El colapso de la socialdemocracia y el liberalismo en el Occidente (2): La imposible coalición liberal socialdemócrata LGTBIQ+

[ VERSIÓN 1 | Revisión 19 ]

Como vimos en la primera entrega, las clases imperiales del Occidente, neurofluyentes en la superestructura ideológica del capitalismo tardio, que es fundamentalmente liberal, darwinista, conductista y malthusiana, están siendo poco a poco integradas en un proyecto de reforma desmonogamizadora del proletariado mundial. Es decir, componen en un megaproyecto biológico político dirigido por la burguesía internacional y las clases medias urbanas nacionales del Imperio que se está intentando construir conscientemente contra la forma de reproducción socio-sexual que los neoliberales denominan “heteronormativa”.

De hecho, esta alianza de clases tomando esta posición antropológico política se pone a favor de la corriente económica real en lo que respecta a la crisis estructural del capital y sus necesidades de incremento de la producción de plusvalía. Sin entender esto y sus principales porqués no entenderíamos la sustancia histórica del inopinado auge político, cultural, mediático e institucional del movimiento LGTBIQ+.

Grandes porciones de población que, sabiéndolo o sin saberlo, están sumidas en ese megaproyecto, en su día a día intentan no reproletarizarse y sobrevivir en la sociedad post-sexual surgida tras el derrumbe, a lo largo de medio siglo, de la porción dedicada a la procreación en el salario moda en el Occidente.

Llegados a este punto, para esas porciones de población, que van de la mitad a dos tercios e incluso, dependiendo del estado del ciclo industrial, cuatro quintos de la población total, procrear no puede hacerse ni con familia ni sin familia, y la tendencia es a que no procrear tampoco garantice la autosostención del sujeto, se trabaje o no. No pasa nada; la socialdemocracia ha concluido que el circo, de algún modo, es más barato que el pan y, además, puede ser un medio de vida para algunos.

Aureolares re-historiografías liberales

Con este trasfondo, una coalición de liberales y socialdemócratas, a lo largo de las dos últimas décadas, nos han venido relatando el mito de Stonewall, una supuesta insurrección gay que terminó bien, con el triunfo de la libertad, por lo que ahora y en el futuro habría que exportarla al universo entero. Solo ocurre que este mito pop, fundamentalmente liberal, presenta algunas brumas:

A) En Stonewall había un gran número de hombres jóvenes y hasta muy jóvenes, sino menores de edad, que ejercían la prostitución. B) A muchos de ellos los explotaba la mafia. C) Eran numerosos porque convergían desde todo el país a la gran ciudad metropolitana que era la Nueva York de los años 1960s. No son detalles menores.

Cuando los liberales elogian Stonewall no están tanto defendiendo la dignidad de la población homoerotica u homofilofila como defendiendo la prostitución y el derecho del comprador soberano a alquilar cuerpos empobrecidos, en este caso de jovencitos proletarios sin medios de subsistencia prostituidos por la mafia. Llegan al punto de darle a esto incluso una imagen aureolar envuelta con un radiante Sol benéfico…

Nadie nos explica por qué es tan positiva la libertad de prostituirse pero tan dificil de ejercer la libertad de disponer de empleo y de ingresos en esa positividad liberal, y a quién perjudica. Por supuesto que se entiende perfectamente que la burguesía liberal y las clases medias iluministas, a salvo de las turbulencias e ignominias de la desestructuración y prostitución proletaria, se encuentren tan entusiasmadas con el mito de Stonewall, pero es menos fácil de entender el por qué la socialdemocracia admite sumirse en la positivización de ese medio ambiente en vez de señalarlo como lo que es, una lacra a superar.

Una cuestión: Los jóvenes prostituidos eran numerosos, y sus clientes también.

Nueva York, la ciudad metrópolis, acogía a numerosos autoexiliados de los entornos monogámicos que predominaban en las grandes regiones del país volcadas al natalismo y el crecimiento de la población. Por esto, la población gay neoyorquina de finales de los años 1960s quizá alcanzara el 5% del total de la población de la ciudad. Pero, sumada a la población lesbiana, hablamos entonces de una población L+G quizá de un millón y medio de personas sobre un total de 18 millones de habitantes. La diversidad ideológica, de clase, de edad y de todo tipo de características sociales en ese millón y medio de personas era enorme pero el asunto común identitario performable las convertía como un conjunto agrupable en un electorado potencial.

En el corto plazo y en las primeras fases de la descomposición del régimen pronatalista propio del fordismo y su sociedad pro crecimiento adhoc, – que era lo que estaba en la base original de la represión de las personas gays y lesbianas en la larga fase 1940-1980s, como método de reducir resistencias sociales al esfuerzo revolucionario colectivo del impulso al crecimiento humano que no fue esteril, (y hay personas LGTB porque no fue esteril derivado del hecho de que la población homofilofilas es el factor dependiente en su relación con la población sexual fértil) -, constituir una coalición LGTB para reivindicar la dignidad de las personas LGTB, que no es lo mismo que reivindicar Stonewall, era de algún modo buscar legítimamente reconocimientos y compensaciones por los excesos que se habían producido durante la movilización revolucionaria del crecimiento de la natalidad. Sin embargo, la socialdemocracia y los liberales, década a década, iban a ir más allá, mucho más allá de eso porque «cuando hay millones de personas empieza la política» (Lenin).

