía a los acusados de haber de haber tomado parte en las revueltas o motines contra los revolucionarios, que estallaron en el momento del reclutamiento -y a los que hubieran llevado la escarapela blanca o cualquier otro signo de rebelión. Otra ley del 27 del mismo mes ilegalizaba también a los aristócratas y enemigos de la Revolución I

¿Qué latitud no daba esta legislación a los plenos poderes?, ¿qué actos no pudo legitimar? Tengamos mucho cuidado en afirmar que sólo era necesaria para evitar que fueras atacado por el asesino fuera de la ley. No habría visto que no era invencible, si los principios eternos hubieran enseñado que el ejecutor de una ley asesina es un asesino, tal ley es una violación de los derechos del pueblo; que toda violación de los derechos del pueblo impone a todos el deber de sublevarse contra ella; y que quien contribuye a ella, participando así en la usurpación de la soberanía, merece ser ajusticiado por los hombres libres.

Para hacer coincidir esta legislación bárbara con el plan de destrucción total, fue necesario animar al principio a los rebeldes, gracias a algunas ventajas sobre nosotros. Por este medio, estarían en condiciones de atraer a su bando a los que aún no habían decidido rendirse, y la proscripción golpearía a un número mayor. No dejaron de observar este procedimiento.

En los documentos recogidos por Lequinio, podemos ver todas las maniobras seguidas por los los generales de Vendée en los meses de abril y mayo de 1793, para hacer retroceder nuestras tropas; cómo estos generales parecían consternados por una ventaja que nosotros obtuvimos en Fontenay el 16 de mayo, y qué esfuerzos hicieron entonces para tomar de nuevo de los bandidos, con nuestra artilleria, todo lo que les había sido arrebatado el día 16.

Pero es aún mejor consultar Philippeaux, para reconocer toda la serie de prácticas odiosas utilizadas para tener nuestras falanges masacradas por los rebeldes, antes de que se decidiera que las falanges rebeldes fueran masacradas por las nuestras.

Philippeaux nos dirá que la guerra de Vendée se había convertido para él en un laberinto cotidiano de misterios y de prestigio, que debía su desarrollo y su duración a una manifiesta conspiración, cuyos actores gozaban de un gran poder, ya que asociaban incluso al gobierno con sus horribles éxitos.

Sin conocer, añade, todos los hilos de la conspiración, “he reunido los suficientes para hacerla palpable”. Los primeros generales Berruyer, Marcé y Ligonier, encargados de- de sofocar las semillas de esta lucha civil, favorecieron en todos los sentidos a los rebeldes para aumentar su audacia y atraernos a una seria guerra.

Quétineau, sucesor de estos traidores y discípulo del infame Dumouriez, sigue sus pasos. Entrega Thouars a los bandidos, con cinco mil hombres y abundantes municiones; los bandidos lo hacen prisionero formal, y luego lo liberan bajo su palabra de honor. Él mismo enarbola la infame bandera blanca; da al general enemigo el abrazo fraternal, en medio de los cadáveres de nuestros desdichados hermanos que mueren por la libertad; se entrega a infames orgías con los monárquicos cuando nuestros defensores se mueren de hambre durante treinta horas en las profundidades de las mazmorras.

El 10 de marzo, se refugió en Ligonier. Dos comisarios fueron enviados por Tallien para provocar su arresto. Le enviaron de Doué a Saumur, ante a Carra. Colorar lo acogió de forma escandalosamente protectora y, siguiendo el ejemplo de los bandoleros, y, a instancias de los bandoleros, también le puso en libertad bajo palabra de honor. >>

La administración de Indre-et-Loire, con sede en Tours, y la sociedad popular se pronunciaron enérgicamente contra esta pérfida connivencia y la denunciaron oficialmente el 10 de mayo a Choudieu, que guardó silencio.

El 17, los administradores rompen el hielo, envían al Comité de salvación pública un diputado extraordinario, para denunciar que los miembros de la comisión central, excepto Ruelle y Tallien, profesaban abiertamente el monárquismo desde la muerte del tirano.

El 18, desconciertan a Carra, en plena reunión, sobre su vileza hacia Quétineau.

El 21, hicieron nuevas gestiones ante la comisión central, para obtener la razón de la odiosa conducta de Carra. Esta comisión, a través de Choudieu, condenó la licencia de los administradores y les ordenó ser más circunspectos en el futuro.

Llegó la revolución del 31 de mayo, y Carra se atrevió, el 8 de junio, a venir a proponer a estos administradores, en plena reunión, que votaran a favor de una fuerza departamental contra París, añadiendo que había hecho añadir esta medida “sabia y prudente” por la administración de Loir-et-Cher. En respuesta, votaron un discurso “unánime” ante la
Convención, donde aplaudieron con entusiasmo la saludable explosión del 31 de mayo, 1 y 2 de junio.

Choudieu,- a quien el Oeste de Francia, dice Philippeaux, contará un día entre las plagas azotes que más han afligido al género humano -, tenía, sin duda, otra fe política: el 3 de julio, citó ante el tribunal a esta administración patriota “a su timón”, la trató como un visir y, lo que es más extraño, obtuvo del Comité de Salut un informe censurando su conducta.

El lujo asiático de los generales, sus orgías, y todos los ejemplos de disolución de los soldados, tendieron a convertir nuestros ejércitos en una chusma de hombres sin freno y sin coraje, no menos temibles para los pacíficos habitantes que los propios rebeldes.

El 10 de junio, Saumur fue invadida por los rebeldes. El 11, Choudieu, que en su informe afirmaba haber ordenado la defensa de los accesos a Angers y Pont-de-Cé, había hecho en cambio que el general Menou escribiera a los jefes militares para abandonar por el momento este lugar al enemigo, y que lo retomaríamos una vez que se hubiera reunido un ejército de cincuenta mil hombres.
Los vergonzosos fracasos experimentados sucesivamente en Vihiers, Coron, Bressuire, Partenay, Fontenay-le-Peuple, fueron el correlato de estas primeras catástrofes.
Treinta mil hombres huían periódicamente ante un puñado de rebeldes, abandonando fusiles, municiones, cañones y equipajes; no teníamos ejército en este país sólo para atestiguar nuestro oprobio.

El 29 de junio, Canclaux, con cinco mil hombres, la mayoría de los cuales nunca habían visto el fuego, salvó Nantes, que estaba sitiada por cuarenta mil rebeldes. El 5 de julio, salvó a toda Bretaña de la conspiración federalista. Continuó marchando de victoria tras victoria, y fue depuesto.

Dubayet, Tune y Ray se vieron destiuidos porque, al igual que Canclaux, deseaban simplemente poner fin a la guerra de Vendée. Ignoraban, observa sabiamente Philippeaux, que para merecer los favores de los gobernantes era necesario proteger el triunfo de los rebeldes: Rossignol y Ronsin experimentaron estos favores por haber convertido en pedazos y cadáveres al intrépido ejército de Maguncia.

Será, añade nuestro inestimable revelador, un fenómeno extraño para la historia, los beneficios prodigados a estos dos hombres, cuya entera fama consiste en haber masacrado a cuarenta o cincuenta patriotas.

No, buen Philippeaux, la historia no lo verá como “un fenómeno extraño” en absoluto: este ejército convertido en pedazos y cadáveres, estas cuarenta o cincuenta carnicerías de patriotas, la historia sabrá por qué estos terribles actos eran del más alto valor a los ojos de los horribles gobernantes. Usted nos facilita la revelación de las razones sin haberlas conocido realmente.

¡Estos odiosos misterios os asombran! Es para vosotros”, decís al principio de vuestra famosa carta, “un laberinto de prestigios”; veis el mal, pero no podéis ver claramente la razón del mismo. No importa, sigue siendo el mal; tu hermosa alma no puede resistirse a hacer todo lo que está en su mano para suprimirlo. ¡Ah, buen hombre! Te haces muy culpable a los ojos del poder; trastornas, corres el riesgo de derribar los cálculos sagrados de los grandes economistas.

Tu cabeza pagará por el imperdonable crimen de frustrar la medida de desbrozar el vivero humano, que se ha vuelto demasiado tupido, y cuyas ramas, demasiado multiplicadas, se enredan y agotan el suelo, que ya no puede bastar para sostenerlas. La humanidad te está sinceramente agradecida, pero la bárbara secta de los podadores nunca te perdonará: ellos empuñan la espada… Morirás.

El 27 de julio, Angers y Pont-de-Cé fueron amenazados de nuevo por el ejército rebelde. Philippeaux se dirigió allí sin tener una misión específica para Angers. Allí encontró una orden, similar a la del 11 de junio, que ordenaba abandonar la ciudad al enemigo. Philippeaux tomó otras disposiciones, se puso en posición de resistir, resistió y consiguió hacer retroceder a los rebeldes.

La columna de Luçon, dirigida por Tuncq, obtuvo también una primera victoria el 30 de julio, y otra más memorable en Chantonnay el 14 de agosto. Como precio por la primera de estas dos ventajas, el 13 de agosto, Choudieu y Richard destituyeron a Tuncq, a quien Bourdon de l’Oise y Goupilleau se encargaron de mantener, y Tuncq obtuvo la victoria el día 14.

La evacuación de Cholet por los rebeldes siguió a esta victoria. Ray, general de división, quiso aprovechar esta ocasión única para liberar a tres mil de nuestros prisioneros retenidos allí. Una orden imperiosa de Rossignol frenó su celo y le obligó a dar marcha atrás.

Desde entonces, se ha apoderado de la ciudad de Airvault y ha obtenido varias ventajas con pocos medios; pero así se ha hecho odioso en la Corte de Saumur. Fue destituido. Su ayudante vino a proporcionarle información valiosa y a exigir justicia: fue detenido y arrojado a un calabozo de la conserjería.

El 23 de agosto, el Comité de Seguridad Pública elaboró un nuevo plan de campaña que parecía tener el serio objetivo de poner fin a la guerra de Vendée con un ataque general y mejor combinado que los anteriores.

Este plan fue violado impunemente por Ronsin y Rossignol. Philippeaux, y algunos otros mandatarios reclaman enérgicamente contra esta perfidia. La respuesta del Comité de Seguridad Pública fue nombrar a Rossignol general del ejército de las costas de Brest, a Ronsin general del ejército revolucionario, y a Léchelle, general del ejército del Oeste.

La primera operación de este último fue dejar a los rebeldes tomar la isla de Noirmoutier, Machecoul y la isla de Bouin; evacuar Montaigu, quemar ocho mil pólvoras que había allí, una tienda de arroz, doce mil raciones de pan, y efectos de campamento por un millón; De tal manera, añade Philippeaux, que el ejército, desde entonces, se ha visto reducido a vivaquear en el duro suelo y en el fango, mientras sus generales, cargados de histriones y cortesanas, lo conducen a una perpetua carnicería.

Este Léchelle dejó entonces que Ingrandes, Ancenis y Varades fueran saqueados durante tres días; permitió que los rebeldes tomaran Craon, Château-Gontier y Laval. Envió sólo cuatro mil hombres y los condujo de una manera tan despreciable que todos fueron rodeados y despedazados.
Diez carros de harina fueron detenidos a cinco leguas de Nantes por un centenar de rebeldes y permanecieron varios días en el lugar de la captura. Nantes sufría los horrores del hambre. Los representantes del pueblo suplican a Léchelle, que llega con su ejército, que envíe un destacamento para recuperar un precioso convoy.

“Ocúpate de tus asuntos”, respondió. “Se reconoce -dijo Philippeaux al Comité-, se reconoce en este tono impúdico al fiel discípulo de Ronsin y Vincent, investido por usted del derecho de pisotear la majestad nacional.”

En resumen, la invitación fue despreciada, y cien mil almas que carecían de pan vieron cómo cien bandoleros disponían tranquilamente de su subsistencia bajo la mirada de un ejército de quince mil republicanos. Para colmo de males, al día siguiente Léchelle ordenó a Chambertin, que mandaba ochocientos hombres en Châteaubriant, que atacara al ejército victorioso con esta pequeña fuerza. Así, este hombre “sacrificó en detalle nuestras falanges republicanas y favoreció en todo a los bandidos, como si hubiera recibido órdenes secretas de favorecer su éxito”.

