POESÍA: Vendrá la muerte y tendrá tus ojos. Cesare Pavese

Eran los años treinta del siglo pasado.

En “El niño que había en mi” ya se nos muestra Cesare como un hombre escindido, duro consigo mismo, desde la niñez de huérfano de padre con madre rígida en la naturaleza de Santo Stefano Belbo.

El 13 de mayo de 1935 es detenido Pavese junto a un grupo de intelectuales turineses, entre los que se encuentran Augusto Monti, Norberto Bobbio y Giulio Einaudi. Antes de ser procesado pasó unos meses en la cárcel. Durante el juicio, y para no delatar a la mujer con la que tenía relaciones (la donna della voce rauca), se encerró en un mutismo que le valió la condena a tres años de confinamiento en el pueblo calabrés de Brancaleone, condena que le fue reducida a un año. De regreso a Turín desde su destierro se entera de que la mujer a la que él ama se ha casado pocos días antes de su llegada. Pavese se vuelve taciturno y solitario y no frecuenta ya ni a su familia (*)

Años cuarenta: Los sinsabores políticos y vitales de la guerra agrían con impotencias y zozobras morales las mieles del éxito literario. Ya no puede relacionarse con las mujeres, en las que busca la vida y solo encuentra la muerte en el rechazo y la decepción. Última ilusión será Constance Donwlings a quien parece Cesare atribuir ser mensajera de la muerte en su Vendrá la muerte y tendrá tus ojos, como fin del combate para no finalizar el combate pues Cesare veía un sentido positivo en la muerte. Mas entreveo que es a la donna della voce rauca a quien realmente van dirigidos los versos.

Aqui la soberbia declamación en italiano de Vittorio Gassman:

Aquí la mejor versión declamada que he encontrado en castellano, interpretada por Antonio Tello:

De “El Verano“, selecciono estos versos:

Ha reaparecido la mujer de ojos entreabiertos

y de cuerpo concentrado, andando por la calle.

Ha mirado de frente, tendiendo la mano

en la calle inmóvil. Todo ha vuelto a resurgir.(…)

Pero la boca entreabierta y las miradas sumisas

no dan vida más que a un duro inhumano silencio.

De La Tierra y la Muerte:

Cada vez es un desgarrón,

cada vez es la muerte.

Nosotros combatimos siempre.

Quien toma partido por el choque

ha catado la muerte

y la lleva en la sangre.

Como buenos enemigos

que ya no se odian

tenemos una idéntica

voz, una idéntica pena

y vivimos encarados

bajo un pobre ciélo.

Entre nosotros no hay insidias –

combatiremos siempre.

Combatiremos todavía,

combatiremos siempre

porque buscamos el sueño

de la muerte amparados,

y tenemos voz ronca,

frente baja y salvaje

y un idéntico ciélo.

Nos crearon para esto.

Si tu o yo nos rendimos al choque

sigue una larga noche

que no es paz o tregua,

que no es noche verdadera.

Ya no estás. Los brazos

se agitan en vano.

Han dicho un nombre tuyo.

Recomienza la muerte.

En “Último blues, para ser leido algún día“, de Vendrá la muerte y tendrá tus ojos:

Era solo un galanteo

seguramente lo sabías –

alguien fue herido

hace mucho tiempo.

Todo está igual,

el tiempo ha pasado –

un día llegaste,

un día morirás.

Alguien murió

hace mucho tiempo –

alguien que intentó

pero no supo.

Si no lo he entendido mal, Cesare se admiraba de la soledad límpida de la noche; la noche del niño huérfano de padre. Encuentra en el vació de la noche límpida, sin saberlo, la luz de la naturaleza y el amor del padre, pero traduce la ausencia allí expuesta como soledad a todo horizonte. Así nace el niño padre, duro consigo mismo. Cierto que también esa claridad límpida repleta de ausencia se le aparece frecuentemente en los días, como signo de autenticidad y como posibilidad.
Busca Cesare en la mujer Amanecer y Luz para salir de esa soledad de niño padre. En esa gramática vital, la esperanza de que aquel amor della voce rauca, guía y llave, desborde la soledad y, como amanecer largamente ganado, realice al padre en él, cae como mampostería derrumbándose a la vez que la ilusión política, entre memorias de dolores y zozobras. Pobre adulto niño padre. El éxito literario de nada le sirve bajo el intenso y creciente frio. A ese íntimo territorio fatalmente herido llegará Constance. La luz de la ilusión solo servirá para alumbrar el vació de la luz, la llanura fría en que se ha convertido el niño-padre adulto, y la vastedad del páramo de la tierra que le rechazó, a cuyo recuerdo de tierra, como nueva ausencia, se acogía Cesare. Tras ello, el niño, después de décadas de resistencia, y el gran poeta, se derrumban sin guía en el vació de la ausencia del padre, en su busca, tomando el camino desgarrador que tomaron.


(*) Cesare Pavese. Antología poética. Versión de José Agustín Goytisolo. Vida y poesía de Cesare Pavese. Pp, 10 y 11.
Pavese e il suo vizzio assurdo.
* Consultado: Cesare Pavese. Poesía. Edición de Italo Calvino. Texto bilingüe. Traducción de Carles Jose y Solsona. Taifa.

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