Suculentas performaciones socialdemócratas

Hasta aquí tenemos, – si restamos la explotación prostituyente y la desprotección de menores que parecen importar todavía menos a los liberales radicales si los cosificados explotados son gays, lesbianas o trans -, al movimiento LGTB reivindicativo y los primeros operativos de la socialdemocracia y los liberales radicales, pero desde aquí, cuando aflora la dimensión de electorado potencial, comienza a formarse el aparato LGTBIQ+ performativo que ha llegado en esta tercera década de los 2000 a un grado de desarrollo tal que tiene visos de poder ir a ser exponencial en el marco de la socialización post-sexual, y ha devenido herramienta política del Partido Tecnomalthusiano Internacional.

Desde mediados de los años 1980s esa coalición reivindicativa comenzó a ser constituida como una base performable para la socialdemocracia, en la que a partir de las acciones performativas sociológicas, se constituía una bolsa de un 10-15% de votos de los electorados metropolitanos. Los trabajos de Judith Butler precisamente se orientaban en esa dirección performativa pero, además, para dejar la hegemonía cibernética en la burocracia del partido y del partido fuera del partido planteaba performar el movimiento y el complejo popular postsexual como una negación pleniparcial del otro bolsón electoral emergente; el feminista, una especie de sindicalismo de género sexual que iba a dar cuerpo político al proletariado femenino sumido en desempleo procreativo a lo largo de la fase toyotista (1980-2020). La emergente Política de las Identidades se cimentaba en un 10-15% de voto LGTBIQ+, un 15-20% de voto feminista y un 15-20% de voto de interés clientelar y, en el caso EEUU aunque ahora también UE otro creciente 5-10% de votos performables vía racializacion.

Los socialdemócratas encontraron así la oportunidad de sustituir y reemplazar con la política performativa identitaria a los votos perdidos en el movimiento obrero y del obrero masa tras los desmantelamientos industriales del postfordismo de los años 1970-90s.

Pero, ojo, performar y movilizar ese voto identitario puede significar tomar el gobierno de un Estado, cuando, como sabemos, los capitales públicos controlan por ejemplo en el Estado español el 55-60% del PIB, quizá 600.000 millones de euros. Podemos suponer, a partir de este ejemplo la magnitud de los intereses que suscita y aúna la política de las identidades alrededor de la socialdemocracia, y lo podemos entender aún mejor cuando comprendemos lo que significa en los EEUU tener movilizados y monopolizados el voto feminista, el de las identidades raciales y el LGTBIQ+ en términos de control y centralización de capitales y gestión de la distribución del excedente social.

La socialdemocracia estadounidense, ante estas perspectivas, flanqueada por los liberales, se lanzó pues a su reconversión en esta línea performativa identitaria combinándola con la línea de generación de estructura estable por medio del fomento del feminismo ideológico, – entendido este como el establecimiento de una alianza entre el funcionariado estatal y las mujeres proletarias post-monogámicas necesitadas de ingresos, regulaciones familiares, mercados y marcos socio-organizativos nuevos, que se completaba con las mujeres de clases medias en busca de movilidad social ascendente, preparadas para ser lanzadas a liderarlas.

El choque entre conservadores y radicales dentro de los liberales, y entre extremistas y moderados entre los socialdemócratas dio vida a la coalición de las políticas identitarias y al complejo popular post sexual LGTB, LGTBs a los que habría que añadir los solteros y sin hijos, SSH, tras el estallido de la crisis, pero hoy el foco de las contradicciones se centra en la letra T desde que hace unos años la oligarquía comenzó a promocionar las fantasías de las transformaciones y escapismos de géneros sexuales.

En efecto, ha surgido algo tan importante para la burguesía internacional, lo trans, y con un impulso estructural tan enérgico que hace imposible mantener esta alianza operativa de sostención del régimen compuesta por Feminismo/LGTBIQ+/Socialdemocracia/Liberalismo.

El separatismo de géneros, que tanto poder produjo para la socialdemocracia y las clases medias, y el escapismo de géneros, que mantiene impresionantes promesas de poderío a los liberales radicales y sus tecnomalthusianos en la fase de la Robotización, son mutuo-excluyentes y, de hecho, a determinado punto el ataque a las mujeres desde varios puntos hace que grandes porciones de población femenina tiendan a salirse de la Política de las Identidades, y así comienza la desintegración del bloque LGTBIQ+.

Pero esto lo analizaremos en la siguiente entrega, a partir del estudio del significado y perspectivas de la sigla T, presente en el acrónimo LGTBIQ+.


Baskonia 17 de julio de 2023

K. A. García-Salmones


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