¡Sí, Philippeaux! Todos los iniciados habían recibido sin duda esta orden secreta, no cabe duda. Te vemos constantemente atormentado por el deseo de revelar el motivo impenetrable que puede encubrir semejante misterio; tus presentimientos rondan el espantoso secreto sin poder traspasarlo. Oh, tu corazón puro era demasiado conocido por los atroces reguladores como para permitir que te dieran esta famosa palabra del enigma: ¡sistema de despoblación!…

Así como las eternas derrotas de Rossignol hicieron de este hombre tu divinidad más querida, las victorias de Tuncq te causaron un amargo dolor. Hicisteis retirar a Bourdon y a Goupilleau, que fueron desterrados por Vincent a los Cordeliers, y casi pagaron con sus cabezas el crimen de haber querido salvar la patria, revocando la primera carta de precinto, expedida el 13 de agosto contra el victorioso Tuncq; le enviasteis una segunda el 2 de septiembre, que le obligó a abandonar el ejército tres días más tarde: su división, que hasta entonces había triunfado constantemente, fue molida a palos…”.

Y siempre será una cosa muy extraña para los observadores que cincuenta mil patriotas hayan sido tan cruelmente tratados en Coron, por tres mil rebeldes, cuando en otro punto, tantos miles de los mismos hombres habían permanecido victoriosos sobre cuarenta mil Vendeanos.

Aunque el ministro había recibido órdenes de proveer a todas las necesidades del ejército de Nantes, Ronsin y Rossignol hicieron que las municiones de este ejército tomaran el camino de Tours y Saumur, donde fueron a parar, para engrosar, algún tiempo después, la masa de los recursos enemigos;
De modo que este ejército, en el momento de entrar en campaña, se encontró sin un solo traje, sin un solo par de zapatos, sin víveres ni fondos para adquirirlos, y que los servicios, tanto de forraje como de artillería, faltaban el 9 de septiembre, víspera de nuestra entrada en campaña.

Sin embargo, habiendo emprendido la marcha el 10 de septiembre y derrotado a los rebeldes en todos los puntos, el ejército se encontró el día 15 a la altura donde debía unirse a la columna para rodear al enemigo y tomar Mortagne; entonces Rossignol y Ronsin, que lo dirigía como ministro general, enviaron órdenes a las columnas de Niort, Luçon y Parthenay, que avanzaban para unirse al ejército, para que regresaran a sus respectivos alojamientos.

Esta orden, que llegó al general Chalbos el día 17, condujo a la derrota de Mortagne y Saint-Florent, donde Beysser y Mieszkowski fueron completamente derrotados, y el ejército de Mayence se encontró solo en el corazón de la Vendée. Chalbos, habiendo retirado sus tres columnas el 18, noventa mil patriotas, tanto en Coron como frente a Les Pont-de-Cé (y este hecho está atestiguado por una carta oficial de Santerre) fueron arrollados el mismo día y al día siguiente por tres mil rebeldes, según una disposición militar que no tiene ejemplo.

El ejército de Saumur se dispuso en una sola columna de ocho hombres a la vez; presentando seis leguas de flanco; la formidable artillería de esta columna se colocó a su cabeza, en los desfiladeros de Coron, mientras que el enemigo ocupaba las alturas, que, a pesar de los consejos de los guías, no quisieron tomar.


Los rebeldes se precipitaron entonces sin obstáculos hacia la cabeza de la columna, se apoderaron de nuestros cañones, volaron con metralla a nuestros desafortunados defensores, utilizando su propia artillería, e hicieron de ellos una horrible carnicería.

Finalmente, habiendo ordenado un decreto la extracción de grano de la retaguardia del ejército, a medida que penetrábamos en territorio enemigo, Ronsin y Rossignol destituyeron a los comisarios encargados de esta preciosa operación, incendiaron enormes montones de grano y abandonaron a los bandoleros la cosecha de las llanuras de Doué, Thouars, Loudun y la isla de Saint-Aubin, tan abundante este año que habría bastado para alimentar a todo el ejército del Oeste durante un año.

He demostrado que, en el sistema de despoblación, los gobernantes querían dirigir la parte de la ejecución que tendría lugar en el teatro de la Vendée, de tal manera que la destrucción se llevara a cabo, primero sobre una parte muy grande del ejército republicano, y después sobre toda la población de la Vendée.

Las pruebas que he relatado me parecen suficientemente fuertes, para haber podido convencer de que todos los preparativos estaban perfectamente llevados a cabo para cumplir el primer punto; el exterminio de miles de ciudadanos del ejército republicano.


Capítulo 7

Legislación de sangre y fuego


Hacía ya varios meses que Philippeaux se había pronunciado contra las sucesivas carnicerías de los soldados de su país. Tal vez sin él no habrían cesado tan pronto. Sus gritos obligaron al Poder a suspenderlas; y como revelaban más de la mitad de sus horribles misterios, para evitar que, con su completo descubrimiento, viniera la caída de sus inventores, la autocracia comitatorial sintió tanto la necesidad de sacrificar a su acusador, como la de cambiar de posiciones para hacer inverosímil la acusación.

El déspotado, sin que todavía fuera posible averiguar cuáles eran sus motivos, y sólo sobre la base de la existencia de hechos, fue acusado de no querer acabar con la guerra de la Vendée, de querer únicamente hacer de ella un abismo mantenido para enterrar, hasta la extinción, a sus innumerables legiones.

La perseverancia en el primer curso de acción habría hecho pronto irresistible la acusación. Para triunfar, era necesario no sólo prometer la victoria, sino incluso asegurarla a cualquier precio. Había que alcanzar el éxito de tal manera que no hubiera que temer ser contradicho y buscado por haber calificado de impostor-conspirador, y haberlo inmolado como tal, a quien había dado a su importante denuncia la mayor solemnidad.

El atroz Decemvirato encontró posible conciliar todas estas cosas con su plan infernal. Ha llegado el momento”, se dijo, “de hacer girar la guadaña de la muerte sobre toda esta raza de la Vendée, cuya exasperación fanática, que nos hemos cuidado de fomentar, nos ha servido tan bien. Durante mucho tiempo se han aprovechado de todas las facilidades que les hemos dado para poder traer la muerte; ahora les toca a ellos recibirla.

Al borrarla de la faz de la tierra, parece que estamos trabajando seriamente hacia la victoria que se nos pide, y en realidad sólo estamos sirviendo poderosamente a nuestro sistema; estamos despoblando, y de una manera más amplia y extensa de lo que hasta ahora hemos podido practicar. Vamos a cosechar en el campo más grande y fértil. Dicen, y en consecuencia rápidamente seconstruye una legislación de sangre y llamas.

Esta legislación data del 1 de octubre. Fue corta, y dos artículos de la ley la completaron. Un decreto del 1 de octubre dice:


“La Convención Nacional cuenta con el valor del Ejército del Oeste y de los generales que lo mandan, para terminar antes del 20 de octubre, la execrable guerra de la Vendée. La gratitud nacional espera el momento del 1 de noviembre para conceder honores y recompensas a los ejércitos y generales que, en esta campaña, habrán exterminado a los bandidos.”

Una proclama de la Convención Nacional al ejército del Oeste, del mismo día, dice: “Soldados de la Libertad, es necesario que todos los bandidos de Vendée sean exterminados antes de finales de octubre. La salvación de la patria lo exige, la impaciencia del pueblo francés lo ordena, su valor debe lograrlo; el reconocimiento nacional os espera en ese momento”.

Otro decreto añadía: “Todas las guaridas, molinos y hornos de los bandidos serán destruidos e incendiados. Materiales combustibles de todo tipo serán enviados para este propósito por el Ministro de Guerra”. Este código es muy claro. Exterminar a todos los habitantes de un país y quemar todas sus viviendas es una buena manera de terminar la guerra; y con un corazón feroz, cualquier monstruo humano está en condiciones de oír y ejecutar tales leyes.

Y que nadie quiera hacer la distinción de que por las palabras, ‘todos los bandidos’, no queremos decir todos los habitantes, y por aquellas, ‘todas las guaridas’, todas las moradas. Digo aquí que Carrier tenía razón cuando, en sus defensas, sostenía que interpretaba la ley como quienes la habían hecho, al no admitir ninguna excepción, al considerar que no había un solo habitante en la Vendée que no fuera considerado un bandolero, y que “guaridas”, expresión figurada, designaba todas las viviendas.

No tengo ninguna dificultad en probar mi afirmación. Para que hubiera excepciones, ningún hombre podría haber sido inmolado, y ninguna vivienda podría haber sido incendiada, hasta que la condición de bandolero, en relación con ese hombre, y la condición de guarida, en relación con esa vivienda, hubieran sido establecidas por un tribunal legal.

Se establecieron procedimientos más expeditivos. La ejecución de la hoguera se confió a las autoridades militares. No hubo más jurado que la conciencia del soldado. Qué quiere que le diga, ¡el soldado era al mismo tiempo el jurado, el juez y el verdugo!

Y una vez tenido en cuenta que el poder ilimitado de incendiar llevaba consigo tácitamente el poder de saquear de antemano (mejor que me aproveche de todas estas cosas excelentes que dejar que ardan en llamas), no le costará comprender que el soldado tenía que encontrarlo todo, “bandoleros y guaridas de bandoleros”.

¿Qué medios habría tenido para distinguir a un no bandido? ¿Cómo habría podido preservar su guarida en medio de las de los bandoleros a los que había que prender fuego? Fue mucho más corto decidir, como dijo Carrier, que no había un solo habitante que no pudiera ser considerado un bandolero, y que por eso fue necesario utilizar los materiales inflamables enviados por la Convención.

Además, ¿qué arriesgaba el inmolador? Sus juicios y su ejecución no estaban sujetos a investigación ni a revisión. Y cuando nuestras falanges, transformadas en las legiones de Eróstrato (*) y en horribles carnicerías humanas, armadas con cien mil antorchas y cien mil bayonetas, habían, hecho palpitar un número semejante de entrañas y quemado otros tantos desafortunados retiros agrícolas, el Comité, tan impropiamente llamado de Salvación Pública, lejos de parecer que lo ignoraba, no ocultaba que cumplía admirablemente bien sus fines, y era aplaudido por el Senado.

¿Debemos culpar al Senado por aplaudir? ¿Debe reprochársele haber dado su asentimiento a las dos leyes de quema y matanza de que hemos dado cuenta?

No. La Convención ha sancionado tantas otras de la misma carnalidad, que debemos creer que es muy cierto lo que dice, que Robespierre solo era más fuerte que todos los miembros juntos, que había descendido hasta este punto de envilecimiento y pusilanimidad, que ya no pensaba sino a través de su amo, que quería todo lo que él quería, que lo aprobaba todo sin decir una palabra, por miedo a recibir el duro cuero del estribo que había tenido la vergonzosa debilidad de poner en sus manos. Creo que no me estoy desviando de mi tema.

Estoy a punto de probar que la Convención no puede impedir que la Historia diga que, ya sea por la exasperación de los tiempos o por falta de valor, esta masacre repugnante y este eterno incendio de toda la Vendée, que hoy parecen suscitar quejas universales sobre su humanidad, no fue sólo el crimen de Carrier, ni siquiera fue sólo el crimen de los miembros de los comités de gobierno, si es que es un principio verdadero el de que se peca sólo por asentimiento.

La Convención dio su asentimiento concurriendo a las dos leyes de conflagración y de exterminio, aplaudiendo las noticias de los progresos sucesivos de la ejecución. Y la intención de una destrucción total y sin reservas, próxima también al gran sistema, ya no es equívoca en esta moción de Merlin de Thionville, en la sesión del 17 brumario, que los periódicos de la época traducen en estos términos: “Llamo la atención de la Convención Nacional sobre las tierras de la Vendée, a cuyo reparto se quería llamar a los refugiados de Alemania. Creo que debemos dar preferencia a tantos soldados franceses que luchan por la libertad, pero también creo que la Convención no debe tomar una decisión al respecto hasta que la Vendée haya sido totalmente destruida, cosa que no ha sucedido.


Este texto es claro. Era indiscutible que había que hacer de la Vendée un país completamente nuevo, que, en una palabra, había que destruirla totalmente, y que después se repoblarían y reconstituirían nuevas colonias, con soldados que habían luchado por la libertad y solo entre los cuales se repartiría la tierra.

Compárese entonces esta famosa carta de Hérault de Séchelles, en nombre del Comité de Salud Publica, escrita a Carrier: “¡Así nos va, mi buen amigo! Acabo de recibir su carta, y al mismo tiempo se la he leído al Comité, que la ha escuchado con verdadera satisfacción.

Le exhortamos a ir inmediatamente a Nantes; le enviamos un decreto instándole a purgar esta ciudad. Debemos evacuar sin tregua, la libertad no compone. Podremos ser humanos cuando estemos seguros de ser victoriosos.

Corred de Rennes a Nantes, y de Nantes a Rennes. El carácter de la representación nacional se despliega con mucha mayor fuerza e imperio cuando los representantes no permanecen en un solo lugar; cuando no tienen tiempo de multiplicar sus contactos; cuando dan grandes golpes de pasada, y cuando dejan la responsabilidad de ellos a los encargados de llevarlos a cabo.”

Esta carta no es, en términos del espíritu general del sistema de despoblación, tan positivamente significativa como la moción de Merlín. Pero, sin duda, teníamos razón al encontrarla llamativa y luminosa. ¡Cuántos comentarios han de surgir aún de ella! Si comparamos la fecha del 29 de septiembre con la de la gran proclamación del 1 de octubre, ¿cuánto encontramos de coincidencia en todas estas piezas?

Podemos ver que la legislación de la proclamación, antes de hacerse pública, ya estaba en práctica, en el terrible Comité de Gobierno. “Purgar, evacuar”, dice la carta del 29 de septiembre. “Exterminadlo todo”, decía la Proclamación. Aquí es donde entra en juego el papel de Carrier. Es aquí donde vemos claramente que este gran culpable no era, sin embargo, más que un instrumento de ejecución; es aquí donde ya no nos avergüenza distinguir los instrumentos impulsores.

El descubrimiento del maquiavelismo de la responsabilidad de la ejecución de las famosas medidas revolucionarias, que debía dejarse a los resortes subalternos, es una feliz y justificadora palabra de enigma para un gran número de desdichados ciudadanos, a quienes las autoridades obligaron a ser los atroces instrumentos de sus crueldades.

Habría sido necesaria una gran fuerza de carácter para negarse a ser bárbaros a las órdenes del poder. Habría sido necesario no sólo abnegar de la propia existencia, sino también decidirse a llevar consigo la marca de la infamia al morir. Una ley del 11 de Frumario declaraba rebelde y punible como tal a todo aquel que no hiciera todo lo posible por aniquilar todo lo que se designara como enemigo de la República.

¿Qué hazañas había realizado ya Carrier el 29 de septiembre para merecer los gritos de ¡bravo! de Hérault de Séchelles y la verdadera satisfacción de todo el Comité de Salud Publica? Eso es lo que no nos dice ninguna información. Pero vamos a abrir el diario de las sangrientas hazañas tanto de este agente como de sus cooperadores, y mostrar cómo ambos cumplieron sus instrucciones.

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* Eróstrato es una figura histórica conocida por incendiar el Templo de Artemisa en Éfeso, una de las Siete Maravillas del Mundo Antiguo, en el año 356 a.C. Según los relatos, Eróstrato cometió este acto con el único propósito de lograr notoriedad y que su nombre fuera recordado a lo largo de la historia.


Capítulo 8

Diario de las atrocidades de Carrier

5 de octubre. En esta fecha llega una carta de Goullin, el acusado que se distinguirá en los debates del juicio del Comité de Nantes. La exasperación más escandalosa es el carácter de esta carta. Anuncia al hombre mejor preparado, al más efervescentemente adoctrinado en el fanatismo de la cruel legislación del 1 de octubre, presagia todos los sangrientos resultados que necesariamente deben derivar de una exaltación del sistema, que fascina hasta el punto de mostrar el bien en el fondo de la copa
de los mayores males.

Pues tal es, según esta obra, el juicio que creo que debemos hacer de Goulin. La gente ha sido demasiado aficionada a creer que era atroz; simplemente se dejó llevar por un delirio cívico que tenía que ver con la idolatría que demasiados franceses tenían por el Senado, según la cual creían que el Senado era una institución del pueblo. Idolatría al Senado, según la cual se creía que una medida, por extraordinaria que fuera, puesto que el Senado la ordenaba, sólo podía ser para un bien mayor.


Así, Goullin parece estar firmemente convencido de que desempeña el papel más importante y saludable para su país, cuando escribe con este estilo de entusiasmo desenfrenado: “A los intrépidos montañeses que componen el Comité de Vigilancia en Nantes, el sans-culotte Goullin, secretario de la Comisión Nacional: – Hermanos republicanos, los representantes me han entregado los documentos adjuntos, que me apresuro a transmitiros. Examinadlos y, sobre todo, actuad con rapidez y celeridad; golpead como verdaderos revolucionarios, de lo contrario os condenaré; la plaza del pueblo es vuestra; sabed utilizarla, o estáis, o por decirlo mejor, estamos acabados. Ayer me dijisteis que os faltaban armas ejecutivas; hablad, pedid y lo tendréis todo; fuerza armada, comisionados, correos, oficinistas, ayuda de cámara, espías, incluso oro, si hiciera falta. Para la salvación del pueblo, nada os faltará. Decid la palabra una vez más, y os garantizo que seréis atendidos desde los dos tejados. Adiós a todos, os quiero a todos, y siempre os querré, porque vuestros principios son siempre los míos; pensad en barcos o en casas aptas para formar cárceles de arresto, depósitos seguros.”

Fue entonces cuando se produjeron los primeros acontecimientos: Lusignan, general de brigada, a pesar de conocer las intenciones y la buena voluntad de los habitantes de los alrededores de Nantes, cuyos jóvenes acababan de ofrecerse para alistarse, se entregó a las arbitrariedades y a las crueldades más repugnantes.

Se dirigió al pueblo de La Pallère, cerca de las ferrerías de Cugan, con unos 30 jinetes. Al encontrarse con las mujeres de la aldea, les preguntó dónde estaban sus maridos, a lo que respondieron que estaban en casa haciendo telas. Lusignan les dijo que mandaran a buscarlos. Los hombres acudieron enseguida con sus delantales de trabajo, les ordenó que le siguieran; obedecieron, y cuando dieciocho de ellos llegaron a Clisson, diecisiete fueron fusilados; se produjeron varios fusilamientos más de la misma manera, y aparceros que trabajaban en las fraguas y que incluso habían venido a Nantes a carretear durante varias semanas ante la petición que se les hizo, fueron masacrados en sus casas.

Los horrores se llevaron a cabo y se propagaron horriblemente en los municipios cercanos a Nantes, en los de Rezé, Saint-Pierre y Saint-Jean-de-Bouguenais.

En estas tres comunas, sólo dos monstruos, Beillevaire y Musca, asesinaron arbitrariamente a más de ochocientos individuos, hombres y mujeres, a los que denunciaron a las fuerzas armadas estacionadas en Château-d’eau, que fueron horriblemente fusilados sin juicio previo. La comuna de Pimboeuf y su comité revolucionario son culpables de la misma atrocidad.

Hasta aquí la ejecución del plan resuelto. La cabeza de Goullin estaba bien montada para hacer mucho y dejar poco a la responsabilidad de la representación nacional.

El soldado cumplió los deseos de la proclamación y el decreto de 1 de octubre. Que se extiendan estas primeras medidas y veremos los miles de asesinatos de los que sólo hemos descubierto el preludio.

8 de Octubre. El portador llega a Nantes. Fiel a la carta de Hérault de Séchelles, no se queda allí. Parte para Rennes el 10 y regresa a Nantes el 21. Se comportó perfectamente de acuerdo con sus instrucciones. No golpeó, electrizó.

Pronunció las imprecaciones más vehementes contra los habitantes de Nantes, y en particular contra los comerciantes y mercaderes; declaró que si éstos no le eran denunciados en el plazo de unos días, los haría encarcelar a todos y luego los diezmaría, para guillotinarlos o fusilarlos. Todas las familias de Nantes fueron sometidas a la opresión y al luto; todos fueron reducidos a media libra de pan malo al día, y Carrier amenazó entonces con declarar a Nantes en estado de rebelión.

22 de Octubre. El corazón de Philippeaux seguía hablando a favor de nuestros batallones inmolados bajo la dirección de la corte de Saumur. Sus importunidades obligaron a la Convención a nombrar una comisión para examinar su conducta. Este no fue el relato del Comité de salvación pública, que, para eludir esta medida, hizo declarar por Barère, al día siguiente, el 23, por, que ya no existía Vendée.

Los agentes de este Comité sólo estaban en condiciones de asegurar que pronto no la habría más, pues estaban en condiciones de borrarla por completo de la República. El aplauso que tal noticia proporcionó al Comité le dio también la aprobación para todo lo que hizo después para hacer realidad su anuncio.

Es muy notable que Barère sacara doble ventaja de su gran declaración. Mató a la comisión de Philippeaux y recibió la mayor permisividad de autorización para llevar a cabo la despoblación de la que ya decía que estaba hecha. En todas partes se le criticó por el hecho de que todavía quedaban hombres donde él había dicho que no debía quedar ninguno. En la página 33 del informe del 21 dice:

“Al mismo tiempo que todos los periódicos públicos resonaban con informes a la Convención de que todos los bandoleros de la Vendée habían sido destruidos, a las 8 de la tarde quinientos patriotas y la guarnición de Mortagne fueron expulsados por estos mismos bandoleros. Un oficial municipal encargado de la distribución de los billetes de alojamiento, después de haberlos repartido, se dirigió a la compañía para dar cuenta de estos sucesos, y expresó su indignación contra los que engañaban así a la Convención; y para poder conocerlos, propuso, e hizo adoptar por la compañía esta decisión, enviar comisionados hacia Carrier para pedirle la comunicación de su correspondencia con la Convención; que sin duda era para informarle de la prodigiosa cantidad de bandoleros que aún existían, y cometían los mayores daños, hacían los mayores estragos, y masacraban diariamente a todos los patriotas de los alrededores.”

7º Brumario. Carrier y Francastel aprueban y confirman la formación de la compañía revolucionaria, llamada Marat, a la que autorizan a realizar visitas domiciliarias, a detener, en Nantes y en todo el departamento, a los sospechosos con la única condición de informar de ello al comité revolucionario.

11 brumario. Este periodo es memorable por el decreto que establece que toda ciudad de la República que reciba bandoleros o les preste ayuda, o que no los rechace con todos los medios a su alcance, será castigada como ciudad rebelde y, en consecuencia, será arrasada y los bienes de sus habitantes serán confiscados en beneficio de la República.

Tal vez sea difícil calcular qué moderación se podía exigir a los agentes revolucionarios con este decreto revolucionario, y se podrá sentir con menos pena qué nueva pizca de exageración tuvo que dar, al venir a fortificar el terrible código con el que ya estaban investidos estos agentes.

24 brumario. El Comité Revolucionario, asociado a los órganos administrativos y a la sociedad popular, emite este famoso decreto; motivado sobre la existencia de un gran complot, urdido en el interior de Nantes por la aristocracia opulenta; decreto que ordena la detención de todas las personas sospechosas de haber participado en este complot; su traslado a la estación de Éperonnière, para ser conducidos desde allí a la Abadía de París, con la disposición de fusilar y confiscar los bienes de los arrestados que hicieran el menor movimiento para huir, y la disposición de considerar emigrantes y tratar como tales a los que se sustrajeran al arresto pronunciado contra ellos, y que no se constituyeran prisioneros en los tres días siguientes a la publicación del decreto.


27 brumario. Carrier informa a la Convención del accidente que sufrieron los sacerdotes condenados a la deportación.”¡Qué torrente revolucionario es el Loira! Tales fueron las últimas palabras de esta carta, que aún se pueden ver, en el boletín, que la Convención aplaudió y mencionó honorablemente. ¡Qué vergonzoso monumento es este boletín! ¡Qué horrible conmutación de penas esta deportación de sacerdotes al Loira! ¡Una moral atroz! Se consideraba muy natural en aquella época… ¡Qué desgracia que los hombres no vean o no quieran ver su depravación en el momento en que se suceden los crueles efectos! Es cuando el mal no tiene remedio cuando queremos reconocer que los horrores son horrores.

En esos mismos días, el 30 de Brumario, cuando la carta de Carrier le valió el aplauso de un Senado cuyos principios estaban entonces a la orden del día, trabajaba activamente para cumplir sus ruidosas promesas. Varios documentos del informe de la Comisión del 21 parecen situar en esta época el primer ahogamiento mediante botes de liquidación. Las pruebas testimoniales citan órdenes dadas por Carrier a Fouquet y Lamberty, autorizándoles a llevar una barcaza cargada de bergantines a donde fuera necesario, sin que nadie pudiera detenerles ni interferir en su transporte. No es posible ponerse de acuerdo entre los distintos documentos sobre las fechas de todos los ahogamientos, sobre su número o sobre el número de víctimas sacrificadas en cada uno de ellos. Algunos los sitúan con ocho días de diferencia, otros con más o menos. En general se está de acuerdo en que hubo cuatro ahogamientos principales. Uno se refiere a ochocientas personas de todas las edades y sexos, que fueron inhumanamente arrojadas al agua, cortadas con sables y fusiladas cuando las barcazas no se hundían lo suficientemente rápido, y desnudadas de antemano por sus verdugos. Se dice que se ahogaron cuatrocientas personas, y otras trescientas, también de todas las edades y sexos.

6 Frumario. Carrier sanciona el decreto de los sospechosos del 24 Brumario, y el comité revolucionario nombra comisarios a Bologniel y Naux, de la dirección de los transportes en París, de los que creía tener que marcar con el título de sospechosos. Fueron los 132 de Nantes, tan conocidos después, los que dieron lugar al famoso proceso sobre el que estamos escribiendo este libro.


7 Frumario. El portador modifica el decreto del 7 de Brumario, relativo a los poderes de la sociedad Marat; subordina en adelante sus operaciones al comité de vigilancia.

14 Frumario. Ley sobre la organización del gobierno revolucionario. También está hecho como para entrar en la historia de la Vendée. Completa la legitimación de las formas acerbas y atroces. En este sentido, hay que ver su influencia en las posteriores medidas de destrucción de la Vendée.

15 Frumario. El tribunal, es convocado por Carrier; se dice, en su presencia, por parte del presidente del departamento, que es para renovar la moción hecha el día anterior para destruir a los prisioneros en masa.

16 Frumario, Philippeaux escribe su gran carta al Comité de Salvación Pública, en la que prueba a este Comité que ha dejado morir a veinte mil soldados más desde sus primeras opiniones, por falta de querer seguirlas.

Mismo día: Orden de Carrier concebida en estos términos: “Carrier, representante del Pueblo ante el Ejército del Oeste, invita y exige al número de ciudadanos que Guillaume Lamberty quiera elegir, a obedecer todas las órdenes que les dé para una expedición que le confiamos; exige al comandante de los puestos de Nantes que deje pasar, ya sea de noche; ya sea de día, al mencionado Lamberty y a los ciudadanos que conducirá con él; prohíbe a quienquiera que sea poner el menor obstáculo a las operaciones que sus expediciones pudieran requerir.”


Lamberty declaró, en los debates del proceso ante la comisión que lo condenó a la pena de muerte, que fue en virtud de esta orden que había ahogado a los sacerdotes condenados a la deportación, y a varios hombres y niños, en varias ocasiones.

20 Frumario. Mientras se perpetraban asesinatos revolucionarios en Nantes, también se llevaban a cabo asesinatos militares, de acuerdo con las leyes mencionadas, en otros lugares no muy lejanos. En la noche del 20 al 21 de Frumario -dice Westermann- hice masacrar los puestos avanzados del enemigo frente a La Flèche. Desde esta ciudad hasta Le Mans y hasta Fulturte, donde perseguí a los bandoleros, el camino estaba sembrado de cadáveres; esa misma noche hice degollar a más de seiscientos que habían estado durmiendo en las aldeas y granjas dispersas.

23 Frumario. El mismo Westermann habla de otra gran matanza que hizo en el camino de Laval donde, dice, murieron cientos y miles de bandoleros.

25 Frumario. El hambre era también un método de asesinato; Carrier lo organizaba. Este es el tema de su siguiente carta, escrita al general Haxo y que no debe ocupar un pequeño lugar en la historia de la ferocidad inaudita y de las execraciones nacionicidas:

“Acabo de enterarme, mi valiente general, de que los comisarios del departamento de la Vendée quieren compartir con los del departamento del Loire-Inférieure los suministros o forrajes que se encuentren en Bouin o Noirmoutier. Es bastante asombroso que la Vendée se atreva a exigir suministros, después de haber desgarrado el país con la guerra más sangrienta y cruel.

“Forma parte de mis planes, y éstas son las órdenes de la Convención Nacional, quitar todas las subsistencias, los víveres, el forraje, en una palabra, a este país maldito, quemar todos los edificios, porque voy a dar la orden muy pronto. ¡Y todavía quieren matar de hambre a los patriotas, después de haber destruido a miles de ellos! Oponte con todas tus fuerzas a que la Vendée tome o guarde un solo grano.

Hacedlos entregar a los comisarios del departamento en Nantes; os doy la orden más precisa e imperativa: garantizadme, desde este momento, que se cumplirá; en una palabra, no dejéis nada en esta tierra de proscripción. Que las subsistencias, víveres, forrajes, todo, absolutamente todo, sea transportado a Nantes”.

24 Frumario. Es sobre montones de cadáveres, que todavía Westermann llega a la tarde a Laval; sigue al enemigo hasta Craon, de allí a Saint-Marc. Cada paso, cada granja, cada casa se convirtió en la tumba de un gran número de bandidos.


Es terriblemente curioso comparar, en la misma fecha del 24 de Frumario, la siguiente carta de Lequinio a la Convención:

“Acabo de dar órdenes que los moderados pueden encontrar bárbaras. De cuatrocientos a quinientos bandoleros abarrotan las cárceles de Fontenay-le-Peuple. Acabo de ser informado por un correo extraordinario de que una parte del ejército de Charette, que se dice que tiene entre diez y doce mil hombres, avanzaba hacia el cantón y amenazaba Fontenay; he ordenado que estos prisioneros sean fusilados, sin ningún tipo de juicio, a la primera aparición del enemigo.

“He aquí mis razones. El decenio pasado, mientras yo estaba en el seno de la sociedad popular de Fontenay, los presos se sublevaron y estuvieron a punto de estrangular a los habitantes de la cárcel. El ayuntamiento me advirtió del peligro; fui el primero en descender a la prisión; quemé los sesos del más audaz; otros dos pagaron con su vida la alarma que acababan de causar.” Se restableció el orden. Creé inmediatamente una comisión militar para juzgar a esos canallas, mucho más expeditiva que el tribunal penal, que, a su pesar, se veía entorpecido por mil formalidades. Pero creí que, en caso de un ataque exterior, era necesario, desde el primer momento, destruir sin piedad este foco de insurrección que la proximidad del ejército hacía extremadamente peligroso, sobre todo en esta ciudad donde el fanatismo y la aristocracia están lejos de ser aniquilados. También debo decirle que, sin tales medidas, nunca podrá poner fin a la guerra en la Vendée. Es el moderatismo de las administraciones y de los generales lo que la mantiene. He escrito en todas partes que no se hicieran más prisioneros y, si se me permite decirlo, me gustaría que se adoptara la misma medida en todos los ejércitos. Creo que tal decreto sería la salvación de Francia. En cuanto a la Vendée, es esencial: le corresponde a usted juzgar si me equivoco.


Este es un buen indicio del autor de prejuicios destruidos; ciertamente, hay que haberlos vencido todos para hacer, pensar y escribir con tanta fuerza. Es cierto que con un cierto esfuerzo de imaginación, este legislador encuentra argumentos irresistibles, y demuestra claramente que se trata de filantropía; lo demuestra tanto en su obra manuscrita, Guerre de la Vendée, como en su obra en carteles, Lequinio a sus conciudadanos.

Demuestra, incontestablemente, que no hay contradicción alguna entre su teoría de un catecismo moral que habría bastado para convertir a toda la población de la Vendée a la libertad, sin derramamiento de sangre, y su sistema práctico de matar, habiendo matado y aconsejando matar a cuatrocientos mil hombres si era necesario.

El auto de fe de quinientos que ordenó fue incluso un acto de humanidad. Cuanto más severa era la orden, más humana era. Se suponía que todos estos desgraciados eran culpables de la muy evidente insurrección en las cárceles; se suponía que todos habían merecido la muerte. Sería algo muy extraño si se quisiera encontrar en esta conducta una contradicción con los principios del destructor de prejuicios, quien, sin embargo, admite haber enmendado la plana a los jacobinos el 26 de Floréal, porque entonces, a causa de algunos libelos contra el Ser Supremo, se corría el riesgo de ser guillotinado:

“De la misma manera que a causa de los mismos riesgos, en estos tiempos de moderantismo, él
pone la misma multa a los antiterroristas imperantes, por sus arrebatos revolucionarios en Fontenay y en otros lugares, aunque, habiendo entrado en sí mismo y sondeado su conciencia, ésta le absuelve plenamente”.

25 Frumario. Carrier, alegando haber sido calumniado por la sociedad popular de Vincent-la-Montagne, con sede en Nantes, la disuelve. Este día está marcado por otra hazaña, se trata de un ahogamiento de 120 individuos. Otra versión lo da de 200, y añade que, como las víctimas querían huir, se les cortó los brazos a golpes de sable.

27 Frumario. Westermann, en el pueblo de Les Touches, despierta, dice, a los bandoleros a golpes de sable. La masacre fue enorme y duró cuatro horas. Es de este mismo día que data la primera lista de veinticuatro supuestos bandoleros, entre ellos dos de 13 años, que Carrier ordena ejecutar sin juicio.

28 Frumario. Segunda lista de 27 supuestos bandoleros, en la que se incluían las cuatro hermanas Métairie, que Carrier ordena ejecutar sin juicio.

29 Frumario. Nueva masacre de Westermann en Norte. Hace otra de continuación, con Blains, donde todo el que se encontró, asegura bien, fue ajusticiado, excepto 300 individuos, a los que envió a Nantes. Estos, sin duda, sólo fueron ahogados.

Fue ese día cuando, en virtud de una proclama que concedía la amnistía, 80 paisanos y algunos soldados de caballería rebeldes se dirigieron a Nantes, expresaron su arrepentimiento por haber servido contra la República y declararon que venían, en nombre de todo el Ejército, a ofrecer su rendición y a entregar, atados de pies y manos, a los jefes que les habían engañado. Carrier hizo que los llevaran al almacén, y al día siguiente fueron fusilados.

30 Frumario. Otra carta de Carrier a la Convención: “La derrota de los bandoleros es tan completa que nuestros puestos los matan, cogen y traen a Nantes por centenares, la guillotina no puede bastar: tomé el partido de hacerlos fusilar. Vienen aquí y a Angers por centenares: les garantizo la misma suerte que a los otros. Invito a mi colega Francastel a no desviarse de este método saludable y expeditivo. Es por sentido de humanidad que purgo la tierra de la libertad de estos monstruos.

Una mención honorífica. ¿Y por qué no? Remítanse siempre a la legislación de sangre, hierro y fuego que hemos trazado para ustedes, y sólo encontrarán coherencia en las cartas de Carrier. Sus principios de humanidad son sólo los de muchos de sus colegisladores.

Consulte a Lequinio en su propia obra sobre la Vendée.

Fue por humanidad que el autor de Préjugés détruits mató, por su propia mano, a hombres indefensos en las prisiones de Fontenay, y ordenó fusilar a 500 de estos desgraciados, sin ninguna forma de defensa legal, sin ningún juicio. Robespierre había establecido estas máximas: “El rigor es humanidad, la severidad es justicia”.

Estos dogmas fueron generalmente aceptados, al menos en todas las cabezas senatoriales, ya que ninguna de ellas los rechazó, y que los monumentos escritos atestiguan que un gran número les rindió solemne homenaje.

El filósofo se ríe un poco hoy de ver qué cuidado se tiene en aparentar no haber pertenecido nunca a esta religión, y con qué confianza se parece creer que nadie está en condiciones de verificar sus hechos, mientras que, sin embargo, los materiales históricos no se han quemado todavía, y se encuentra en ellos para asignar a cada uno según sus hechos.

Nevoso. El día 3, la segunda comisión nombrada, sobre las denuncias de Philippeaux, para examinar la conducta del tribunal de Saumur fue disuelta: no era buena idea exponerse a adivinar el sistema de despoblación ejercido con respecto a nuestros batallones republicanos.

La medalla había sido devuelta, la despoblación de los habitantes de la Vendée estaba en pleno desarrollo, y eso era todo lo que los reguladores supremos necesitaban presentar a lo que llamaban la chusma legislativa y a la multitud confiada, persuadidos ambos de que el bien supremo de Francia residía exclusivamente en esta masacre.

En la misma fecha, el día 3, Westermann informaba de nuevo sobre una “horrible carnicería” en Savenay. Por todas partes”, añadió, “había montones de muertos: sólo en los suburbios de Savenay, más de seis mil habían sido enterrados.

Lebatteux, jefe de un ejército revolucionario, ejercía al mismo tiempo, investido de los poderes más ilimitados de Carrier, las devastaciones más crueles; Tréhouard, diputado, en misión en Redon, informado de la conducta de Lebatteux, lo hace arrestar; pero Carrier, por orden del 4 de Nevoso, lo hace liberar, y conmina a las autoridades constituidas y a las tropas que prescriban (*) las órdenes de Tréhouard, a quien acusa de haberse mostrado partidario de todos los contrarrevolucionarios.

El 7 del mismo mes de Nevoso se produjo el ahogamiento de entre 400 y 500 personas, muchas de las cuales eran niños de entre 14 y 15 años, atados al pecho de sus padres.

El día 15, el comandante de brigada Dufour incendió cuatro lugares a la salida de Montaigu, saqueando y devastando la ciudad de Les Herbiers y a los mejores republicanos.

El 18, fecha fatal del proyecto de acusación presentado por Philippeaux, contra lo que caracterizaba perfectamente por el nombre de “Tribunal de Saumur”; llamo fatal esta vez, porque es la que determinó la pérdida del mejor republicano; se consagró por su país y no lo salvó: El encarcelamiento momentáneo de Ronsin y Vincent fue todo el resultado de su denuncia, y los decemviros lo proscribieron; su cabeza estaba desde ese momento marcada con el sello de la guillotina, y no se esperó más que el tiempo de los dispositivos necesarios para arrastrarlo allí.

El 29, 300 hombres, mujeres embarazadas y otros fueron ahogados y saboteados.

Pluvioso, del 7 al 12. El general Amey ocupó a su ejército en desvalijar las casas, incluso de los patriotas, en el campo de Herbiers, el pequeño municipio de Herbiers y Ardelais.

El día 12, en la columna dirigida por el general Grignon, a lo largo de casi tres leguas, desde La Frontière hasta Les Herbiers, todos los pueblos y granjas fueron incendiados, no se perdonó nada, hombres, mujeres, niños, incluso niños de pecho y mujeres embarazadas, todos perecieron; En vano, desafortunados patriotas, con sus certificados cívicos en la mano, pidieron la vida a estos locos, pero fueron degollados; y cuando desafortunados campesinos, conocidos por su civismo, tuvieron la desgracia de ser encontrados desatando sus bueyes, fueron fusilados.

La columna de Grignon asesinó a un gran número de personas en Laroche, tanto hombres como niños, muchos de los cuales eran conocidos patriotas que trabajaban para el ejército. Grignon llegó con su columna a Les Herbiers, dijo en el municipio que los habitantes estaban contentos de que su colega Amey estuviera allí, que sin eso todos, sin distinción de patriotas u otros, habrían sido fusilados, porque las órdenes del general en jefe eran masacrar, fusilar e incendiar todo a su paso, que incluso había hecho fusilar a municipios enteros llevando sus bufandas.

Fue en los mismos días en que se producían lejos estos horrores patrióticos cuando en el centro se trabajaba para completar el sacrificio del buen Philippeaux: el día 12 se pidió la libertad de Vincent y Ronsin; el 14 fueron liberados; y el 17 se publicó el informe mendaz y asesino de Choudieu.

Pero volvamos inmediatamente a la Vendée, donde veremos que los desdichados habitantes no estaban más contentos de caer bajo las cohortes de Charette que bajo las de la República; encontraron bandidos y asesinos en ambos bandos.

Este rasgo forma un perfecto paralelismo con la conducta del general francés Grignon.

Camaradas míos”, dijo a sus soldados en una arenga conservada, “estamos entrando en el país insurgente; os doy órdenes expresas de quemar todo lo que sea susceptible de ser quemado y de pasar a bayoneta calada todo lo que encontréis a vuestro paso. Sé que puede haber algunos patriotas en este país; no importa, debemos sacrificarlo todo”.

Un informe de Faurès, vicepresidente de la comisión militar de Fontenay-le-Peuple, arroja más luz sobre la espantosa conducta de las hordas caníbales que deshonraron el estandarte tricolor bajo el que marchaban. Cuando”, dice, “las carteras estaban bastante llenas, ya no había ganas de luchar, por miedo a perderlas, y los soldados pedían notas de hospital.

Los generales hicieron aún cosas peores; requisaron los carros de los comuneros, se llevaron todas las mejores cosas de las casas de los patriotas, las hicieron arrastrar tras ellos y permitieron que estos desgraciados se llevaran el resto para tener el bárbaro placer de prender fuego a sus casas.


Después de esta conflagración, apenas estaban en medio de la columna, los voluntarios, siguiendo el ejemplo de los generales, tomaron el resto, mataron a los hombres, violaron a las mujeres y a las niñas y luego las apuñalaron. Hicieron más, inmolaron un municipio entero, vestido con el pañuelo tricolor. En un pequeño pueblo habitado por unos cincuenta buenos patriotas, que siempre habían resistido a la opresión brigantina, llegó la noticia de que los hermanos de armas venían a ayudar a los patriotas y a vengar todos los agravios que habían sufrido; les prepararon un banquete cívico y fraternal.

Llegó la columna, los abrazaron, comieron la comida de estos desgraciados, e inmediatamente después de la comida, ¡oh inaudita barbarie! Los llevan a un cementerio, ¡y allí los apuñalan uno tras otro!…

Ventoso. El 17, la columna de Cordelier acampó en Clisson, y allí, este general hizo degollar a las mujeres e hijos de los buenos republicanos, que se habían refugiado en Nantes.


El día 18, a su paso por Vallet, fusilaron a varios ciudadanos que, a pesar de todo, les habían entregado certificados de buena ciudadanía. El 19, en Le Loroux, la misma columna degolló a mujeres embarazadas y a niños de todas las edades.

El 28, en Grignon, en La Meilleraye, obligaron a los habitantes a ir a la iglesia, en número de unos 40, casi todos con certificados de civismo; los sacaron uno tras otro y los fusilaron en el cementerio, a excepción de unos pocos a los que hicieron escapar algunos de estos soldados bárbaros sin conocimiento de sus jefes.

El 26, en los páramos de Saint-Laurent-des-Autels, Cordelier hizo fusilar al menos a 200 mujeres, niños y ancianos con buenos certificados cívicos.

Germinal. El día 4, una orden del general en jefe Turreau, ordenando al general de división Huché que retire todos los alimentos y forrajes en un amplio distrito que demarca en las proximidades de Luçon, desde Sainte-Hermine hasta Port-la-Claye ; que forma un círculo de 40 municipios; y, tan pronto como se hayan efectuado las retiradas, prender fuego a todas las ciudades, pueblos, aldeas, hornos y molinos, sin excepción, y exterminar in situ a todos los habitantes a los que se reconozca haber tomado parte, directa o indirectamente, en la revuelta de su país.

Fue entonces cuando los informes de la Convención sobre estas ejecuciones, sobre estos torrentes de fuego y de sangre que envolvían a pueblos enteros y a las ciudades que les servían de refugio, se presentaron al Senado de Francia como las más gloriosas victorias obtenidas sobre los enemigos de la patria.

Extraña ceguera, era la patria la que estaba siendo incendiada y asesinada, y a la patria se le decía que esos incendios y asesinatos eran para ella el mejor medio de salvación.

Fue entonces cuando pudieron aprovechar estos momentos de error para inmolar impunemente a aquellos cuya energía benévola podía arrojar luz sobre estas ilusiones fatales. Philippeaux fue detenido el día 11, y bastaron pocos días para que se decidiera su asesinato legal. La virtud suplicante ya no dejaba obstáculos para que la villanía consumiera su furia devoradora.

El 15, el comité revolucionario de Fontenay-le-Peuple escribe al de Rochefort “que un velo tenebroso se ha extendido sobre la parte sana y fiel del departamento de la Vendée; que ya es hora de prevenir las consecuencias de una conflagración más cruel; que sus primeros centinelas, los puestos avanzados que oponían a sus enemigos jurados ya no existen; que los patriotas de los alrededores de Sainte-Hermine, Simon-lavi-neuse, La Réorthe, no son más que montones de cenizas; que las órdenes bárbaras del canalla de Huché, general en Luçon, son los atentados más formales contra el orden público; que enviado, dice, por el general en jefe Turreau para incendiar y masacrar un país cuyos principios de habitantes y posición territorial nunca conoció, este hombre, más que sospechoso, volvió las armas de su país contra su propio país; . . que los bandoleros eran mucho menos temibles que los falsos patriotas que llevaban mucho tiempo traicionando impunemente a su país”.


El 10 del mismo mes, se hizo otra revelación que coincidió con la misma furia; atestiguaba que el general Delage tenía órdenes escritas de hacer en la orilla derecha del Loira lo mismo que había hecho en la orilla izquierda, es decir, quemarlo todo, y que declaraba que la guerra en la Vendée debía durar tanto como duraría la guerra en el exterior.

Floreal. Nantes, durante mucho tiempo ofrecida a los ojos como ciudad de refugio para los patriotas de la Vendée, pronto fue pintada como un centro de abominación, digno del destino de Sodoma y Gomorra. Esta conclusión era consecuencia del sistema de destrucción. Todo lo que pudiera ampliarlo satisfacía los deseos de los reguladores.

No es de extrañar, pues, que Carrier se dirigiera en estos términos a los comisarios de Nantes, que habían acudido a París para pedir provisiones. “¡Demanda para Nantes! Pediré que se ponga hierro y llamas en esta abominable ciudad, sois todos unos bribones, contrarrevolucionarios, bandidos y sinvergüenzas. Haré nombrar una comisión para la Convención Nacional; yo mismo encabezaré esta comisión. Sacaré a los pocos patriotas que hay en Nantes; ¿qué quiero decir con los pocos patriotas? Sólo había uno y usted lo hizo guillotinar. ¡Sinvergüenzas! Haré rodar las cabezas en Nantes, regeneraré Nantes”.

Thermidor. El sistema práctico de degüello parece haber continuado durante mucho tiempo, incluso después de la caída del primer triunvirato. Encontramos aquí una gran laguna que sin duda podríamos colmar, si se nos hubiera permitido excavar en los archivos del antiguo Comité de Salvación Pública.

A falta de esta ventaja, la historia de los horrores de la Vendée encuentra, en esta zona, una parte del velo, que sin duda el tiempo rasgará, y nos vemos obligados a dejar vacío el espacio entre el último período del 4 de Floréal y el del 15 de Thermidor, en el que esta atrocidad está más o menos todavía fijada: “Belordre, lugarteniente del general de Lage, cruzó tres veces el Loira, con el pretexto de destruir a los bandoleros y quitarles víveres. Durante una de sus travesías, trajo de vuelta a veintitrés mujeres, muchachas y niños de la costa insurgente, y los hizo fusilar cerca de Mauves.

Mauves, … el número de 16 o 17, todos de 10, 12, 14 y 17 años. Una anciana fue entregada por Belordre a sus soldados, que la cortaron en pedazos y la arrastraron al agua…”.

Esta es la cronología de los principales acontecimientos que se desprende de todo el material que hemos podido reunir. Verás que sólo hemos recogido lo más esencial y lo más confirmado. Si hubiéramos querido entrar en detalles y tratar cosas poco consistentes o equívocas, habríamos ampliado mucho este volumen. Sin embargo, quedan algunos hechos probados que no merecen ser omitidos, pero que no han podido ser colocados en nuestro primer orden, bien porque no se han podido precisar las fechas, bien porque han tenido una continuidad de ejecución que no los hace pertenecer a un solo día.

Hay otros tan extrañamente atroces que los hemos pasado rápidamente por alto, porque la imaginación casi se niega a creerlos, a pesar de que, por analogía, nada debería parecer más increíble, dada la certeza de los actos de fuerza que hemos estado en condiciones de describir. Repasaremos brevemente cada uno de ellos, y diremos lo que creemos que debe decirse de cada uno, a la luz de las consideraciones precedentes.

Entre los ahogados se encontraba una de las 130 personas de Nantes detenidas en las cárceles de su ciudad, acusadas de complicidad con los bandoleros. Carrier dio orden de que fueran trasladados a Belle-Ile, y en el camino fueron arrojados bajo el agua.

La evidencia de que este suceso no fue más que una imitación del tan esperado accidente de los sacerdotes deportados debió hacer muy inverosímil la parte de la defensa de Carrier en la que afirmaba que, en este ahogamiento, no era responsable del incumplimiento de su orden de trasladarlos sin más.

Los matrimonios republicanos, acto que insulta a la vez a la naturaleza, a la prudencia y a la desgracia, parecen demasiado constantes, dada la multiplicidad de testimonios. La combinación de este detestable procedimiento hace casi probable que hubiera otras lubricidades, cada una más repugnante que la anterior, de las que se acusa a Carrier, entre otras cosas, de haber abusado del honor de varias mujeres y de haberlas ahogado a consecuencia de ello.

Entre los crímenes de Carrier se enumeran el de haber aplastado el negociantismo, el de haber tronado contra el espíritu mercantil, aristocrático y federalista; el de haber puesto 183.000 libras a disposición del municipio para sus necesidades, a condición de que los sustituyera por un impuesto a los ricos; de haber detenido, sin excepción, a todos los corredores, y a todos los que desde la revolución han practicado este comercio escandaloso dentro de los límites de la comuna de Nantes; de haber detenido a todos los intérpretes, a todos los compradores y a todos los revendedores de artículos de primera necesidad, que hacían un tráfico vergonzoso con ellos, haciéndolos por encima del máximo determinado por la ley.

Ciertamente, si estos hechos fueran aislados, a menos que los principios democráticos y la ley suprema del bien del pueblo hubieran quedado absolutamente proscritos, lejos de hacer de ellos un crimen contra Carrier, parece que, entre los republicanos, eran de tal naturaleza que le hacían merecedor de premios; y no concibo cómo fue posible, en el Informe de los 21, clasificar estos hechos entre las acusaciones que debían hacerse contra este delegado del Pueblo.

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* En el original francés aparece“obedecer”, pero se infiere que quiere decir “prescribir” las órdenes de Tréhouard.


Capítulo 9

Juicio a Carrier y al Comité de Nantes


Tras la caída de Robespierre y la abolición de su tribunal de sangre, uno de los primeros juicios que celebró el nuevo Tribunal Revolucionario fue el de 94 ciudadanos de Nantes que sobrevivieron entre los 132 enviados por Carrier a París.

El nuevo Tribunal había sustituido la barbarie extrema por la clemencia. Estos 94, acusados de delitos contrarrevolucionarios, de agiotaje y acaparamiento, cuyos resultados habían sido, se dice, elevar el precio de los productos de primera necesidad a un nivel tan exorbitante que ya no era posible que los desafortunados sans-culottes los obtuvieran; estos 94, diría yo, fueron todos absueltos. Estaban motivados por un sentimiento de venganza. A lo largo de los debates de su proceso, declamaron con vehemencia contra el diputado Carrier y contra los miembros del Comité Revolucionario de Nantes

Señalaban a estos últimos como autores directos de sus persecuciones y sufrimientos, y como instrumentos abnegados de las pasiones horribles del loco Carrier. Al mismo tiempo que hacían públicos contra Carrier y aquellos a quienes había empleado tanto los cargos que les concernían como muchos otros que se derivaban de agravios ajenos a ellos, un nuevo Comité Revolucionario de Vigilancia de Nantes, en una especie de investigación, reunía cargos contra los acusados comunes, es decir, contra Carrier y el antiguo Comité.

La verdad exige que admitamos aquí el producto de la observación de que una gran pasión atraviesa esta investigación de Nantes. Y los que la recibieron y los que declararon no parecen estar en esa serena compostura que repele la exageración.

Tampoco en las denuncias hechas públicas por Philippes dit Tronjoly, uno de los 94 absueltos, y antiguo presidente del Tribunal Penal Militar de Nantes; no es ahí donde hay que buscar la ausencia de resentimiento, que da origen a la pura sinceridad. Sea cual fuere el carácter de estos documentos en su conjunto, formaban una enorme masa de acusaciones contra Carrier y el Comité de Nantes.

La Convención creyó necesario tomar conocimiento de este asunto. Decretó el 22 de Vendimiario que el proceso del Comité se abriera inmediatamente ante el Tribunal Revolucionario, y el fiscal de este Tribunal redactó su acusación contra él, que presentaba, en contra del Comité, poco más que los hechos y agravios enumerados en su nombre en nuestro párrafo anterior.

Una larga, serena y madura instrucción, una multitud de testimonios escuchados, la total libertad de los acusados en sus defensas y refutaciones, atenuaron en gran medida la gravedad de los delitos imputados inicialmente a la mayoría de ellos.

Terribles prejuicios les habían asaltado al principio, y el tribunal había tenido grandes dificultades para contener la indignación pública extraordinariamente pronunciada contra ellos: pero pronto lograron dar casi la convicción de que no habían sido más que instrumentos necesariamente pasivos de la bárbara exasperación del portador del mandato. Sus gritos y el testimonio de los testigos le atrajeron en este caso. El público quedó cautivado por todos ellos, interpelándole al mismo tiempo.

Finalmente un memorable discurso de Goullin, uno de los acusados, pronunciado en la sesión de
sesión del 1er Brumario, determinó por completo el deseo de ver a Carrier a la cabeza de los acusados en este gran asunto. Este discurso es absolutamente esencial para comprender el final de esta historia:

“Ciudadanos, jueces y jurados, ¡hace ya bastante tiempo que humillaciones, odios y murmuraciones retumban sobre nuestras cabezas; hace ya bastante tiempo que horribles sospechas, apoyadas en unos pocos hechos, nos entregan diariamente a mil muertes, y el autor de todas nuestras angustias sigue disfrutando de su libertad! El hombre que electrizó nuestras cabezas, guió nuestros movimientos, despotizó nuestras opiniones y dirigió nuestras acciones, ¡contempla ahora tranquilamente nuestras alarmas y nuestra desesperación!

No, la justicia reclama a quien, mostrándonos el abismo al que nos arrojamos ciegamente a su voz, ¡es tan cobarde como para abandonarnos en el borde!

Es importante para nuestra causa que Carrier comparezca ante el tribunal; los jueces y el pueblo deben saber que sólo fuimos los instrumentos pasivos de sus órdenes y de su furia.

“Preguntad a cualquiera en Nantes y todos os dirán que sólo Carrier provocó, predicó y ordenó todas las medidas revolucionarias. Carrier obligó al presidente del tribunal a guillotinar, sin juicio previo, a 40 vendeanos cogidos en armas.

Carrier obligó a la comisión militar a fusilar también a 3.000 bandoleros que envenenaban la ciudad. Carrier concedió el derecho de vida y muerte sobre los rebeldes a Lamberty y Fouquet, que abusaron de su poder para inmolar incluso a mujeres embarazadas y niños.

Durante una insurrección en Bouffay, y ante la amenaza de una invasión del Ejército Católico, Carrier propuso a las administraciones reunidas que los prisioneros fueran asesinados en masa. Carrier ordenó ahogar a 144 individuos, cuyo sacrificio consideraba importante para el bienestar de la prisión y de la ciudad. Carrier fue el único que dio finalmente este terrible impulso, que echó por tierra a patriotas ardientes pero equivocados.

“Ciudadanos del jurado, vosotros cuyo sereno comportamiento delata imparcialidad, no os pronunciaréis sobre la suerte de tantas víctimas descarriadas sin haber oído al autor de todos nuestros males y de todas nuestras culpas. Que comparezca Carrier; que venga a justificar a sus desdichados agentes, o que tenga la grandeza de admitir que sólo él es culpable.”

La Convención decidió entregar a Carrier al Tribunal. Su acusación del 5 de Frumario es infinitesimalmente pequeña comparada con el coloso de acusaciones presentadas por el informe del Comité de los 21, que, en verdad, se había visto obligado a tomar nota de todas las clases de denuncias, apócrifas y otras, que todas las pasiones se habían permitido lanzar al ruedo de la venganza. He aquí la acusación:

“La Convención, después de haber oído el informe de la comisión de los 21, acusa al representante Carrier de haber, el 27 de frumario, dado a Phelippe, presidente del tribunal penal del departamento de Loire-Inférieure, la orden por escrito de hacer ejecutar inmediatamente, y sin juicio, a 24 bandoleros, que habían sido detenidos las armas en la mano, y conducidos a Nantes, entre los cuales había 2 niños de 13 y dos de 14 años; haber dado, el 29 de frumario, una orden escrita al mismo Phelippe, de ejecutar a 27 bandoleros cogidos con las armas en la mano, entre los cuales había 7 mujeres.

La Convención acusa al representante Carrier de haber autorizado a una comisión militar a hacer fusilar a municipios enteros, gran parte de los cuales nunca se habían levantado en armas contra la República, a apoderarse de habitantes pacíficos del campo y a hacerlos matar sin juicio previo; por haber hecho ahogar y fusilar a bandoleros que habían ido a Nantes en virtud de una amnistía; por haber hecho masacrar a soldados de caballería bandoleros que habían venido a deponer las armas y que se habían ofrecido a entregar a sus jefes ; por haber ordenado ahogar y fusilar a hombres, niños y mujeres, muchas de ellas embarazadas; por haber otorgado a Lamberty poderes ilimitados, mediante los cuales llevó a cabo ahogamientos y maridajes llamados republicanos; haber prohibido a todos los ciudadanos obedecer las órdenes del representante del pueblo Tréhouard; haber escrito al general Haxo que era necesario incendiar todas las casas de la Vendée y exterminar a todos los habitantes.

Carrier sólo se defendió ante el tribunal como lo había hecho en su informe a la Convención, y cuando se leyó el informe del Comité de los 21. Se apoyó en los dos decretos, uno ordenando el incendio y el otro el exterminio de toda la Vendée. También hizo todo lo posible por librarse de la acusación de ahogamiento y fusilamiento, que echó enteramente en cara al Comité, desafiando cualquier orden escrita.

También se cubrió con la égida de sus poderes ilimitados. Se puso bajo la égida de la Convención, de la que dijo que su proceso era el preludio del que querían entablar contra ellos mismos, ya que habían aprobado y ordenado por decreto todas las medidas tomadas por los diputados en misión.

Dijo que era la aristocracia siempre vigilante la que, en este juicio, tenía finalmente en vista la aniquilación de toda la representación nacional; que no pudiendo destruirla en masa, quería tratar de disolverla en detalle; que él sólo debía a un cambio de opiniones políticas la persecución de que era objeto; que en todos los países donde existe alguna idea de libertad, él habría sido absuelto por la sola intención de haber querido servir a su país.

Al mismo tiempo, desafió al Tribunal Revolucionario, acusándolo de no escuchar más que a una multitud de monárquicos, federalistas, corresponsales o cómplices de los bandoleros de la Vendée. Por último, pintó un cuadro muy espantoso de los horrores cometidos por éstos contra los patriotas; cuadro que, si uno pudiera creérselo por completo, compensaría sin duda en gran medida los agravios asesinos de que se le acusa:

¿No sabemos -dice- que en las guerras civiles se llevan a cabo las represalias más violentas? Ahora bien, ¿ha habido alguna vez una guerra civil en la que la parte rebelde haya llevado a cabo tantos horrores, crueldades, asesinatos y masacres como en la Vendée? Hoy parecen olvidados; ¿y es posible volver sobre el espantoso cuadro sin sentir todos los estremecimientos de la naturaleza y de la humanidad? Sin embargo, debemos presentar un esbozo.

Los bandoleros fueron los primeros en dar la señal y el ejemplo de asesinato y masacre: Machecoul fue el primer teatro donde tuvieron lugar estas escenas de horror. Allí, los bandoleros descuartizaron y despedazaron a ochocientos patriotas; los enterraron medio vivos, sólo cubrieron sus cuerpos; dejaron sus brazos y piernas a ras de suelo y al descubierto; ataron a sus esposas, las hicieron presenciar la tortura de sus maridos; luego los clavaron a todos vivos, así como a sus hijos, por todos sus miembros, a las puertas de sus casas, y los hicieron perecer atravesándolos con mil golpes.


El sacerdote constitucional fue ensartado y paseado por las calles de Machecoul, después de que le mutilaran las partes más sensibles del cuerpo; aún estaba clavado vivo en el árbol de la libertad.

Un sacerdote de Vendéen celebró la misa entre la sangre y sobre los cadáveres mutilados.

En los pantanos de Nort, un batallón de seiscientos niños de Nantes fue masacrado y posteriormente mutilado. En Cholet, los bandoleros repitieron las horribles escenas de Machecoul: sometieron a los patriotas a los más horribles tormentos; antes de quitarles la vida, clavaron vivos a las mujeres y a los niños a las puertas de las casas, y luego los atravesaron con sus golpes; practicaron estas torturas inauditas en todos los demás lugares donde encontraron patriotas o habitantes pacíficos que no quisieron empuñar las armas con ellos. Cuando tomaron Saumur, cualquiera que tuviera fama de patriota perecía bajo las torturas más espantosas: las mujeres, con sus hijos en brazos, se arrojaban por las ventanas; los tigres las arrastraban y apuñalaban por las calles.

“Los tormentos que pretendían infligir a nuestros valientes defensores no eran menos crueles; lo menos bárbaro era fusilarlos o matarlos a bayonetazos; pero lo más corriente era colgarlos de los árboles por los pies, encendiendo un brasero bajo sus cabezas, o clavarlos vivos a los árboles, ponerles cartuchos en la nariz y en la boca, prenderles fuego y hacerlos perecer en estos espantosos tormentos.

“No podíamos dar un solo paso en la Vendée sin tener ante nuestros ojos estas terribles y desgarradoras escenas. Aquí, al entrar en un pueblo, veíamos valientes defensores despedazados o clavados en las puertas de los edificios; allí, los árboles de los bosques y setos nos mostraban las imágenes desfiguradas de nuestros valientes hermanos de armas colgando de sus ramas, con los cuerpos medio quemados o casi completamente calcinados; más allá, encontrábamos sus restos sin vida atados, clavados a árboles o postes, mutilados, atravesados por golpes, con los rostros quemados y carbonizados.

Los bandidos no se limitaron a estas torturas inhumanas; llenaron sus hornos con nuestros valientes defensores, les prendieron fuego y los hicieron consumir de esta manera atroz.

“Hoy los caníbales han inventado un nuevo género de tortura: a los defensores de la República hechos prisioneros les cortan la nariz, las manos y los pies, y luego los arrojan a oscuros calabozos.

“No debe extrañarnos, pues, que, ante tantas atrocidades, se haya recurrido a algunas represalias un poco violentas; cuando ha vuelto la calma, hacen gemir a la humanidad; pero no es a esta posición a la que debemos mirar, debemos remontarnos a la época, a las circunstancias que las provocaron; y ¿cuál era nuestra situación política en el momento en que se cometieron?


“Todas nuestras fronteras estaban invadidas del Norte al Sur; la traición había desorganizado nuestros ejércitos; el interior estaba en llamas, Tolón vendido a los ingleses, Marsella, Lyon, Burdeos, armados con todos los departamentos del Sur, ofrecían un frente amenazador a la República; todos los departamentos del Noroeste agitados, armados contra la Convención Nacional; Vendée se hacía formidable por sus victorias; toda la antigua Bretaña en una ebullición realmente alarmante; sus costas, sus puertos amenazados por la bajada de treinta mil ingleses o emigrados apostados frente a Jersey y Guernesey; Morbihan en abierta rebelión; Nantes rodeada de bandoleros, viviendo al día, pudiendo con dificultad obtener la subsistencia, desolada por el contagio ; los bandoleros irrumpiendo en sus murallas, manteniendo correspondencia y comunicaciones con varios vecinos de Nantes que les suministraban ayuda, armas y municiones; los bandoleros sublevándose en las cárceles, tramándose en esta ciudad una gran conspiración.

“En tal estado de cosas, en medio de tantos enemigos, peligros y obstáculos, la comuna de Nantes se encontró con una pequeña guarnición. Hermanos, parientes y amigos masacrados y torturados por bandoleros fueron los elementos que suscitaron la venganza.

“¿Deberíamos sorprendernos en la actualidad de que tantos peligros por un lado, tantas atrocidades por otro, hayan conducido a medidas escandalosas? Y ¿querríamos juzgar fríamente hoy, con la brújula de la opinión cambiada en la mano, lo que hicimos el año pasado en medio de tempestades, peligros y necesidades, cuando lo único que teníamos ante los ojos era la imagen sangrienta de la patria, cuando lo único que podíamos y debíamos tener como norma, medida y ley era la salvación del pueblo?

No puede decirse que esto no fuera repeler con alguna fuerza el ataque más terrible que jamás pudiera dirigirse a la cabeza de un acusado. El resto de las actuaciones del juicio ofrecen poco más digno de atención histórica. Sólo la declaración de un testigo, llamado Monneton, confirma con fuerza nuestra evidencia sobre el gran sistema de despoblación y reforma del método de división de la propiedad: es su corolario evidente e incontestable, y prueba que Carrier estaba al corriente de este gran secreto. Esta declaración dice lo siguiente:

El testigo declara que cenó tres veces en París con Carrier y otras personas. En la última cena, en los Campos Elíseos, Carrier, en un derroche de confianza, nos dijo: “Que según la recapitulación de la población de Francia, había mil habitantes por legua cuadrada; que estaba demostrado que el suelo de Francia no podía alimentar a todos sus habitantes; que era necesario deshacerse del excedente de esta población, sin lo cual no podía haber república; que había que empezar por los sacerdotes, los nobles, los comerciantes, los banqueros, los negociantes, etc.; que ninguno de estos hombres podía amar la República”. Ninguno de estos hombres podía amar a la República.

Hubo otro discurso del acusado, Goullin, tan elocuente como contundente. El testigo declaró que había cenado tres veces en París con Carrier y otras personas. En la última cena, en los Campos Elíseos, Carrier, en un derroche de confianza, nos dijo: “Que según la recapitulación de la población de Francia, había mil habitantes por legua cuadrada; que estaba demostrado que el suelo de Francia no podía alimentar a todos sus habitantes; que era necesario deshacerse del excedente de esta población, sin la cual no podía haber república; que había que empezar por los curas, los nobles, los comerciantes, los banqueros, los negociantes, etc., etc., etc., etc., etc. Que ninguno de estos hombres podía amar a la República.

Hubo otro discurso del acusado Goullin, tan elocuente como lleno de profundas reflexiones y puntos de vista. El tono semimisterioso en que fue concebido abre el camino a importantes conjeturas sobre lo que este solemne juicio ha dejado aún sin aclarar. La forma en que el orador lo presenta, evidentemente a propósito, nos permite penetrar en el velo. He aquí el discurso de Goullin:

“Carrier, ayer, me interrogó por una revelación que yo había anunciado imprudentemente la víspera, ¿y qué derecho tiene a invocar la verdad en su favor, cuando diariamente la traiciona contra nosotros? El Tribunal me permitirá desobedecer, y quiera Dios que mi desobediencia se remonte más atrás. Ayer empecé una respuesta, pero una repentina enfermedad me impidió continuar; ayer dije que un momento de confusión causado por la presencia de testigos que debían más bien compartir nuestros sufrimientos que ser la causa de ellos, me había obligado a hacer una admisión a medias, me había hecho cometer una indiscreción.

“Ayer dije, y hoy repito, que, vuelto a mis principios y a mi carácter por la reflexión, declaro que moriré antes que revelar el secreto que tontamente había prometido. Pido, pues, perdón tanto a los patriotas como al interés público; sí, al interés público, porque denunciar a los patriotas es preparar a la aristocracia para el placer y el éxito.

“Además, ¿qué importa para mi causa adjuntar la de un patriota más? ¿Sería menos culpable por tener nuevos acusados sentados a mi lado? Mis faltas son mías, y me cuesten lo que me cuesten, no seré tan cobarde como para pasárselas a otros.

“Totalmente opuesto al sistema maquiavélico de Hérault de Séchelles, desprecio también tanto al hombre que lo predicó como al que supo practicarlo. Ninguno de mis escritos es equívoco; llamo a las cosas por su nombre, y mi vocabulario no ofrece las palabras ahogo y traducción como sinónimos. Todos mis actos son francos; nunca he sido tan tímido como para interponer víctimas entre la justicia y mi persona.

“Si me juzgan, soy ciertamente culpable, y espero mi destino con resignación; pero si juzgan mis intenciones, lo digo con orgullo, no temo ni el juicio del jurado, ni el del pueblo, ni el de la posteridad. ¡Carretero! Vos que me emplazáis a declarar la verdad, más que a vos tengo derecho a dirigiros el mismo emplazamiento.

“Hasta ahora, usted ha impuesto constantemente a sus jueces y al público; ha hecho más que eso, ¡ha mentido constantemente a su propia conciencia! Os obstináis en negar los hechos más auténticos. Os ofrezco un buen ejemplo; imitadme, sabed confesar todas vuestras faltas; de lo contrario os degradaréis a los ojos del pueblo, de lo contrario os declararéis indigno de haberlo representado jamás.

Desde hace mucho tiempo, sus coacusados, sus agentes subordinados, o mejor dicho, ¡sus desgraciadas víctimas, desempeñan aquí su papel! Créeme, aún estás a tiempo, retoma el papel que te pertenece; sé grande y veraz, como debe ser un representante del pueblo; reconoce tu labor; confiesa tus errores, y si sufrieras el fatal destino, al menos te llevarías a la tumba parte del pesar de tus conciudadanos.

Esa es mi esperanza, para mí, que soy y siempre he sido veraz; y confieso que eso es lo que causa la serenidad, podría decir la alegría, que me acompaña en la cárcel. Carrier no tenía nada más que decir que todo lo que había dicho. La evidencia de los hechos materiales llegó a abrumarle. Sobre todo, no pudo defenderse de haber firmado las dos listas que ordenaban la ejecución sin juicio de presuntos bandoleros, entre ellos niños de 13 y 14 años. El 26 de febrero se dictó la siguiente sentencia

“El Tribunal, después de oír la declaración del Jurado, declarando:

“1° Que es constante que en el departamento de Loire-Inférieure, y en particular en la comuna de Nantes, se practicaron maniobras e inteligencias tendentes a perturbar la seguridad y la libertad del pueblo francés, cometiendo arbitrariedades y atentando contra la libertad de los ciudadanos, disponiendo de la vida de ciudadanos que no eran bandoleros; haciendo perecer a personas por ahogamiento y fusilamiento, y comprimiéndolo todo por el terror, y condenando a ciudadanos intachables.

“2° Que Carrier se hizo autor o cómplice de dichas maniobras, dando órdenes de fusilar sin juicio, los días 27 y 28 de Frimaire, a los bandoleros entre los cuales había niños de 13 a 14 años, haciéndoles ahogar y fusilar, tolerando u ordenando ahogamientos, dando poderes ilimitados a Fouquet y Lamberty y a Lebatteux quienes, haciendo uso de sus poderes, cometieron crueldades inauditas.

“3° Que lo hizo a sabiendas, perversamente y con intenciones contrarrevolucionarias. Que Goullin, Chaux y otros son o no autores o cómplices de dichas maniobras.

“El Tribunal, después de oír al fiscal sobre la aplicación de la sentencia, y de acuerdo con las leyes que invocó, condena a Carrier a la pena de muerte, y declara sus bienes adquiridos y confiscados en beneficio de la República. Michel Moreau, conocido como Grandmaison, de 39 años, nacido en Nantes, residente allí, miembro del Comité Revolucionario; Jean Pinard de 26 años, nacido en Christophe-Dubois, departamento de Vendée; residente en Petit-Mar, departamento de Loire-Inférieure, comisario del Comité Revolucionario. Declarados culpables de complicidad, fueron condenados a muerte.

“Jean-Jacques Goullin, miembro del Comité Revolucionario de Nantes, de 37 años, nacido en Santo Domingo, residente en Nantes; Pierre Chaux, de 35 años, nacido en Nantes, residente en Nantes, comerciante y miembro del Comité Revolucionario; Jean-Marguerite Bachelier, de 43 años, nacido en Nantes, residente en Nantes, miembro del Comité Revolucionario, notario; Jean Perrochaux, de 48 años, nacido en Nantes, albañil y miembro del Comité Revolucionario; Jean-Baptiste Mainguet, de 56 años, nacido en Nantes, residente allí, fabricante de alfileres y miembro del Comité Revolucionario de Nantes; Jean Levêque, de 38 años, nacido en Mayenne, departamento de Mayenne, albañil, miembro del Comité Revolucionario de Nantes, residente allí; Louis Nau, de 30 años, nacido en Nantes, domiciliado allí, boisselier y miembro del Comité Revolucionario; Antoine-Nicolas Bolognie, de 47 años, nacido en París, relojero, domiciliado en Nantes y miembro del Comité Revolucionario; Pierre Gallon, de 42 años, nacido en Nantes, domiciliado allí, refinador; Jean-François Durassier, de 50 años, nacido en Nantes, domiciliado allí, corredor de descarga de barcos de Saint-Domingue; Augustin Bataille, de 46 años, nacido en Charité-sur-Loire, con domicilio en Nantes; Jean-Baptiste Joly, de 50 años, nacido en Angerville-la-Martel, departamento de Seine-Inférieure, fundidor de cobre, con domicilio Nantes; Jean-Baptiste Joly, de 50 años, nacido en Angerville-la-Martel, departamento de Seine-Inférieure, fundidor de cobre, residente en Nantes; René Nau, aîné Ducoux, Joseph Vicq; Jean-Claude Richard; Pierre Foucault ;Julien Chartier; Jacques Osulivan; Coron; Crespin; Joseph Boutel; Jacques Gauthier, soldado de la compañía Marat; Yves Prou; Pierre Guillette; Boussy, comerciante de sombrillas, en Nantes; Jean d’Héron; Bénard, conocido como le Gros Bénard; Lefébvre, ayudante del general Haxo; Rolin, antiguo secretario de Carrier; Forget, vigilante de la casa Bouffay, fueron absueltos y puestos en libertad.

La Convención Nacional no sancionó esta sentencia. Un decreto del 28 de Frumario destituyó al Tribunal y ordenó que los acusados absueltos de Nantes fueran detenidos de nuevo. Hay mucho que decir a favor de esta medida.

La gente que piensa que todo es para bien la aplaudió; pero aquellos que piensan por principios, y a los que no les gusta nada más, se quejaron en voz alta de este acto como la violación más extraña.

¿Qué ha sido de la sagrada institución de los jurados? ¿Qué será de la institución judicial en su conjunto, si se confunde tanto con el poder gobernante que se convierte en nada más que una dependencia servil, pasivamente obediente y flexible a cualquier impulso que el poder supremo le plazca darle? ¿Con qué podemos contar a partir de ahora, cuando después de haber sido solemnemente absueltos por un tribunal de justicia, podamos ser buscados de nuevo?

¿Será en adelante tan libre la conciencia del jurado que, como bajo el régimen de Robespierre, contra el que tanto se ha criticado, se verá obligado a pronunciarse sólo después de haber escuchado la voz del oráculo en el sagrado santuario del Comité de Gobierno? ¿Qué esclavo querría ser juez a semejante precio?

El patriota, el hombre libre y puro, condenará para siempre al bribón sacrílego que profane así el más sagrado de los ministerios.

¿Pudieron el gran jurado de la nación y la conciencia del pueblo sancionar esta audaz decisión del Senado? ¿Estaban dispuestos a aceptar esta quimérica sombra de principios, invocada por Bourdon de l’Oise: que es peligroso que los poderes permanezcan mucho tiempo en las mismas manos? Evidentemente, es imposible rebatir este argumento del feliz inventor de la dictadura sin dictador.

Que la dictadura sea incluso inamovible, como se ha propuesto, es un peligro sólo para los malintencionados. Que, revestida de esta inamovilidad, se encargue exclusivamente de renovar, cada trimestre, los jueces y jurados de un tribunal, para asegurarse de que siempre dispone de una cámara ardiente totalmente consagrada a ella, no es menos aparentemente un tributo al principio del peligro de dejar los poderes en las mismas manos durante demasiado tiempo. Pero, ¿cuál es la repentina conveniencia de esta supuesta aplicación de un gran principio?

Sobre la sentencia excesivamente indulgente del Tribunal Revolucionario en el caso del Comité Revolucionario de Nantes. Yo también examiné esta sentencia. He tratado de justificarla ante mí mismo, y poniéndome en el lugar del jurado, he aquí cómo creo que, política y revolucionariamente, debería haber motivado mi voto.

Despojado de toda impresión de esos envenenadores de la opinión pública, que nunca presentan más que un solo lado de los casos más complicados, aislándolos de todas las circunstancias que les son propias, me acojo a este principio tan conocido y tan inherente a las revoluciones.

La justicia es relativa. Comprendo que, sin ella, la institución del jurado sería inútil; bastaría tener una ley muy rígida, inflexible, igualmente aplicable a la adolescencia, a la vejez, a la pastora, al soldado irritado por las heridas, al hombre impulsado por la fría razón, o animado por el terror, el miedo o cualquier otra pasión.

Considerando, pues, este gran y deplorable asunto desde el punto de vista político, reconociendo que se trataba de una batalla entre un partido y otro; que franceses, con la venda del resentimiento sobre los ojos, perseguían a otros franceses, y que después de este cuerpo a cuerpo, si aún queremos ver derramamiento de sangre, nada asegura que la venganza tenga fin, me pregunté ¿quién podría, sin estremecerse, echar una mirada al futuro, y ver con sus propias manos a Francia, desgarrándose las entrañas, expirar a los gritos de alegría y triunfo de tiranos y esclavos?

Entonces me dije: especialmente encargado de pronunciarme en nombre del pueblo en la causa de la Revolución, la santa causa de la humanidad, nunca olvidaré que la primera de todas las leyes, aquella en la que confluyen todas las demás, es la salvación del pueblo.

Nunca olvidaré que sólo a él, artífice laborioso de nuestra regeneración, pertenecen los frutos de esta gran obra, pues él merece toda la gloria.

Para que mis juicios estén en el espíritu de mi misión, mis ojos estarán siempre fijos en el espectáculo de las grandes crisis revolucionarias, en sus causas y en sus efectos. Siempre tendré en mi memoria y en mi corazón el trabajo constante y penoso, la abnegación de hombres populares y desinteresados, que se encontraron en estas circunstancias tormentosas e indomables. ¿Se ignorará el sacrificio que hicieron a la Patria de sus gustos y de sus afectos más queridos?

Si no escucho los gritos de venganza proferidos por los espíritus de mis hermanos que murieron luchando por la República, sus gritos de dolor resuenan aún para siempre en mi alma. Sus compañeros de armas, cubiertos de honrosas cicatrices, mutilados por el hierro y el fuego de monárquicos y fanáticos, me recuerdan a diario sus virtudes, su valor y la barbarie de sus asesinos.

Incesantemente atento a las sordas maquinaciones de los detractores de la democracia, a quienes la desgracia no ha podido corregir ; disculpando los errores de la ignorancia, los prejuicios y las desviaciones de los hombres apasionados, la irritación de las víctimas de la injusticia, impondré la pena de muerte, que el legislador sigue creyendo necesaria, a todos los enemigos del pueblo, ya arruinen su fortuna, ya lo maten de hambre con sórdidas especulaciones, ya lo asesinen a traición o con hierro, y sobre todo si desprecian su soberanía, si violan su libertad.

Voy a cumplir con este deber sagrado pero terrible. En estos días de victoria, de justicia y clemencia, de un pueblo valiente y generoso; en estos días de perdón para los franceses que han sido durante mucho tiempo descarriados, culpables, incluso parricidas… impulsado por el amor a mi país, iluminado por su antorcha, me arrastro penosamente en espíritu a través de los horrores de la desdichada comuna de Nantes.

La guerra civil a sus puertas, la división dentro de sus muros, la peste y el hambre la asolaban. Los ciudadanos llamados federalistas (no eran amigos de la igualdad, para ellos seguía siendo una quimera) calumniaban las intenciones de los montañeses: les acusaban de querer un rey, ¡ellos que habían enviado a Capeto al cadalso!

Se habían equivocado sobre los acontecimientos del 31 de mayo, 1 y 2 de junio; acontecimientos que pusieron fin, para gran satisfacción del pueblo, a las disensiones de la Convención tan favorables a los tiranos aliados contra nosotros. Los montañeses, demócratas sinceros, tímidos, violentos, poco hábiles, teniendo entre ellos algunos hombres perversos y atroces, señalaron a sus adversarios como aristócratas, autores y partidarios secretos de la Vendée.


Si se trataba de luchar contra el Ejército Católico, el amor a la patria armaba a todos los nanteses; morían en el campo de batalla o regresaban victoriosos.

Las desgracias comunes, el dolor de haber perdido un hermano, un hijo, un amigo, la alegría de haber escapado a grandes peligros, ¡no hicieron olvidar los prejuicios y los odios de las partes!

Un hombre de paz, pero firme, habría restablecido la concordia; Nantes no se habría
convertido en un campo de exterminio, donde los fantasmas de los ciudadanos vagaban aterrorizados. Un demonio exterminador fue enviado allí.

La rabia contra la aristocracia se extremó; los prejuicios se convirtieron en realidades, cuando Carrier, investido de poderes supremos, amargado por sus querellas con los recurrentes, escuchando sólo sus prejuicios, entregándose a toda la furia de su temperamento, abandonándose a sus pasiones violentas, agitando su cetro de hierro desde la tribuna del pueblo al que degradaba, derramó su hiel eléctrica y morbosa.

Como la lava vomitada por el Vesubio, asoló estas regiones; la aristocracia y los bandoleros fueron devorados por ella; pero también afectó a la humanidad, y personas inocentes, mujeres y niños cayeron presa de ella. Introduciéndose en la sangre inflamable e irascible de los patriotas martirizados por los Vendeanos, los volvió frenéticos, y Carrier los dirigió en su delirio.

El entusiasmo que sentían por los montañeses, el respeto, la admiración y la gratitud de que estaban imbuidos por la Convención, que acababa de dar a Francia una constitución democrática, se concentraban naturalmente en el delegado montañés de la Convención, investido de todos los poderes, y uno recuerda qué poderes se habían arrogado ciertos conspiradores a la sombra del gobierno revolucionario. Obediencia absoluta o muerte y la infamia del cadalso, y los bravos de un pueblo respetable, bueno, pero descarriado y poco atento a sus asuntos.

¿Por qué creer en su palabra después de tantas mentiras atroces y reconocidas? Hemos visto, en este asunto, que las mentiras no cuestan nada a los opresores del pueblo; el secreto se conoce. Esta máxima maquiavélica de Hérault de Séchelles, miembro del Comité de Salvación Pública, no sería olvidada: “El carácter de la representación nacional”, escribía a Carrier, “se muestra con mucha mayor fuerza e imperio cuando los representantes dan grandes golpes de pasada, y cuando dejan la responsabilidad de ellos (a menos que la sigan) a los encargados de ejecutarlos”.

En vano, Lamberty y Fouquet, en sus escaños de jueces, apelaron a Carrier para justificar las horribles expediciones que les ordenó llevar a cabo. Fiel a su máxima, los abandonó, aunque reverenciaba a Lamberty como al primero de los hombres. Fueron justamente condenados por haber salvado de la ejecución a dos culpables; y Carrier, que había ordenado las masacres, estaba sentado en el tribunal.

Todo Nantes sabía que había ordenado los ahogamientos y los fusilamientos, atacaron a sus agentes y quisieron garantizar su persona. Para protegerlos de su juicio, tramaron la muerte de un gran número de ciudadanos encomiables por su patriotismo.

En resumen, sólo he visto, en todo el curso de este desgraciado asunto, la acción y los efectos de las pasiones de las partes que han desgarrado Francia durante tanto tiempo. Sólo he visto, en los hechos atroces establecidos en el juicio, los desafortunados desarrollos y resultados de una guerra civil.

He visto, en todos los coacusados, hombres exasperados por las preocupaciones, el odio y la venganza que casi siempre inspiran a las almas enérgicas la perfidia y la barbarie de los asesinos de la patria, los profanadores de la libertad, los enemigos natos de la igualdad.

Transportándome a los tiempos en que tuvieron que actuar para la salvación del pueblo, los vi apremiados por el hambre y la peste dentro de sus muros, arrastrados por la anarquía que entonces asolaba toda Francia, llenos del espíritu que dictó el decreto del 27 de marzo del año II de la República Francesa, concebido en estos términos: “La Convención Nacional declara la firme resolución de no hacer ninguna paz ni tregua con los aristócratas y enemigos de la Revolución, decreta que están fuera de la ley; que todos los ciudadanos serán armados al menos con picas, y que el Tribunal Extraordinario será puesto en plena actividad durante el día”. Firmado, Jean de Brie, presidente, y Grangeneuve, secretario”.


Creí verlos de nuevo, en su delirio revolucionario, electrizados por las palabras de la Convención: “Los bandoleros deben ser exterminados antes de finales de octubre. “Y recordé que, en esta época de agitación y convulsión, los individuos más tranquilos, los más indiferentes a la patria, preocupados, golpeados por el terror que imponían los estragos y las atrocidades de los rebeldes, clamaban por la destrucción total de la Vendée; y me pareció oír resonar estas palabras de la Representación Nacional (del undécimo día del segundo mes del año II):

“Toda ciudad de la República que reciba bandoleros en su seno, o que les preste ayuda, o que no los haya repelido con todos los medios de que es capaz, será castigada como ciudad rebelde; y en consecuencia será arrasada, y los bienes de sus habitantes serán confiscados en beneficio de la República.”

Entonces, elevando mis pensamientos a la altura inconmensurable de mi misión, golpeado por esta idea : los destinos de la República están ligados a este deplorable asunto; como revolucionario jurado, mi brújula ha sido el éxito de la Revolución, y a pesar de todas las trampas que han querido proteger a la opinión pública y burlar mi confianza, cerniéndome sobre todos los prejuicios, exageraciones y calumnias que aún quisieran robarnos la verdad, descubriendo el abismo en el que la venganza insaciable podría hundir a los republicanos y sepultar a la República, penetrando con ojo severo en el corazón de los acusados, vi en ellos, aparte del supremo regulador de sus actos y de sus voluntades, sólo apasionados amantes de la libertad, deplorando su furia.

Inmediatamente mi conciencia dijo a su favor: sus intenciones nunca fueron ni criminales ni contrarrevolucionarias, y en la alegría de mi corazón grité: ¡Que en estos días de clemencia nacional, en que los delegados del Pueblo acaban de conceder una amnistía a los franceses horriblemente descarriados, que se habían visto durante mucho tiempo y frenéticamente atroces, diaria y obstinadamente nacionales, que todos los ciudadanos se unan por fin en el abrazo de la fraternidad, y golpeen juntos, de un solo golpe, a todos los tiranos autores de las calamidades de mi país!

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